jueves, 10 de febrero de 2011

Bahía de Todos los Santos - Guía de calles y misterios - Jorge Amado

Secreta y manifiestamente los escritores suelen estar vinculados a un determinado ámbito geográfico cultural.
Praga resuena en las páginas de Kafka; Arlt sería inconcebible sin Buenos Aires; Onetti erigió su fantasmal Santa María en los territorios del Plata. Jorge Amado ha nutrido su obra con todas las savias bahianas.
Apenas sí hay alguna novela del gran escritor brasileño que no tenga al estado o a la ciudad de Bahía como explícito marco y fondo inspirador. Pero Amado decidió ir más lejos y rendirle un homenaje sin mediaciones, directo, pleno.
Nació así Bahía de Todos los Santos, donde la ciudad es aprehendida desde los más diversos e insólitos ángulos. Este libro constituye una guía que nos brinda la atmósfera, las calles, las condiciones de vida, el misterio, la magia, la fiesta, la dura y dramática realidad de la pobreza al lado de la belleza del paisaje y de la cordialidad de los habitantes de la espléndida ciudad de Salvador de Bahía.
Por otra parte uno de los mayores artistas brasileños, el muralista, pintor y dibujante Carlos Bastos, bahiano cuya obra se encuentra profundamente ligada a la ciudad, ilustró el texto de Amado con más de un centenar de dibujos. Nadie más indicado para colaborar en este panel sobre Bahía que el artista responsable de las primeras manifestaciones de arte moderno en aquel estado nordeste de Brasil. 




Bahía de Todos los Santos - Guía de calles y misterios - Jorge Amado

INVITACIÓN

Y cuando la guitarra gima en las manos del cantor de serenatas, en la calle trepidante de la ciudad más agitada, muchacha, no tengas ni un minuto de duda. Atiende al llamado y ven. Bahía te espera con su fiesta cotidiana. Tus ojos se inundarán de pintoresquismo, pero también se entristecerán ante la miseria que sobra por estas calles coloniales donde se elevan, violentos, flacos y feos, los modernos rascacielos.
¿Oyes? Es el llamado insistente de los atabales en la noche miste­riosa. Si vienes, ellos tañerán todavía más alto, con el poderoso toque del llamado del santo, y los dioses negros llegarán de las selvas del África para bailar en tu honor. Con los vestidos más bellos, bailando las danzas inolvidables. Las iaós cantarán en yoruba los cánticos de salu­tación.
Los saveiros abrirán sus velas y rumbearán hacia el mar ancho de tempestades. Del viejo fuerte vendrá una música antigua, vals olvidado que sólo el ex soldado recuerda. Los vientos de Yemanjá apenas serán una dulce brisa en la noche estrellada. El río Paraguaú murmurará tu nombre y las campanas de las iglesias de repente tocarán el Ave María, a pesar de que el crepúsculo ya pasó con su desesperada tristeza.
En el Mercado das Sete Portas, en pobres platos de latón el sarapatel te espera, oscuro y sabroso. Los potes y vasos de barro que compra­rás, las redes para hacer la siesta, los inhames y mandiocas, las frutas coloridas. Si vienes, la feria tendrá otra animación, beberemos cachaba con hierbas aromáticas.
Los viejos caserones te esperan. Los azulejos vinieron de Portugal y, gastados, hoy son todavía más bellos. Allá dentro la miseria murmura en las escaleras por donde las ratas corren, en las piezas inmundas. Las piedras con que los esclavos hicieron las calles, cuando el sol las ilumi­na al mediodía, tienen manchas de sangre. Sangre esclava que corrió por esas piedras en los antiguos días. En los caserones vivían los seño­res de los ingenios. Ahora son los conventillos más abyectos del mundo.
Verás las iglesias, grávidas de oro. Dicen que son trescientas se­senta y cinco. Tal vez no sean tantas, pero, ¿qué importa? ¿Dónde está la verdad cuando nos referimos a la ciudad de Bahía? Nunca se sabe qué es verdad y qué es leyenda en esta ciudad. En su misterio lírico y en su trágica pobreza la verdad y la leyenda se confunden. Si llegas a subir al Tabuáo, zona de mujeres que ya perdieron la última parcela de esperan­za en los quintos pisos de edificios deformes, nunca sabrás con certeza si es una calle maravillosa de pintoresquismo con sus ventanas coloniales y sus puertas centenarias o si no es más que un enorme hospital, sin médicos, sin enfermeras y sin remedios. ¡Ah! muchacha, esta ciudad de Bahía es múltiple y desigual. Su eterna belleza, sólida como la de ningu­na otra ciudad brasileña, nace del pasado, estalla en los pintorescos muelles, en las macumbas, en las ferias, en las cortadas y en las laderas, su belleza tan poderosa como se ve, se palpa y se huele, belleza de mujer sensual, esconde un mundo de miseria y de dolor. Muchacha, yo te mostraré lo pintoresco, pero también te mostraré el dolor.
Ven y seré tu cicerone. Juntos comeremos en el Mercado, sobre el mar, el vatapá con pimienta, y la dulce cocada. Seré tu cicerone, pero no te llevaré sólo a los barrios ricos, de casas modernas y confortables. Barra, Pituba, Graqa, Vitoria, Morro do Ipiranga. En ómnibus repletos iremos a la Estrada da Libertade, barrio obrero, donde descubrirás la miseria oriental repitiéndose en los tugurios de las invasóes, Massaranduba, Coréia, Cosme de Faria, Uruguai, iremos a los conventillos infames, cruzaremos los puentes de barro de los Alagados.
En éste un extraño guía, muchacha. Con él no verás sólo la cascara amarilla y linda de la naranja. Verás, también, los gajos podridos que repugnan al paladar. Porque Bahía es así, mezcla de belleza y de sufri­miento, de satisfacción y de hambre, de risas alegres y lágrimas dolien­tes.
Cuando la guitarra gima en las manos del cantor de serenatas nacido en Bahía, hijo de su poesía y de su dolor, no pienses siquiera, pues la mágica ciudad te espera y yo seré tu guía por las calles y por los misterios. Tus ojos se llenarán de pintoresquismo, tus oídos escucharán cuentos que sólo los bahianos saben contar, tus pies pisarán los mármo­les de las iglesias, tus manos tocarán el oro de Sao Francisco, tu corazón latirá más rápido al son de los atabales. Pero también sentirás dolor y rebelión y tu corazón se encogerá de angustia ante la procesión fúnebre de los tuberculosos en la ciudad de mejor clima y de mayor porcentaje de tísicos del Brasil. La belleza vive en esta ciudad misteriosa, muchacha, pero tiene una compañera inseparable, el hambre.
Si no eres más que una turista ávida de nuevos paisajes, de nove­dades para fortalecer un corazón harto de emociones, viajera de pobres aventuras ricas, entonces no tomes a este guía. Pero si quieres verlo todo, en el ansia de aprender y de mejorar, si quieres realmente conocer Bahía, entonces ven conmigo y te mostraré las calles y los misterios de la ciudad de Salvador y te irás de aquí con la seguridad de que este mundo está errado y que hay que rehacerlo para bien. Porque no es justo que tanta miseria quepa en tanta belleza. Un día regresarás, quizás, y por entonces habremos reformado al mundo y sólo la alegría, la salud y la abundancia cabrán en la belleza inmortal de Bahía.
Si amas a la humanidad y deseas ver a Bahía con ojos de amor y de comprensión, entonces seré tu guía. Reiremos juntos y juntos nos rebe­laremos. Cualquier catálogo oficial o de simple propaganda te dirá cuánto costó el Elevador Lacerda, la edad exacta de la Catedral, el número cierto de los milagros del Senhor do Bonfim. Pero yo te daré mucho más, pues te hablaré del color y de la poesía, te contaré del dolor y de la miseria.
Ven, Bahía te espera. Es una fiesta, y también un fuñe ral. El cantor de serenatas canta su llamado. Los atabales saludan a Exu a la hora sagrada del padé. Los saveiros cruzan el mar de Todos os Santos, más allá está el río Paraguay. Es suave la brisa sobre las palmas de los cocoteros en las playas infinitas. Un pueblo mestizo, cordial, civilizado, pobre y sensible habita en este paisaje de ensueño.
Ven, Bahía te espera.




