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jueves, 19 de julio de 2012

Estudio Preliminar - La época - Horacio Quiroga


En la segunda mitad del siglo XIX, y particularmente en sus tres últimas décadas, se manifiestan en Europa y América cambios socia­les, políticos, económicos y culturales de singular complejidad y signi­ficación. La ciencia y la técnica registran notables progresos. Estos progresos inciden sobre el trabajo y la industria: determinan la pro­ducción en masa y la división del trabajo en tareas especializadas. Afluyen grandes capitales, aparecen los monopolios y los grandes bancos de inversión de Francia, Inglaterra, Alemania, y los Estados Unidos de América. En el terreno político se observan dos hechos fundamentales: propagación de principios e ideales democráticos y el culto del nacionalismo. La monarquía absoluta como forma de gobierno pierde prestigio en Europa. Muchos países adoptan el sis­tema parlamentario y otorgan el derecho del sufragio a los ciudada­nos varones.
En América latina los pocos países que aún no habían logrado su independencia se libran definitivamente del dominio español o portu­gués. Perdidas sus posesiones americanas y estimuladas por su crecimiento industrial y económico, las principales potencias euro­peas se empeñaron en conquistar nuevos territorios. Se iniciaba así otro período del imperialismo: ahora se disputarían el dominio de Asia y África.
La vida social registra visibles cambios: aumento de la población, incremento de la vida urbana, abolición de la esclavitud, disminución del analfabetismo, surgimiento de la burguesía industrial y del proleta­riado. En términos generales, aumenta la comodidad y el bienestar Pero estos progresos materiales tienen algunos efectos negativos sobre la conducta del hombre común. La seguridad y el optimismo lo tornaron arrogante, vanidoso, superficial. Decayó el nivel intelectual. La pompa, la imitación y el afán de ostentación estragaron el gusto. El ansia de bienes y riqueza crece en detrimento de las inquietudes espirituales. Con todo, América, la antigua colonia, quiere hacer oír su voz, trata de abandonar su aislamiento y se esfuerza en marchar al ritmo cultural de los países europeos.
Los años en que Horacio Quiroga se formó e inició su carrera literaria están signados por un movimiento que resume el espíritu de la época y que modifica y sacude a las letras de toda América latina: el modernismo. Ese fenómeno marcó de tal modo la vida y las prime­ras obras del gran narrador rioplatense, que toda su labor creadora puede caracterizarse en función de aquél, tanto en lo que tiene de afín con esa corriente como en su reacción contra ella. Tal reacción será el resultado de un lento proceso de maduración personal y artística que lo conducirá al conocimiento de sí mismo y del Mundo que lo rodeaba. Para medir la distancia que separa al Quiroga de los primeros libros del Quiroga de la madurez, para comprender acaba­damente su trayectoria y apreciar en su justa medida la evolución del narrador, nos parece indispensable detenernos en la consideración de su punto de partida, vale decir, el modernismo, cifra y clave de toda una época, la época que va desde el nacimiento de Quiroga hasta la aparición de su primer libro importante: Cuentos de amor, de locura y de muerte.



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