domingo, 27 de noviembre de 2011

Roberto Chile - Fotógrafo cubano

León Felipe - "Pero ya no hay locos" - Poesía

Pero ya no hay locos

Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Se murió aquel manchego, 
aquel estrafalario fantasma del desierto y ... ni en España hay locos. 
Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo.
Oíd ... esto,
historiadores ... filósofos ... loqueros ...
Franco ... el sapo iscariote y ladrón en la silla del juez repartiendo castigos y premios,
en nombre de Cristo, con la efigie de Cristo prendida del pecho,
y el hombre aquí, de pie, firme, erguido, sereno,
con el pulso normal, con la lengua en silencio,
los ojos en sus cuencas y en su lugar los huesos ...
El sapo iscariote y ladrón repartiendo castigos y premios ...
y yo, callado, aquí, callado, impasible, cuerdo ...
¡cuerdo!, sin que se me quiebre el mecanismo del cerebro.
¿Cuándo se pierde el juicio? (yo pregunto, loqueros).
¿Cuándo enloquece el hombre? ¿Cuándo, cuándo es cuando se enuncian los conceptos absurdos y blasfemos
y se hacen unos gestos sin sentido, monstruosos y obscenos?
¿Cuándo es cuando se dice por ejemplo:
No es verdad. Dios no ha puesto
al hombre aquí, en la Tierra, bajo la luz y la ley del universo;
el hombre es un insecto
que vive en las partes pestilentes y rojas del mono y del camello?
¿Cuándo si no es ahora (yo pregunto, loqueros),
cuándo es cuando se paran los ojos y se quedan abiertos, inmensamente abiertos,
sin que puedan cerrarlos ni la llama ni el viento?
¿Cuándo es cuando se cambian las funciones del alma y los resortes del cuerpo
y en vez de llanto no hay más que risa y baba en nuestro gesto?
Si no es ahora, ahora que la justicia vale menos, infinitamente menos
que el orín de los perros;
si no es ahora, ahora que la justicia tiene menos, infinitamente menos
categoría que el estiércol;
si no es ahora ... ¿cuándo se pierde el juicio?
Respondedme loqueros,
¿cuándo se quiebra y salta roto en mil pedazos el mecanismo del cerebro?
Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Se murió aquel manchego,
aquel estrafalario fantasma del desierto
y ... ¡Ni en España hay locos! ¡Todo el mundo está cuerdo,
terrible, monstruosamente cuerdo! ...
¡Qué bien marcha el reloj! ¡Qué bien marcha el cerebro!
Este reloj ..., este cerebro, tic-tac, tic-tac, tic-tac, es un reloj perfecto ...,
perfecto, ¡perfecto!



Paco Ibañez canta a León Felipe - "Ya no hay locos"

León Felipe - Poesías

El llanto es nuestro

Españoles: 
el llanto es nuestro 
y la tragedia también,
como el agua y el trueno de las nubes. 
Se ha muerto un pueblo 
pero no se ha muerto el hombre. 
Porque aún existe el llanto, 
el hombre está aquí en pie, 
en pie con su congoja al hombro, 
con su congoja antigua, original y eterna,
con su tesoro infinito 
para comprar el misterio del mundo, 
el silencio de los dioses 
y el reino de la luz. 
Toda la luz de la tierra 
la verá un día el hombre 
por la ventana de una lágrima... 
Españoles, 
españoles del éxodo y del llanto: 
levantad la cabeza 
y no me miréis con ceño 
porque yo no soy el que canta la destrucción 
sino la esperanza.

Franco... tuya es la hacienda...
Franco... tuya es la hacienda...
la casa, el caballo y la pistola...
Mía es la voz antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo
y me dejas desnudo y errante por el mundo...
mas yo te dejo mudo... ¡mudo!...
Y cómo vas a recoger el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?


Somos como un caballo sin memoria...
Somos como un caballo sin memoria,
somos como un caballo
que no se acuerda ya 
de la última valla que ha saltado.

Venimos corriendo y corriendo
por una larga pista de siglos y de obstáculos,
De vez en vez, la muerte...
¡el salto!

y nadie sabe cuántas 
veces hemos saltado
para llegar aquí, ni cuántas saltaremos todavía
para llegar a Dios que está sentado
al final de la carrera...
esperándonos.

Lloramos y corremos,
caemos y gritamos,
vamos de tumbo en tumbo
dando brincos y vueltas entre pañales y sudarios.