Bahía de Todos los Santos - Guía de calles y misterios - Jorge Amado

QUIEN PROTEGE LOS CAMINOS DE LA CIUDAD

Quien protege los caminos de la ciudad de Salvador da Bahia es Exu, uno de los orixás más importantes en la liturgia de los candomblés, orixá del movimiento, confundido por muchos con el diablo en el sincre­tismo con la religión católica, pues es malicioso e impaciente, no sabe estarse quieto, le gusta la confusión y el barullo. Apostado en las encru­cijadas de todos los caminos, escondido en la media luz de la aurora o del crepúsculo, en el despuntar de la mañana, al caer de la tarde, en la oscuridad de la noche. Exu guarda su ciudad bienamada. ¡Ay de quien quiera desembarcar aquí con malas intenciones, con el corazón lleno de odio o de envidia, o se dirija hacia aquí tocado por la violencia o la amar­gura!, la gente de esta ciudad es dulce y cordial y Exu cierra sus caminos a la falsedad y a la perversión.
La primera obligación que hay que cumplir cuando se ponen los pies en esta tierra, cuando aquí se desembarca, es dar de beber a Exu para conquistar sus buenas gracias e impedir que venga a perturbar la fiesta con sus diabluras y perrerías. Para no caerse en una ladera de piedras negras y antiguas, para no asustarse en un callejón de fantasmas, para evitar los hechizos, las brujerías y los ensalmos.
Exu bebe cachaba, pero si no la hay acepta sustitutos tales como el whisky o el vodka. Aunque lo ideal es el aguardiente de caña de azúcar, destilada en alambique de barro, si es posible. La cachaba destilada en alambique de barro es cosa fina, por eso se la llama punta. La mejor ca­chapa de Bahía viene de Santo Amaro da Purificagáo, ciudad del Recón­cavo, corazón de la zona azucarera, tierra de Caetano Veloso y de Emanuel Araújo. Entre las cachabas de Santo Amaro más conocidas y cele­bradas por su calidad se encuentra la "Azuladinha", la "Agua Fria", y la "Dos Amigos", ésta de enorme reputación.
Es aconsejable que el viajero, al pretender ingerir bebida alcohólica, destine el primer trago a Exu, derramándolo discretamente sobre el piso. Así quedará bajo su protección y todos los caminos se abrirán para darle paso, tanto los que conducen a los misterios de Salvador, a su belleza y a su intimidad, como los que llevan al corazón de las mujeres —mujeres morenas de Bahía, gama de colores que van del marfil al cobre, y de gracejo infinito.


