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jueves, 13 de enero de 2011

La Dolce Vita - escena final - Comentario


La Dolce Vita es una película de 1960, dirigida por el magistral Federico Fellini e interpretada por el “bello” Marcello Mastroiani y por esa diosa voluptuosa y sensual que fue Anita Ekberg.
La vi por primera vez siendo aún adolescente. La disfruté en algunas particulares escenas. Pero, también, debo reconocerlo, sentí la aridez de extensos pasajes. Con todo, la atesoro como una de las grandes películas de la historia del cine.
Porque, para mi, La Dolce Vita es un complejo manifiesto de filosofía existencial, donde están el amor, la vacuidad, la soledad, el éxtasis ante la hembra humana, el misterio de la mujer, la dulzura perdida…
La Dolce Vita tiene mucho: la pinta y simpatía de Marcello Mastroiani (ese latin lover que el adolescente que fui quería ser), la sensualidad pagana de Anita Ekberg, la pregunta sobre el sentido de la existencia, la vida inauténtica de la que no se puede escapar, la ilusión de resurrección a través del amor…Hace muchos años que no veo el film. Sólo puedo hablar de mi recuerdo (de qué otra cosa podría hablarse sino de los recuerdos que quedaron). De los sentimientos que me dejó.
Roma. 1960. Marcello Rubini es un periodista de prensa amarilla. Seductor y carismático. Insatisfecho con su vida. Quizás sea profundamente escéptico. Quisiera ser novelista, hacer algo más comprometido. Pero su drama radica en la imposibilidad de comprometerse. Ya ha sido aguijoneado por la duda sobre qué vida deberíamos vivir. Y eso no tendrá retorno.
La historia de Marcello es la de una lucha interna entre su permanente coqueteo con la frivolidad y una inquietud existencial. Eso marca dos aguas: Cuando Marcello se deja “encandilar” por la frivolidad, Fellini nos muestra su encuentro con Silvia, actriz americana y bomba sexy del momento (Anita Ekbergg); sus escarceos pseudo amorosos con su aristocrática amiga y confidente (Anouk Aimée) y su clara indiferencia  hacia una amante a quien no ama.
Cuando en Marcello aflora la pregunta sobre el sentido, Fellini nos muestra sus diálogos con su amigo periodista intelectual, a quien respeta y a quien parece escuchar.
En diálogo intimista, ese amigo le manifiesta su temor ante el futuro de la sociedad, donde avizora una caída en la banalidad, un eclipse del amor. Mientras le muestra a Marcello el dormitorio de sus hijas aún niñas cubierta por velos angelicales, le confiesa que quisiera preservarlas de ese destino desangelado; y le revela una frase: “Deberíamos poder amarnos mejor”.
Poco después sucede lo que, a mi juicio, resulta el punto de inflexión de la historia: su amigo mata a sus hijas y se suicida. Y esa noticia quiebra finalmente a Marcello. Ya no habrá retorno para él. Sólo frivolidad y vacío.
Me quedaron tres escenas grabadas de “La Dolce Vita”:
Por supuesto, la escena de Marcello y Anita Ekbergg en la Fontana di Trevi. La perplejidad e indefensión de Marcello ante la belleza voluptuosa de esa hembra bestial, diosa pagana. Marcello, tipo ganador, hombre experimentado, es apenas un niño pequeño ante la magnificencia de esa belleza femenina que hace doler el alma. Éxtasis, arrobamiento, encandilamiento, embeleso, temor ante el dios femenino, todo eso en unas pocas frases simples: “¿Pero quién sos?, Sos la mujer, la hermana, la amiga, la amante” (no estoy seguro de cada frase, sino de lo que transmite el conjunto; me gustaría recordarlas en italiano, porque esa lengua expresa mejor esa pasionalidad sensual).
También, la escena con Anouk Aimée, la amiga aristócrata. Ambos participan de una fiesta en un castillo de la alta realeza. En un momento se encuentran en un gran salón. Anouk se esconde y Marcello le habla. Marcello le declara su amor. Anouk responde en consecuencia. Por un momento, el espectador cree asistir a una revelación. Pero esa ilusión dura nada. La cámara de Fellini ya nos está mostrando que, mientras Anouk le habla de amor a ese Marcello al que no ve, otro hombre se que se ha filtrado en la sala la abraza desde atrás y la besa. Ocaso del amor, nacimiento de la vacuidad.
Reservo para el final la escena del final. Marcello, junto a su grupo de amigos y amigas de la noche,  participa de una fiesta frívola, esa especie de orgías que en aquellos años se denominaban “happenings”. Vemos que Marcello ya se ha entregado al vasto mundo de lo insubstancial, al que temía. Al amanecer salen a caminar por la playa.
En una escena anterior, Fellini ya “plantó una Información” para esa escena final: Marcello está escribiendo en un parador de playa donde la camarera que lo atiende es una adolecente simple y dulce. La chica podría ser una provinciana. Es seguro que no ha sido contaminada por las luces de Roma. Marcello le pregunta si tiene novio. Ella, en su cálida ingenuidad le responde algo como: “¿Novio yo?, Que va!”.
Vuelvo entonces al final. El grupo en que va Marcello se detiene curioso para ver a una extraña raya que yace en la orilla. A lo lejos se oye la voz de aquella adolescente. Marcello se vuelve para escucharla, pero no alcanza a comprender lo que dice. Una entrada del mar en la playa, los separa. La chica, siempre con una limpia sonrisa,  gesticula para hacerse comprender. Marcello insiste en que no oye: “Non capisco, non si sente”. La escena se repite tres veces y Marcello está ya por renunciar. Finalmente, una amiga del grupo lo reclama: “vamos”. Y se va.
¿Se habrá perdido Marcello para siempre en el mundo de lo vacuo?. ¿Es que no puede ya escuchar el canto de la ternura?. ¿Se habrá perdido para él la dulzura de la vida?.
Conjeturas de espectador basadas en los sentimientos despertados por el film.
“La dolce vita” es un título ambiguo. Podría corresponder al “dolce far niente” de una vida disipada. Podría referir a la dulzura de la vida.
Me gusta concluir en que Marcello sucumbió a la primero por su imposibilidad de atender a lo segundo. En todo caso, es mejor que pensar que esta última posibilidad sea sólo una ilusión quimérica.
“La dolce vita”. Federico Fellini, Marcello Mastroinai, Anita Ekbergg. Un tesoro de imágenes. Un ensayo de existencialismo. Un deleite para el espíritu.


Nota: Años después leí un reportaje al propio Fellini donde decía que su “La Dolce Vita” refería a la “dulzura de la vida”.



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