León Felipe - "Sé muchas cosas" - Poesía

Sé todos los cuentos
Yo no sé muchas cosas, es verdad. 
Digo tan sólo lo que he visto. 
Y he visto: 
Que la cuna del hombre la mecen con cuentos, 
que los gritos de angustia del hombre los ahogan 
con cuentos, 
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos, 
que los huesos del hombre los entierran con cuentos, 
y que el miedo del hombre... 
ha inventado todos los cuentos. 
Yo no sé muchas cosas, es verdad, 
pero me han dormido con todos los cuentos... 
y sé todos los cuentos.




León Felipe - "Sé todos los cuentos" - Video

León Felipe - "Qué lástima" - Poesía

¡Qué lástima
que yo no pueda cantar a la usanza
de este tiempo lo mismo que los poetas que hoy cantan!
¡Qué lástima
que yo no pueda entonar con una voz engolada
esas brillantes romanzas
a las glorias de la patria!
¡Qué lástima
 
que yo no tenga una patria!
Sé que la historia es la misma, la misma siempre, que pasa
desde una tierra a otra tierra, desde una raza
a otra raza,
como pasan
esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca.
¡Qué lástima
que yo no tenga comarca,
patria chica, tierra provinciana!
Debí nacer en la entraña
de la estepa castellana
y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada;
pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,
y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña.
Después... ya no he vuelto a echar el ancla,
y ninguna de estas tierras me levanta
ni me exalta
para poder cantar siempre en la misma tonada
al mismo río que pasa
rodando las mismas aguas,
al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.
¡Qué lástima
que yo no tenga una casa!
Una casa solariega y blasonada,
una casa
en que guardara,
a más de otras cosas raras,
un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada
(que me contaran
viejas historias domésticas como a Francis Jammes y a Ayala)
y el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla.
¡Qué lástima
que yo no tenga un abuelo que ganara
una batalla,
retratado con una mano cruzada
en el pecho, y la otra en el puño de la espada!
Y, ¡qué lástima
 
que yo no tenga siquiera una espada!
Porque..., ¿Qué voy a cantar si no tengo ni una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada?
¡Qué voy a cantar si soy un paria
que apenas tiene una capa!

Sin embargo...
en esta tierra de España
y en un pueblo de la Alcarria
hay una casa
en la que estoy de posada
y donde tengo, prestadas,
una mesa de pino y una silla de paja.
Un libro tengo también. Y todo mi ajuar se halla
en una sala
muy amplia
y muy blanca
que está en la parte más baja
y más fresca de la casa.
Tiene una luz muy clara
esta sala
tan amplia
y tan blanca...
Una luz muy clara
que entra por una ventana
que da a una calle muy ancha.
Y a la luz de esta ventana
vengo todas las mañanas.
Aquí me siento sobre mi silla de paja
y venzo las horas largas
leyendo en mi libro y viendo cómo pasa
la gente a través de la ventana.
Cosas de poca importancia
parecen un libro y el cristal de una ventana
en un pueblo de la Alcarria,
y, sin embargo, le basta
para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.
Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa
cuando pasan
ese pastor que va detrás de las cabras
con una enorme cayada,
esa mujer agobiada
con una carga
de leña en la espalda,
esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias, de Pastrana,
y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.
¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana
siempre y se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
¡Qué gracia
tiene su cara
en el cristal aplastada
con la barbilla sumida y la naricilla chata!
Yo me río mucho mirándola
y la digo que es una niña muy guapa...
Ella entonces me llama
¡tonto!, y se marcha.
¡Pobre niña! Ya no pasa
por esta calle tan ancha
caminando hacia la escuela de muy mala gana,
ni se para
en mi ventana,
ni se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
Que un día se puso mala,
muy mala,
y otro día doblaron por ella a muerto las campanas.

Y en una tarde muy clara,
por esta calle tan ancha,
al través de la ventana,
vi cómo se la llevaban
en una caja
muy blanca...
En una caja
muy blanca
que tenía un cristalito en la tapa.
Por aquel cristal se la veía la cara
lo mismo que cuando estaba
pegadita al cristal de mi ventana...
Al cristal de esta ventana
que ahora me recuerda siempre el cristalito de aquella caja
tan blanca.
Todo el ritmo de la vida pasa
por el cristal de mi ventana...
¡Y la muerte también pasa!

¡Qué lástima
que no pudiendo cantar otras hazañas,
porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón de viejo cuero, ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria
que apenas tiene una capa...
venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia!





León Felipe - "Qué lástima" - Hector Alterio - Video

sábado, 26 de noviembre de 2011

León Felipe - "Vencidos" - Poesía

Vencidos
Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar...

