martes, 11 de septiembre de 2012

Pablo Neruda - Odas


Las cartas perdidas

De cuanto escriben sobre mí yo leo 
como sin ver, pasando,
como si no me fueran destinadas
las palabras, las justas y las crueles.
Y no es porque no acepte
la verdad buena o la mala verdad,
la manzana que quieren regalarme
o el venenoso estiércol que recibo.
Se trata de otra cosa.
De mi piel, de mi pelo,
de mis dientes,
de lo que me pasó en la desventura:
se trata de mi cuerpo y de mi sombra.
Por qué, me pregunté, me preguntaron,
otro ser sin amor y sin silencio
abre la grieta y con un clavo
a golpes
penetra en el sudor o la madera
en la piedra o la sombra
que fueron mi substancia?
Por qué tocarme a mí que vivo lejos,
que no soy, que no salgo,
que no vuelvo,
por qué los pájaros del alfabeto
amenazan mis uñas y mis ojos?
Debo satisfacer o debo ser?
A quiénes pertenezco? 
Cómo se hipotecó mi poderío
hasta llegar a no pertenecerme?
Por qué vendí mi sangre?
Y quiénes son los dueños
de mis incertidumbres, de mis manos,
de mi dolor, de mi soberanía?
A veces tengo miedo
de caminar junto al río remoto,
de mirar los volcanes
que siempre conocí y me conocieron:
tal vez arriba, abajo,
el agua, el fuego, ahora me examinan:
piensan que ya no digo la verdad,
que soy un extranjero.
Por eso, entristeciendo,
leo lo que tal vez no era tristeza,
sino adhesión o ira
o comunicación de lo invisible.
Para mí, sin embargo,
tantas palabras iban
a separarme de la soledad.
Y las pasé de largo,
sin ofenderme y sin desconocerme,
como si fueran cartas
escritas a otros hombres
parecidos a mí, pero distantes
de mí, cartas perdidas. 

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