LA FUERZA DEL PUEBLO

El pueblo es más fuerte que la miseria. Impávido, resiste las pruebas, vence las dificultades. De tan difícil y cruel, la vida parece imposible y, sin embargo, el pueblo vive, lucha, ríe, no se entrega. Hace sus fiestas, baila sus danzas, canta sus cantares, suelta su libre carcajada, jamás vencido. Hasta el trabajo más pesado, como la pesca del xaréu, se vuelve fiesta. En la ocasión, el pueblo canta y baila. En la tierra o en el mar, en los saveiros y en las jangadas y en las canoas. Por eso mismo, Bahía es rica en fiestas populares. Fiestas de calle, de iglesia, de candomblé. Con­servan todas ellas nuestra marca original de cruzamiento, la marca de nuestra civilización mestiza.






Bahía de Todos los Santos - Guía de calles y misterios - Jorge Amado

CORRE EL MISTERIO POR LA CIUDAD COMO ACEITE

Corre el misterio por la ciudad como aceite. Pegajoso, todos lo sien­ten. ¿De dónde viene? Nadie lo puede localizar perfectamente. ¿Vendrá del batir de los candomblés en las noches de macumba? ¿De los hechizos por las calles en las mañanas de lecheros y panaderos? ¿De las velas de los saveiros en los muelles del Mercado? ¿De los capitanes de la arena, aventureros de once años de edad? ¿De las innumerables iglesias? ¿De los azulejos, de los caserones, de los negros risueños, de la pobre gente vestida de colores abigarrados? ¿De dónde viene ese misterio que rodea y sombrea a la ciudad de Bahía?
"Roma negra" la llamaron. "Madre de las ciudades del Brasil" portuguesa y africana, llena de historias, legendaria, maternal y valerosa. En ella se objetiva, como en la leyenda de Yemanjá, la diosa negra de los mares, el complejo de Edipo. Los bahianos la aman como madre y aman­te, con una ternura entre filial y sensual. Aquí están las grandes iglesias católicas, las basílicas, y aquí están los grandes terreiros del candomblé, el corazón de las sectas fetichistas de los brasileños. Si el Arzobispo es el Primado del Brasil, el padre Martiniano do Bonfim era una especie de Papa de las sectas negras en todo el país y la Mae Menininha es la Papisa de todos los candomblés del mundo. Los padres de santo y las madres de santo de Bahía hacen candomblés en Recife, en Río, en Porto Alegre. Y van, como obispos en viaje pastoral, acompañados de enormes comitivas. De todo eso surge un misterio denso sobre la ciudad que llega al corazón de todos.
No hay ciudad como ésta, por más que se la busque porl os caminos del mundo. Ninguna con sus historias, con su lirismo, su pintoresquis­mo, su honda poesía. En medio de la terrible miseria de las clases pobres nace la flor de la poesía, porque la resistencia del pueblo está más allá de toda imaginación. De él, de ese pueblo bahiano, viene el lírico misterio de la ciudad, misterio que completa su belleza.
La ciudad de Bahía se divide en dos: la ciudad baja y la alta. Entre el mar y el morro, la ciudad baja es de gran comercio. Las casas exporta­doras, los representantes de firmas de otros estados y del extranjero, los bancos, las sociedades anónimas, la Asociación Comercial y el Instituto del Cacao. Antiguamente, cuando el mar no se quebraba en los muelles, cuando venía hasta los fondos del Café Pirangi, esta parte de la ciudad era típicamente portuguesa, con sus caserones, sus azulejos, sus incómo­das escaleras, su olor a mercaderías importadas, tan característico de los almacenes y depósitos. Las calles más cercanas al morro y las laderas que parten en busca de la ciudad alta, iglesias como la de la Conceicáo da Praia, que vino desde Portugal lista para ser armada, todo eso recuerda a las ciudades portuguesas. Pero en la parte conquistada al mar, donde antes estaba el arenal del muelle, las construcciones modernas ya no recuerdan la colonización lusitana. Edificios como el del Instituto del Cacao, los modernos edificios de cemento armado, los rascacielos cons­truidos en esa área, la primera que ve el turista que llega por mar, mo­dificaron la primera impresión que se tenía de la ciudad. Es verdad que, en seguida, el viajero se encuentra ante el edificio de la aduana, típica­mente portugués, construido durante el reinado de don Joáo VI, donde hoy se encuentra el Mercado Modelo.
En la estrecha faja de tierra entre el mar y la montaña, donde hay unas pocas calles paralelas y algunos callejones que las cortan y laderas que suben al morro, la ciudad baja se desenvuelve bajo la protección de un monumento al Visconde de Cairu que se levanta frente a la Associacáo Comercial, de estilo neoclásico inglés, una casa bellísima. En sus proxi­midades queda la Mesa de Rendas Estadual. Esos dos edificios y el de la aduana son admirables caserones antiguos, de anchas paredes y gruesas puertas. Aquí ya estamos en un mundo portugués adoptado por el negro.
Varias laderas unen la ciudad baja con la alta. La más importante es la Ladeira da Montanha, abierta en el morro, en cuya cuesta se abren agujeros donde trabajan herreros y donde, por increíble que parezca, habitan familias. Casas cuyas fachadas sencillas dan hacia las laderas, bajan el morro en una sucesión de pisos hacia abajo, especies de rasca­cielos al revés. Quedan atrapadas en el morro como si fuesen anchas y extrañas escaleras. Su colorido rosa o azul brilla entre el verdor de la montaña.
Más allá de la ciudad baja, en el contorno de la bahía, está la península de Itapagipe, barrio proletario y de la pequeña burguesía po­bre, separado de! resto de la ciudad por una larga calle que parte de la Associacáo Comercial y llega hasta la Calcada. Ahí se encuentra la céle­bre Feira de Agua dos Meninos que un incendio devoró poco antes de ser también tragado por el fuego el Mercado Modelo. En reemplazo de la célebre feria funciona hoy la Feira de Sao Joaquim, un poco más adelan­te, al lado del edificio de Petrobrás, frente al Orfanato de Sao Joaquim que es una de las casas coloniales más bellas de Bahía.
La ciudad alta, exceptuando sus calles céntricas comerciales, es residencial, abriéndose en barrios camino al mar y subiendo por colinas y laderas.
Por la noche, el silencio puebla la ciudad baja. Duerme en los mue­lles, las casas comerciales cerradas, los bancos sin movimiento, los case­rones, y los saveiros con las velas arriadas. La ciudad alta se mueve hacia los cines, hacia las fiestas, hace visitas. Los elevadores, a esas horas, casi no tienen clientela.
Las dos ciudades se completan, sin embargo, y sería difícil explicar de cuál de las dos proviene el misterio que envuelve a Bahía. Porque el viajero lo siente tanto en la ciudad baja como en la alta, por la mañana y por la noche, en el silencio de los muelles o en los ruidos de la multitud en la Baixa dos Sapateiros. El misterio de esta ciudad es imposible de ex­plicar. Es un secreto que nadie conoce, quizá llega desde su pasado, de la sombra del fuerte viejo sobre el mar, quizá llega de su pueblo mestizo y alegre, quizá del mar donde reina Ynaé, quizá de la montaña tapizada de verdor y salpicada de casas. Lo cierto es que todos lo sienten. Rueda sobre Bahía, es como aceite que la envolviera. Cuando en la noche solitaria de la ciudad baja el ruido del lejano latir de! candomblé coincide con el encuentro de una pareja de mulatos que se va a los muelles a hacer el amor, el forastero se da cuenta de que ésta es una ciudad diferente y que en ella existe algo que alegra los corazones.
Es una ciudad negra, pero también es una ciudad portuguesa. ¿Para qué dar explicaciones? Basta con que la amemos como ella lo merece.                                                                  ;
Con un amor que no trate de esconder sus llagas, tan a la vista. Que no trate de negar la existencia de las bandas de Capitanes de la Arena, que roban y asaltan porque tienen hambre. Bahía no necesita benevolencia. Necesita sí, comprensión y apoyo para que su misterio se libere de la miseria, para que su belleza no se manche con el hambre.
No es necesario explicarla. Pues su misterio es como un aceite que se escurre del cielo y del mar y lo envuelve todo, cuerpo, alma y crazón.