Y ahora ociosa y abollada 
va en el rucio la armadura,
y va ocioso el caballero, 
sin peto y sin espaldar...
va cargado de amargura...
que allá encontró sepultura
su amoroso batallar...
va cargado de amargura...
que allá «quedó su ventura»
en la playa de Barcino, frente al mar...

Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar...
va cargado de amargura...
va, vencido, el caballero 
de retorno a su lugar.

Cuántas veces, Don Quijote, 
por esa misma llanura
en horas de desaliento 
así te miro pasar...
y cuántas veces te grito: 
Hazme un sitio en tu montura
y llévame a tu lugar;
hazme un sitio en tu montura
caballero derrotado,
hazme un sitio en tu montura
que yo también voy cargado
de amargura
y no puedo batallar.
Ponme a la grupa contigo,
caballero del honor,
ponme a la grupa contigo
y llévame 
a ser contigo pastor.

Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura
de Don Quijote pasar...





"Vencidos" - Joan Manuel Serrat - Video

León Felipe - "Vencidos" - Video

León Felipe - "Perdón" - Poesía

Perdón
soy ya tan viejo
y se ha muerto tanta gente a la que yo he ofendido
y ya no puedo encontrarla para pedirle perdón!

Ya no puedo hacer otra cosa
que arrodillarme ante el primer mendigo
y  besarle la mano.

Ya no he sido bueno…
quisiera haber sido mejor
estoy  hecho de un barro
que no está bien cocido todavía.

¡Tenía que pedir perdón a tanta gente!
Pero todos se han muerto.

¿A quién le pido perdón ya?...
¿A ese mendigo?
¿No hay nadie más en España,
en el mundo,
a quien yo deba pedirle perdón?...

Voy perdiendo la memoria
y  olvidando las palabras…


Ya no recuerdo bien
Voy olvidando, olvidando, olvidando.

Las palabras se me van
como palomas de un palomar desahuciado y viejo
y sólo quiero que la última paloma,
la última palabra, pegadiza y terca,
que recuerde al morir sea ésta: Perdón.

Perdón.


































León Felipe - "Perdón" - Video

León Felipe - "Escuela" - Video

León Felipe - "Como tú" - Poesía

“Como Tú”

Así es mi vida,
piedra,
como tú. Como tú,
piedra pequeña;
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego
centelleas
bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia;
como tú,
piedra
 aventurera;
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una
 honda,
piedra pequeña
y
ligera…


León Felipe - "Como tú" - Video

León Felipe - Pero.. porqué habla tan alto el español - Poesía

Pero ¿Por qué habla tan alto el español?

Este tono levantado del español es un defecto, viejo ya, de raza. Viejo e incurable. Es una enfermedad crónica.

Tenemos los españoles la garganta destemplada y en carne viva. Hablamos a grito herido y estamos desentonados para siempre, para siempre porqué tres veces, tres veces, tres veces tuvimos que desgañitarnos en la historia hasta desgarrarnos la laringe.

La primera fue cuando descubrimos este continente, y fue necesario que gritásemos sin ninguna medida: ¡Tierra! ¡Tierra! ¡Tierra!. Había que gritar esta palabra para que sonase más que el mar y llegase hasta los oídos de los hombres que se habían quedado en la otra orilla. Acabábamos de descubrir un mundo nuevo, un mundo de otras dimensiones al que cinco siglos más tarde, en el gran naufragio de Europa, tenía que agarrarse la esperanza del hombre. ¡Había motivos para hablar alto! ¡Había motivos para gritar!

La segunda fue cuando salió por el mundo, grotescamente vestido con una lanza rota y una visera de papel aquel estrafalario fantasma de la Mancha, lanzando al viento desaforadamente esta palabra de luz olvidada por los hombres: ¡justicia! ¡justicia! ¡justicia!... ¡También había motivos para gritar! ¡También había motivos para hablar alto!

El otro grito es más reciente. Yo estuve en el coro. Aún tengo la voz parda de la ronquera. Fue el que dimos sobre la colina de Madrid, en el año de 1936, para prevenir a la majada, para soliviantar a los cabreros, para despertar al mundo: ¡eh! ¡que viene el lobo! ¡que viene el lobo!... ¡que viene el lobo!.
El que dijo tierra y el que dijo justicia es el mismo español que gritaba hace 6 años nada más, desde la colina de Madrid, a los pastores: ¡eh! ¡que viene el lobo!

Nadie le oyó. Los viejos rabadanes del mundo que escriben la historia a su capricho, cerraron todos los postigos, se hicieron los sordos, se taparon los oídos con cemento, y todavía ahora no hacen más que preguntar como los pedantes: ¿Pero por qué habla tan alto el español?

Sin embargo, el español no habla alto. Ya lo he dicho. Lo volveré a repetir: el español habla desde el nivel exacto del hombre, y el que piense que habla demasiado alto es porque escucha desde el fondo de un pozo.




Pero.. porqué habla tan alto el español - Video - Hector Alterio

León Felipe - Auschwitz - Poesía

Poema Auschwitz de Leon Felipe

(A todos los judíos del mundo mis amigos, mis hermanos)
Esos poetas infernales,
Dante, Blake, Rimbaud…
Que hablen más bajo…
¡Que se callen!
Hoy
cualquier habitante de la tierra
sabe mucho más del infierno
que esos tres poetas juntos.
Ya sé que Dante toca muy bien el violín…
¡Oh, el gran virtuoso!…
Pero que no pretenda ahora
con sus tercetos maravillosos
y sus endecasílabos perfectos
  asustar a ese
 niño judío
que está ahí, desgajado de sus padres…
Y solo.
¡Solo!
Aguardando su turno
en los hornos crematorios de Auschwitz.
Dante… tú bajaste a los infiernos
con Virgilio de la mano
(Virgilio, “gran cicerone”)
y aquello vuestro de la Divina Comedia
 fue un
 aventura divertida
de música y turismo.
Esto es otra cosa… otra cosa…
¿Cómo te explicaré?
¡Si no tienes imaginación!
Tú… no tienes imaginación,
acuérdate que en tu “Infierno”
no hay un niño siquiera…
Y ese que ves ahí…
Está solo
¡Solo! Sin cicerone…
Esperando que se abran las puertas del infierno
que tú ¡pobre florentino!
No pudiste siquiera imaginar.
Esto es otra cosa… ¿cómo te diré?
¡Mira! Este lugar donde no se puede tocar el violín.
Aquí se rompen las cuerdas de todos
los violines del mundo.
¿Me habéis entendido, poetas infernales?
Virgilio, Dante, Blake, Rimbaud…
¡Hablad más bajo!
¡Tocad más bajo!… ¡Chist!…
¡¡Callaos!!
Yo también soy un gran violinista…
Y he tocado en el infierno muchas veces…
Pero ahora aquí…
Rompo mi violín… y me callo.


León Felipe - Auschwitz - Video

León Felipe - ¡Qué pena! - Poesía

¡Qué pena!

¿Qué pena si este camino fuera de muchísimas leguas
y siempre se repitieran
los mismos pueblos, las mismas ventas,
los mismos rebaños, las mismas recuas!

¡Qué pena si esta vida nuestra tuviera
-esta vida nuestra-
mil años de existencia!
¿Quién la haría hasta el fin llevadera?
¿Quién la soportaría toda sin protesta?
¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra
al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?
Los mismos hombres, las mismas guerras,
los mismos tiranos, las mismas cadenas,
los mismos farsantes, las mismas sectas
¡y los mismos, los mismos poetas!

¿Qué pena,
que sea así todo siempre, siempre de la misma manera! 






León Felipe - ¡Qué pena! - Video

sábado, 12 de noviembre de 2011

UN HOMBRE EN SOLEDAD (1) – Roberto Fontanarrosa


La primera vez en mi vida que escuché el nombre de Bruno Gentile fue en boca del Jefe de redacción, cuando me llamó a su despacho con mucha urgencia.


Ahora estoy caminando por un espigón de maderas semipodridas, acompañado de Laborde (el fotógrafo que me han asignado) y Olivio Funes, el hombre que nos pasó la información. Comprendo que no podre­mos seguir la marcha. A nuestro frente hay un río anchuroso y marrón. Corre de izquierda a derecha, en sentido contrario a las agujas de un reloj. Funes me informa: se trata del Paraná.
(El Paraná se origina en Brasil, donde toma el nom­bre de río Grande, recibe las aguas del Paranaíba y re­corre la depresión continental hasta la llanura argen­tina. Se le ha intentado dar variados usos, pero se ex­plota, más que nada, en una de sus ventajas más reco­nocidas: la navegación.)