Bahía de Todos los Santos - Guía de calles y misterios - Jorge Amado

BAHIANO ES UN ESTADO DE ESPÍRITU

Bahiano es quien nace en Bahía, quien tuvo ese alto privilegio, pero también significa un estado de espíritu, cierta concepción de vida, casi una filosofía, una determinada forma de humanismo. Es por eso que hombres y mujeres nacidos en otras playas, a veces en distantes playas, se reconocen bahianos apenas llegan a la orilla de este mar de saveiros, a la sequedad de este sertón de vaquerías y de milagros, a los rastros de este pueblo de tanta resistencia y de tanta gentileza. Y como bahianos son reconocidos, pues en seguida se puede reconocer lo verdadero de lo falso. Aquí, entre nosotros: hay gente que hace veinte años trata de conseguir su pasaporte de bahiano y jamás lo consigue porque no es fácil aprehender sus condiciones y como dice el joven Caymmi, nuestro poeta, "quien no lleva balagandás no va al Bonfim".
Fierre Verger, maestro francés en artes y en ciencias, caminó medio mundo, cruzó los caminos del Oriente y del Occidente, mares y desier­tos, montañas y rascacielos; era un ser errante, un inquieto. Ya dudaba de la alegría cuando, de súbito, encontró las laderas de la ciudad de Salva­dor da Bahia de Todos os Santos. Vio realizado su viejo sueño en la civi­lización mestiza que aquí plantamos y construimos con nuestra democra­cia racial. Había llegado a la patria de su corazón.
Fue reconocido y confirmado y, con una fiesta de cantos y danzas, en un terreiro recibió el nombre de Ojú Obá. Las icios bailaron en su honor, se sentó Fierre entre los notables de Xangó, entre los notables de Bahía. Sabio de París, hechicero del África, bahiano de los mejores.
Son muchos los bahianos nacidos en otras tierras que nos han traído la contribución de su trabajo creador. El pintor Henrique Oswald, tan tempranamente fallecido, cuando alcanzaba su completa madurez de artista. El poeta Odorico Tavares, temerario defensor de cada piedra de nuestra ciudad. El grabador Karl Hansen, de Alemania, que unió su nombre al de la tierra prometida: hoy se llama Hansen-Bahia. El maestro Rescala, a quien tanto debemos, pues preservó y restauró tesoros de arte amenazados por el tiempo y la desidia de los gobernantes.
Bahianos nacidos en la Amazonia, los poetas Carlos Eduardo da Rocha y su hermano Wilson, el psiquiatra Rubim de Pinho; en el Maránháo, el dibujante y pintor Floriano Teixeira; en Sergipe, Jenner Augusto y José de Dome, maestros pintores, el historiador José Calazans y los periodistas Joáo Batista de Lima e Silva y Junot Silveira. Llegados de Portugal, como el padre Vieira que desembarcó aquí ignorante y tapado, dura cabeza de piedra, apenas aspiró el aire bahiano le dio un estallido en la cabeza, la piedra se volvió talento, floreció en el cura más inteligente del mundo y Antonio Simôoes Celestino, flor de los Celestinos de la Póvoa do Lanhoso. El más bahiano de todos los bahianos es el pintor Carybé, nacido en el mar, de los ilícitos amores de Yemanjá con cierto señor H. J. P. de Bernabó, de dudosa nacionalidad,
Bahiano es un estado de espiritu.



Bahía de Todos los Santos - Guía de calles y misterios - Jorge Amado

REVOLUCIONES

¡Inquieta ciudad revolucionaria! Aquí, los poetas hicieron de sus versos armas de combate y de rebelión. De Gregorio de Matos a Castro Alves, de Junqueira Freiré a Jacinta Passos y a Capinam. Los tribunos pregonaron las anchas ideas, de aquí salió Ruy Barbosa. Vive en los muelles la memoria del huelguista Joáo de Adáo. Aquí nació Carlos Marighela.
Gobernaba todavía Duarte da Costa, segundo gobernador general, y ya los indios, reducidos a la condición de esclavos por los recién llegados portugueses, se habían sublevado. En las inmediaciones de la joven ciu­dad la vida se volvió imposible. El hijo del gobernador, Alvaro da Costa, al mando de tropas bien armadas, venció en el combate de Pirajá; los indios escaparon hacia las orillas del río Vermelho. Allí siguieron lu­chando hasta el decisivo combate de Itapuá, donde los silvícolas fueron obligados a rendirse. Al hijo del gobernador le dieron las tierras de los indios revoltosos, además de los honores que le confirió la Corte. Las indias quedaron para los bien equipados soldados portugueses.