Mis temores ante la interrupción de nuestra bús­queda periodística se disipan: Funes ha contratado un viejo velero que, con velamen desplegado, nos aguar­da al final del espigón. El mismo Funes nos presenta el responsable de la nave, un rudo marino, en cuya piel se nota la corrosión producida por la sal de mu­chos mares. Hay partes, como sus dientes, donde se adivina el hueso.
—Dumas —nos dice Funes, en tanto el marino me extiende una mano rugosa y pesada como una tortu­ga. El capitán se quita el guante que cubre su diestra y del guante cae una catarata de agua que ha estado allí, apresada, vaya a saber desde qué tormenta tropical.
—Mi nombre es Dumas —me repite el navegante mientras apresa mi mano— Igual que el inmortal na­vegante solitario ¿Lo recuerda?
Sin duda detecta en mi rostro un gesto de aflicción.
—Lo veo emocionarse ante ese nombre —me dice.
—No —le aclaro.— Es que me está destrozando los dedos.
El marino, abandona el varonil saludo, confuso.
—Es que mi mano está acostumbrada a pilotear en las tempestades — se disculpa. Y oculta su diestra, co­mo avergonzado, bajo el capote parafinado que cubre su cuerpo. Sin embargo, alcanzo a observar un tatuaje casi en la muñeca.
—¿Qué significa ese extraño tatuaje? —le pregunto. Veo que Dumas se conmociona. Está turbado. Aspira hondo y retrocede un par de pasos. Funes se me acerca.
—Se pone muy mal cuando se lo mencionan —me avisa. Pero ya Dumas se acerca de nuevo hacia mí y creo ver empañadas sus pupilas.
—A usted no puedo engañarlo —me dice. —Es una calcomanía que robé a mi hijo menor. Venía con unos caramelos masticables.
Funes se ha conmovido. Toma a Dumas por el hombro y comenta:
—No quise dejar nada librado al azar. Dumas es un viejo lobo de río. Déjele su tarjeta, Dumas —le reco­mienda luego al marino.
—Tengo mil anécdotas para su revista, señor Tardelli —me informa éste.— Sucesos marineros que me es­tremezco de sólo recordarlos. Déjeme que le cuente la vez que encallamos en el remanso Valerio.
El tiempo, ese tirano, nos apremia.
—Perdóneme Dumas —lo corto.— Tengo apuro en partir. Disponga las maniobras para zarpar. Usted es el capitán.
—En realidad —confiesa— yo soy maestro jardinero. Me volqué a la náutica por esas cosas del destino.
—¿Por qué abandonó su vocación por los jardines de infantes?
—Detesto a los niños.
A pesar de eso, Dumas se muestra como un efi­ciente capitán. El velero reluce de proa a popa. Se lo hago notar.
—Todas las noches —me informa Dumas— quito las velas y se las llevo a mi madre para que las lave.
—Debe ser una tarea muy pesada para ella —me aflijo.
—Le gusta. Y nada de lavarropas. Las lava en la ba­tea. Tabla y jabón pinche, la pobre santa. Lo que la cansa es estrujarla. Especialmente la cangreja y el petifoque. Ayer dijo que después de estrujarlas sentía algo acalambrados los brazos. Acá —se oprime el ante­brazo.— Ya no es la de antes.
Noto que lo emociona el recuerdo de su madre. Le cambio de conversación.
—¿Tendremos buen viento hoy?
Dumas se moja con los labios el índice de la mano derecha y lo eleva.
—No hay viento —me notifica. Debe tener una gran sensibilidad, ya que lleva los guantes puestos. —Pero hay refucilos. Está por levantarse tormenta.
Aquello me inquieta. Los relámpagos continúan en medio de una calma notable. La típica calma que precede a los meteoros. Me han hablado de las tem­pestades litoraleñas. Y por algo registra ciertos tonos desgarrantes la voz de Ramona Galarza.
Nos hemos calmado. No eran relámpagos. Era Laborde, el fotógrafo, probando la recarga del flash. Laborde, en realidad, no es fotógrafo. Es director de cine. Trabaja de fotógrafo momentáneamente desde hace seis años. Su verdadero trabajo es la filmación de cortometrajes. Debido a los elevados precios de la pe­lícula virgen su último trabajo fue un cortometraje corto. Un análisis revisionista de la obra de Einstein desde la óptica de la crítica ecológica. Dos minutos y medio que no tienen desperdicio. Justamente lo escucho hablando con Funes cuando Funes dice:
—Me gustaría ver alguna vez esa película cuando tenga dos minutos y medio libres. Mi tiempo no me alcanza, ciertamente. Yo soy contacto de ventas y jefe de relaciones públicas de la Editorial en Rosario. Pero en realidad, soy modelo. Por eso le pido que, cuando comience a sacar fotos, me avise. Tengo un solo perfil favorable y me lleva un tiempo recordar cuál es. Tal vez a su revista podría interesarle contar con un dossier de fotografías mías.
Veo que Laborde le contesta afirmativamente con la cabeza y prosigue limpiando sus filtros. Ya nos he­mos puesto en marcha y Funes ahora se acerca a mí.
—¿Qué es lo que sabe sobre Bruno Gentile?
El informe de Naveira Sosa fue breve y conciso.
—Atendeme bien, flaquito —me dijo apenas me hu­be acomodado en el sillón frente a su escritorio.— Acabamos de recibir un anónimo de Funes, nuestro hombre de ventas y relaciones públicas en Rosario.
—¿Cómo saben que es de él? —le pregunté.
—Porque lo escribió en el dorso de una tarjeta su­ya. Tenés que rajar urgente para allá. Ahora mismo. Pero de eso... ni una palabra a nadie. Puede ser nota de tapa. Ahora te averiguo qué fotógrafo te puede acompañar. Te vas ya. Tenemos que adelantarnos a la competencia. Si podés, esta noche mismo estás de vuelta. Si no podemos meterlo en tapa por lo menos lo metemos en el pliego color.
—¿En tapa? —me asusté.— ¿De qué se trata?
Naveira Sosa hizo un gesto desdeñoso con la mano.
—Por lo menos para saber cómo ir vestido —insistí.
—Andá vestido. Andá vestido —me tranquilizó.—No puedo adelantarte mucho. Sólo puedo darte un nombre: Bruno Gentile.
En eso entró Ferreyra con un diagrama en la mano.
—El pliego color cierra a las siete —dijo. Naveira Sosa se agarró la cabeza, se alisó los pocos cabellos rubios que le quedan, echándose riesgosamente hacia atrás en su sillón giratorio. Se tutea con el peligro.
—Bueno, bueno —pareció conformarse.— Ya veré cómo hago. ¡Qué cosa! ¡No sé por qué no seguí con la cría de gallinas, que es lo único que me gusta!
Yo salí a escape para Aeroparque. Estoy acostum­brado a este tipo de notas. Pero estoy en esto porque necesito dinero. En realidad yo soy escritor. Desde hace ocho años tengo terminada una novela de 576 páginas. Sólo me falta escribirla. Pero está pensada hasta en su tipografía. Conseguí el prólogo de Sábato. Cuando terminé de contársela me dijo que sería inte­resante que también consiguiera quien me escribiese el epílogo.


Oigo un gran estrépito. Todos caemos en cubierta. " ¡Atención al amarre!" escucho que grita Dumas.


Ya estamos en tierra. Laborde ha comenzado a to­mar fotos. Funes logra salir en algunas.
—Dumas —le digo al capitán. —Sería bueno que usted nos acompañara. Necesitaremos un hombre con su sentido de la orientación.
—Lo lamento pero será imposible —se conduele el marino.— Es increíble cómo me mareo en tierra.
Me suena sincero. Lo veo a punto de vomitar.
—Sí —agrega.— Pienso que es el movimiento de ro­tación del planeta lo que me perturba.
—Espérenos acá, entonces —lo reconforto.— De cualquier modo, su trabajo ha sido perfecto.
—Es la experiencia, señor Tardelli —Tardelli es mi apellido.— No debe olvidar que yo hice la conscrip­ción en el "Nautilus".
Nos vamos. Antes, Funes le deja a Dumas su tarjeta.


Nos hemos detenido en un claro de la vegetación generosa de la isla. El claro tiene la particularidad de que, dentro de su perímetro, hay menos maleza. Con­verso con Funes.
—¿Qué se supone que debemos hacer ahora? —le pregunto.
—Debemos contactarnos con el "Nutria" Ochoa.
—¿Quién es el "Nutria" Ochoa?
—Un trampero. Un hombre de una habilidad excep­cional en la caza de la vizcacha.
—¿Y por qué le dicen "El Nutria"? —me asombro.
—Será para desconcertar a las vizcachas.
—¿Y cómo vamos a hacer para encontrarlo?
—Ya va a aparecer —suena seguro Funes— Es un hombre que no se mueve de la provincia de Santa Fe.
—¿El sabe algo sobre Bruno Gentile?
—Sí.
—O sea que encontrarlo es nuestro próximo paso.
—Sí.
No soy muy optimista al respecto. Decido que si­gamos caminando. Pero debo reconocer que la suerte no me abandona. Pasos más allá, mi pie derecho es atrapado por una trampa carpinchera. Siento que se me lacera la carne de la pantorrilla. Mis acompañan­tes corren a ayudarme. Trato de no gritar, pero los alaridos que se escuchan no pueden provenir de otra persona que no sea yo. De cualquier manera, una voz nos paraliza.