Después, los negros llegados del África sustituyeron a los indios en la esclavitud. Todavía hay cretinos tan pretenciosos que dicen que la abolición se debió a la bondad de la casa reinante del Brasil, al supuesto buen corazón de Don Pedro II y de la Princesa Isabel, su hija. Eso es desconocer no sólo las condiciones económicas del Brasil de entonces, sino ocultar, criminalmente, la larga batalla que los negros sostuvieron por su libertad. Fueron muchos los levantamientos de negros en todo el Brasil. En las senzalas brasileñas no llevaban una vida tan dulce como nos quieren hacer creer ciertos historiadores interesados en presentar a los señores de esclavos como a santos con aureola. Los negros se batie­ron muchas veces por su libertad. ¿Cómo olvidar la epopeya inmortal de Palmares?
En Bahía se sucedieron los levantamientos de negros. Las crónicas de la época están llenas de noticias ¡guales a ésta, de un cronista conoce­dor de los movimientos libertarios: "El 4 de enero de 1809, un día miércoles, se levantaron los Negros Africanos en esta ciudad, de lo cual se tuvo noticia el día jueves por los grandes estragos que iban haciendo por los Caminos de Bolada, quemando cuantas casas encontraban en dichos caminos, siendo el número de los mencionados Negros, más de trescientos, según las listas de las faltas que dieron los Señores, de ¡os dichos Negros, y luego al día siguiente fueron puestos presos 30, ade­más de los heridos por la gran resistencia que hicieron y de la misma forma en los otros días siendo muchos presos; y también hicieron el mismo levantamiento en Nasareth das Farinhas donde también hubo muchas muertes. Caso extraordinario que luego el Señor Conde, Gober­nador de esta ciudad, dio orden que matasen a todos cuantos no se quisieran entregar, siendo castigados los que no eran cabecillas a co­rrer por las calles tanto hembras como machos en el servicio de despejar la plaza de los puestos de comidas de S. Bento donde después estuvo la casa de la ópera."
Todavía no había pasado un año y ya los negros se levantaban otra vez, en febrero de 1810. Ciento cincuenta azotes recibió cada uno de los revoltosos, exceptuando los cabecillas, cuyo triste fin pueden imaginar cual fue.
En 1826, un importante levantamiento de negros conmovió nueva­mente a Bahía. Duró varios días la encarnizada lucha entre los negros y la tropa y sólo después de ser apresado el jefe de los revoltosos, a quien habían dado el título de Rey de los Negros, la ciudad volvió a la calma habitual. El jefe negro fue hecho prisionero cuando ya no podía luchar, todo agujereado de balas. Ese levantamiento sucedió el 25 de agosto de 1826 y el 17 de diciembre del mismo año nuevamente los negros tomaron las armas robadas a los señores. El 11 de marzo de 1828, se produjo un nuevo levantamiento. Y así, heroicamente, tenazmente, luchaban los negros por su libertad.
En 1832 hubo una gran revuelta de los negros males. Negros con un nivel cultural muy superior al de los señores de esclavos; mahometanos, ligados a la madre patria, los males eran una fuerza y en 1832 se levan­taron contra su desgraciada condición de esclavos. Comandaba la re­vuelta el alufá Licutá y mil quinientos negros se pusieron a sus órdenes. La lucha fue una de las más sangrientas y la revuelta de los esclavos males terminó ahogada en sangre. Los señores de esclavos se vengaron de manera violenta, castigando bárbaramente a los negros revoltosos.
De toda esa agitación resultó la Sabinada que pretendía establecer la República de Bahía. Bajo el mando del Dr. Sabino Alvares da Rocha Vieira, la famosa revuelta bahiana fue precedida, en 1788, por un levan­tamiento de mulatos que pretendían la República Bahiense. Cuatro de esos conspiradores murieron en la horca, en la Praga da Piedade. Los demás fueron deportados a Angola.
Lo que caracteriza a la Sabinada es su carácter acentuadamente de­mocrático y popular. E! movimiento revolucionario bahiano tuvo el apo­yo de las masas pobres. Combatido por los latifundistas, por la aristocracia del azúcar, pues traía el germen de nuevas ideas sociales, fue, tal vez, el movimiento revolucionario de tendencia más avanzada de cuantos se produjeron en el Brasil de entonces.
En e! campo da Pólvora fue muerto de un disparo de arcabuz el padre Roma. El héroe de la Revolución Pernambucana había huido hacia Bahía y su sangre ilustre corrió en nuestro suelo, regó el suelo bahiano,
En Bahía se dieron las batallas decisivas de la Independencia. Cuan­do Pedro I en Sao Paulo, declaró al Brasil desligado de Portugal y se fue a dormir con la Marquesa de Santos, los bahianos tomaron las armas en la Capital y en el Recóncavo y materializaron la Independencia haciendo realidad el Grito de Ipiranga.
Un año después de Sla proclamación de la Independencia estaban los bahianos expulsando a los últimos soldados lusitanos que todavía trata­ban de mantener bajo el yugo de Portugal la tierra del Brasil. El 2 de julio de 1823, las tropas libertadoras entraron triunfantes en la ciudad de Bahía.