—¡Quietos todos!
Nos damos vuelta. A unos quince metros, emer­giendo de la picada que venimos transitando, vemos un hombre vestido humildemente. De sus ropas pen­den todo tipo de trampas y hasta tiene anzuelos ensar­tados en sus mangas raídas. Nos apunta con una caña de pescar, como si fuese un rifle y a su lado, amena­zante, se halla una nutria, inmóvil.
El primero en reaccionar es Laborde, con esa in­consciencia propia de los fotógrafos. Saca su creden­cial y se adelanta hacia el aparecido.
—¡Somos periodistas! —le grita.
—¡No se acerque! —ordena el hombre, haciendo gi­rar el reel de su caña como quien apestilla un arma de fuego.
—¡Periodistas! —reitera Laborde.
—Si quieren comprar vizcacha, el descuento para periodistas ya no corre —lo desalienta el otro— ¡Y no se me acerque!
—Nos está apuntando usted con su caña. —Le se­ñala Funes.
—Con una caña soy más peligroso que con un rifle. Con dos cañas no me detiene ni un batallón. Y con un porrón entero puedo hacer cualquier desastre —nos advierte el trampero.
—Sólo queremos hacerle algunas preguntas —pro­cura tranquilizarlo Funes. Es obvio que estamos ante el legendario "Nutria" Ochoa. El "Nutria" baja la caña y se adelanta.
—¿Es para alguna encuesta? —pregunta.
Laborde se retrasa temeroso. Señala la nutria.
—¿No hace nada ese animal? —lo oigo preguntar.
—¿Esta nutria? —casi se burla Ochoa.— En los 40 años que la tengo nunca ha tocado a nadie.
—¿40 años? —pregunto.— ¿Cuánto viven esos ani­males?
—Unos 20 años. Pero así embalsamadas duran co­mo 200.
Ahora sí, noto la sospechosa inmovilidad del ani­mal.
—Queremos hacerle algunas preguntas —intento cal­mar al hombre.— Nada más. Pero antes sáqueme esto. Usted es trampero y debe saber cómo se abre.
Ochoa reduce su actitud belicosa. Se acerca estu­diando el cepo que me tiene atrapado por la pierna.
—No soy trampero —me aclara. —Soy cantor. Tuve que dedicarme a la caza de la vizcacha por cosas de la vida. Pero en verdad soy cantor.
—¿Y qué cantaba? —pregunta Laborde. Ochoa alza su mirada hacia él y veo en sus ojos una densa neblina.
—Una canción —dice—. Pero hace mucho. Ya no recuerdo la letra. Ni la música. Pero si usted quiere se la puedo bailar.
El dolor en la pierna me resulta difícil de soportar.
—No gracias —lo disuado, cuando ya Ochoa amaga un paso de baile. Vuelve a acuclillarse y me quita la trampa.
—Me arruinó usted una trampa —me reprocha—. ¿No se comió también el cebo?
—¿Conoce a Bruno Gentile? —lo interpelo.
—Sí. Lo conozco.
—Lo estamos buscando.
—A esta hora lo pueden encontrar. Deben ser... —Ochoa se rasca la barbilla y mira el cielo— ...las dos y veinticinco.
—¿Cómo hace para saberlo?
Ochoa señala hacia arriba.
—Porque allá va el vuelo de Aerolíneas que sale a las y veinte desde Fisherton.
Comprendo que debo aprovechar la locuacidad de Ochoa. Le acerco el micrófono de mi grabador.
—¿Qué sabe de Bruno Gentile? —lo acucio.
—Aléjeme ese micrófono.
—¿Por qué?
—Porque cuando veo un micrófono me dan ganas de cantar —su cara es una máscara de aflicción—. ¡Y no me acuerdo la letra! Yo soy cantor ¿sabe? Una vez me llamaron para...
—Sabemos que es cantor. ¿Qué sabe usted de Bruno Gentile?
Ochoa gira y contempla el paso incesante de las aguas. Entrecierra los ojos y recuerda:
—Yo fui el primero que supe de la presencia de Bruno Gentile en esta isla. Estaba pescando en el Charigué y saqué un armado chancho de este porte —grafica con sus manos un tamaño desmesurado—. Eso no es nada raro en mí, que tengo una relación especial con los armados chancho. Lo raro es que el pescado estaba pintado. Pintado con pintura.
—¿Pintado? —nos asombramos.