  


miércoles, 9 de febrero de 2011

Nota sobre Atahualpa Yupanqui

          Si bien es cierto que la coincidencia cronológica multiplica por estos días su nombre en toda la Argentina, también es cierto que como artista popular está asentado en un meseta de vigencia desde hace décadas. Es una vigencia sólida, sin impacto. Reverbera más allá incluso de la Argentina y nada tiene que ver con homenajes, plaquetas y notas periodísticas: se acerca bastante al ideal de anonimato que Yupanqui postuló en El canto del viento y que refiere a la misma definición de folclore. Hoy, y desde hace mucho tiempo, Chacarera de las piedras, La añera, El alazán, Luna tucumana, Camino del indio, Zamba del grillo, Los ejes de mis carreta, El alazán, El arriero, Los hermanos y tantas más vienen explicando, en cada peña, la diferencia entre popular y masivo.
          La obra de Yupanqui ha influido decisivamente, por lo menos, la obra de tres próceres de Hispanoamérica: Joan Manuel Serrat, Alfredo Zitarrosa y Silvio Rodríguez. Sin contar fascinaciones más epidérmicas como la de Edith Piaf (fascinación que le abrió a Atahualpa las puertas más sofisticadas de París) o, más acá, la de las figuras del llamado neo folk Devendra Banhart y José González.
          Es que, a pesar de la concentración temática de su obra, Yupanqui se extiende a través del tiempo en un caleidoscopio: cada cual tiene el Atahualpa que quiere. El de protesta (Minero soy), el político (El arriero), el paisajista (Chacarera de las piedras), el zen (El cielo está dentro de mí), el poeta, el compositor, el guitarrista. 




El payador perseguido - Atahualpa Yupanqui

(milonga de Atahualpa Yupanqui)
Un bello poema del folclore argentino.

Con su permiso voy'a dentrar, aunque no soy convidao'
pero en mi pago un asao' no es de naides y es de todos.
yo via' cantar a mi modo después que haiga churrasqueao'.

No tengo Dios pa´pedir coartada en este ocasión
Ni puedo pedir perdón si entuavía no he faltao
Veré cuando haiga acabao pero esa es otra cuestión.

Yo se que muchos dirán que peco de atrevimiento,
si largo mi pensamiento pa' l rumbo que ya elegí;
pero siempre he sido así galopeador contra el viento.