—Pintado de todos colores. A franjas. Era hermoso. Pero no servía para comer. Recuerdo que me quedé pasmado. ¡Y mire que yo he visto pescados! Una vez saqué una bruja del agua que tenía lentes, usted no me lo va a creer. Pero nunca había sacado un pes­cado pintado así. Y cuando entro a mirar a mi alre­dedor, estaba todo pintado, los árboles, las piedras, las hojas de las plantas, los animalitos pequeños. Todo. Comprendí que había llegado un pintor a la isla.
Se queda callado un instante. Luego se toca el pecho con sus dedos cortajeados.
—Yo, el Nutria Ochoa, fui el primero que supe que un hombre de la ciudad había venido a vivir a la isla solamente para pintar.
—¿Y dónde podemos encontrar a Bruno Gentile? —lo urjo, rompiendo el encantamiento en que se halla.
—A Bruno Gentile lo pueden encontrar... —señala vagamente. Oímos ladridos, lejanos—. ¡Perros! —se inquieta Ochoa— ¡Perros de policía!
—¿Cómo sabe que son de policía? —pregunta Funes.
—Porque me vienen siguiendo.
—¿Por qué? —le pregunto a Ochoa—. ¿Está fuera de la ley? ¿Es un cazador furtivo?
—No —me dice, recogiendo su nutria embalsama­da—. Es por lo del Casino de Paraná.
—¿Cómo?
—Apenas vendo unas cuantas vizcachas me voy al casino de Paraná. Ahí hago trampas con las cartas. Trampas en el juego. Por eso dicen que soy tram­pero —los perros se escuchan más cercanos—. Tengo que dejarlos...
Ochoa comienza a correr hacia la espesura. Se da vuelta, de pronto.
—A su revista le convendría una nota sobre un cantor... —me grita. Funes lo alcanza y le extiende algo.
—Le dejo mi tarjeta —le aclara—. No perdamos el contacto. Si necesito animar alguna fiesta, lo llamo.
—¿Dónde vive Bruno Gentile? —la misión perio­dística me enerva.
—¡Vayan al quincho del sauce! —nos grita—. ¡Ahí el mozo les va a decir! Y desaparece entre las malezas.
           —De acuerdo —aceptó— de acuerdo. Es razona­ble... es razonable... Este...
Observó con detención al sumariante. Parecía que estaba pensando. Pero en realidad estaba eligien­do—. Bermúdez, deje la máquina. Haga la parte de la señorita.
Un fugaz hálito de espanto atravesó los ojos del sumariante.
—¿Yo, comisario? —balbuceó.
—Sí. Rápido. Siéntese en la silla. Vamos. Es una formalidad, Bustamante. No interfiera la investiga­ción.
El sumariante abandonó la máquina de escribir en el suelo y tomó asiento.
—Muy bien, Pendino —prosiguió Marconi—. ¿Qué pasa después?
—Bueno... ehhh... —rememoró Pendino—. Yo me acuerdo que la señorita me hablaba. Me hablaba, me conversaba...
—Pero... ¿Qué le decía?
—No recuerdo —frunció la cara Pendino—. De eso no me acuerdo. Pero era una cosa... este... amable. ¿No? Simpática... ¿Cómo decirle?
—Bueno, bueno, no tiene importancia —subes­timó el comisario—. Vamos más que nada a las acciones. A ver Bermúdez, hable... Háblele acá al acusado.
—¿Yo? —se puso una mano en el pecho el suma­riante.
—Sí. Usted le está hablando a Pendino. Han entra­do a la piecita, posiblemente con propósitos poco claros. Pendino ha cerrado la puerta y usted se ha sentado en la silla y le habla...
Bustamante, envarado en su asiento, las manos sobre las rodillas, se mordisqueaba el labio supe­rior. Volvió a mirar al comisario.
—¿Qué le digo? —preguntó.
—No sé, Bermúdez. No sé —se impacientó Marconi—. Pero hable...
—Bueno... eh... —pareció decidirse el sumarian­te—. En el día...
—¡Bermúdez! ¡Bermúdez! —lo cortó, estentórea, la voz de Marconi—. ¿Usted piensa que una señorita va a estar sentada así? ¿Usted vio cómo está sen­tado, Bermúdez? ¿Vio cómo está sentado?
El sumariante paseó una mirada trémula sobre su propio cuerpo, contraído y erecto.
—¿Piensa que una señorita se sentaría así? —cas­tigó Marconi.

El mundo ha vivido equivocado 




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