Eso lo llevo en la sangre dende mi tatarabuelo
Gente de pata en el suelo fueron mis antepasados
Criollos de cuatro provincia y con indios misturaos

Mi abuelo fue carretero, mi tata fue domador
Nunca se buscó dotor pues se curaban con yuyos
O escuchando los murmuyos de un estilo de mi flor

Como en buen rancho paisano nunca faltó la encordada
De esas que parecen nada pero que son sonadoras
Según el canto y la hora quedaba el alma sobada.

Mi tata era sabedor por lo mucho que ha rodao
Y después que había cantao destemplaba cuarta y prima
Y le echaba un poncho encima para que no hable demasiao.

La sangre tiene razones que hacen engordar las venas,
pena sobre pena y pena hace que uno pegue el grito;
la arena es un puñadito pero hay montañas de arena.

No sé si mi canto es lindo o si saldrá medio triste
nunca fui zorzal ni existe plumaje más ordinario,
yo soy pájaro corsario que no conoce el alpiste.

Vuelo porque no me arrastro que el arrastrarse es la ruina;
anido en árbol de espina lo mismo que en cordillera
sin escuchar las sonseras del que vuela a lo gallina.

No me arrimo así nomás a los jardines floridos,
sin querer vivo alvertido pa' no pisar el palito,
hay pájaros que solitos se entrampan por presumidos.

Aunque mucho he traqueteao' no me engrilla la prudencia,
es una falsa experiencia vivir temblándole a todo,
cada cual tiene su modo la rebelión es mi ciencia.

Pobre nací y pobre vivo por eso soy delicao
Estoy con los de mi lao cinchando tuitos parejo
Pa´ hacer nuevo lo que es viejo y verlo al mundo cambiao.

Yo soy de los del montón no soy flor de invernadero,
igual que el trébol campero crezco sin hacer barullo,
me apreto contra los yuyos y así lo aguanto al pampero.

Acostumbrao' a las sierras yo nunca me sé marear
y si me siento alabar me voy yendo despacito
pero aquel que es compadrito paga pa' hacerse nombrar.

Si alguien me dice señor agradezco el homenaje,
más soy gaucho entre el gauchaje y soy naide entre los sabios
y son para mi los agravios que le hagan al paisanaje.

La vanidad es yuyo malo que envenena toda huerta
es preciso estar alerta manejando el asadón,
pero no falta el varón que la riega hasta en su puerta.

El trabajo es cosa buena es lo mejor de la vida
pero la vida es perdida trabajando en campo ajeno,
unos trabajan de trueno y es para otros la llovida.

Trabajé en una cantera de piedritas de afilar
Cuarenta sabían pagar por cada piedra pulida
Y era a seis pesos vendida en eso de negociar.

Apenas el sol salía ya estaba a los martillazos
Y entre dos a los abrazos con los tamaños piedrones
Y por esos moldejones las manos echas pedazos.

Otra vez fui panadero y hachero en un quebrachal,
He cargao bloques de sal y también he pelao cañas
Y un puñao de otras hazañas pa´mi bien y pa´mi mal.

Buscando de desasnarme fui pinche de escribanía
La letra chiquita hacía pa´no malgastar sellao
Y era también apretao el sueldo que recibía.

Cansao de tantas miserias me largué pal Tucumán
Lapacho, aliso, arrayán y hacha con los algarrobos
¡por dos, cincuenta!, era robo, pa´que uno tenga ese afán.

Sin estar fijo en un lao a toda labor le hacía,
Y así sucedió que un día que andaba de benteveo
Me topé con un arreo que desde Salta venía.

Me picó ganas de andar y apalabré al capataz,
Y ansí, de golpe nomás, el hombre me preguntó:
¿tiene mula?, como no, le dije, y hambre de más.

A la semana de aquello repechaba cordilleras
Faldas, cuestas y laderas, siempre pal´lao del poniente
Bebiendo agua de vertiente y aguantando las soleras.

Tal vez otro haya rodao, tanto como rodé yo
Pero le juro, créamelo, que he visto tanta pobreza
Que yo pensé con tristeza, Dios por aquí, no pasó.

Se nos despeñó una vaca, causa de la cerrazón
Y nos pilló la oración cuereando y haciendo asao
Desde ese día cuñao se me gastó mi facón.

Me sacudí las escarchas cuando bajé de los Andes
Y anduve en estancias grandes cuidando unos parejeros
Trompeta, tapa y sombrero, pero pa los peones, de ande?

La peonada al descampao, el patrón en Buenos Aires
Nosotros el culo al aire con las caronas mojadas.
Y la hacienda de invernada más relumbrosa que un fraile.

El estanciero tenía también sus cañaverales
Y en los tiempos otoñales juntábamos los andrajos
Y nos íbamos pa´bajo dejando los pedregales.

Allí nos amontonaban en lote con otros criollos
Cada cual buscaba un hoyo ande quinchar su guarida
Y pasábamos la vida rigorias y sin apoyo.

Faltar, no faltaba nada, vino, café y alpargatas
Si habré revoleao las patas en gatos y chacareras
Recién la cosa era fiera al dir a cobrar las latas.

¡Que vida más despareja!, todo es ruindad y patraña
pelar cañas es hazaña del que nació pal rigor
allá había un solo dulzor y era adentro de la caña.

Era un consuelo pal pobre andar jediendo a vinacho
Hombres grandes y muchachos como malditos en vida
Esclavos de la bebida se lo pasaban borrachos.

¡Tristes domingos del surco los que yo he visto y vivido!
Desparramaos y dormidos en la arena amanecían
A lo mejor soñarían con la muerte o el olvido.

Riojanos y santiagueños, salteños y tucumanos
Con el machete en la mano volteaban cañas maduras
Pasando sus amarguras y aguantando como hermanos.

¡Rancho techao con malhora, vivienda del pelador!
En medio de ese rigor no faltaba una vihuela
Con que el pobre se consuela cantando coplas de amor.

Yo también, que desde chango, unido al canto crecí
Más de un barato pedí y pa los pobres cantaba
Lo que a ellos le pasaba, también me pasaba a mí.

Cuando yo aprendí a cantar armaba con pocos rollos.
Y en la orilla de un arroyo, bajo las ramas de un sauce
Crecí mirando en el cauce mis sueños de pobre criollo.

Cuando sentí una alegría, cuando el dolor me golpió,
Cuando una duda mordió mi corazón de paisano,
Desde el fondo de los llanos vino un canto y me curó.

En esos tiempos pasaban cosas que hoy ya no pasan
Cada cual tenía un cantar o copla de anochecida
Formas de curar la herida que sangra en el trajinar.

Algunos cantaban bien otros, pobres, más o menos
Más no eran cantos ajenos aunque marcas no tenían.
Y todos se entretenían guitarreando hasta el desvelo.

Por ahí se allegaba un máistro, de los puebleros letraos,
Juntaba tropa é verseaos que después iban a un libraco´
Y el hombre forraba el saco con lo que otros han pensao.

Los peones formaban versos con sus antiguos dolores,
Después vienen los señores con un cuaderno en la mano,
Copian el canto paisano y presumen de escritores.

El criollo cuida su flete, su guitarra y su mujer,
Siente que enfrenta un deber cada vez que da la mano´
Y aunque pa´todo es baqueano sólo el canto ha de perder.

Coplas que lo acompañaron en las quebradas desiertas,
Aromas de flores muertas y de patriadas vividas,
Fueron la luz encendida para sus noches despiertas.

Se aflije si se le pierde, un bozal o un maneador,
Pero no siente furoro si al escaparle una trova,
Viene un pueblero y le roba su mejor canto de amor.

De seguro, si uno piensa, le halla el nudo a la madeja,
Porque la copla más vieja como la raíz de la vida,
Tiene el alma por guarida que es ande anidan las quejas.

Por eso el hombre al cantar con emoción verdadera,
echa su pena pa´juera, pa´que la lleven los vientos,
y así, siquiera un momento, se alivia le embichadera.

No es que no ame su trova, ni que desprecee su canto,
Es como cuando un quebranto en la noche de los llanos
Hace aflojar al paisano y el viento le lleva el canto.

En asuntos del cantar la vida nos va enseñando,
Que sólo se va volando la copla que es livianita,
Siempre caza palomitas, cualquiera que anda cazando.

Pero si el canto es protesta contra la ley del patrón,
Se arrastra de peón a peón en un profundo murmullo,
Y marcha al ras de los yuyos como chasque en un malón.

Se pueden echar mil trovas ande se canten quereres,
Versos de dichas, placeres, carreras y diversiones,
Suspiros de corazones y líricos padeceres.

Pero si la copla cuenta, del paisanaje, la historia,
Ande el peón vueltéa la noria de las miserias sufridas,
Ésa se queda prendida como abrojo en la memoria.

Lo que nos hizo dichosos, tal vez se pueda olvidar,
Los años, en su pasar mudarán los pensamientos,
Pero angustias y tormentos son marcas que han de durar.

Esas cosas que yo pienso no salen por ocurrencia,
para formar mi esperencia yo masco antes de tragar,
Ha sido largo el rodar de ande saqué la advertencia.

Si uno pùlsa la guitarra pa cantar coplas de amor,
De potros de domador del cielo y de las estrellas,
Dicen:¡que cosa más bella, si canta que es un primor!

Pero si uno como fiero por ay se larga opinando,
El pobre se va acercando con las orejas alertas,
Y el rico bicha la puerta y se aleja reculando.

Debe trazar bien su melga, quien se tenga por cantor,
Porque sólo el impostor se acomoda a toda huella,
Que elija una sola estrella quien quiera ser sembrador.

En el trance de elegir, que mire el hombre pa´dentro,
Ande se hacen los encuentros de pensares y sentires,
Después que tire ande tire, con la conciencia por centro.

Hay diferentes montones, unos grandes y otros chicos,
Si va pal montón del rico el pobre que piensa poco,
Detrás de los equivócos se vienen los perjudícos.

Yo vengo de muy abajo y muy arriba no estoy,
al pobre mi canto doy así lo paso contento,
porque estoy en mi elemento y ahí valgo por lo que soy.

Si alguna vez he cantao' ante panzudos patrones,
he picaneao' las razones profundas del pobrerío,
yo no traiciono a los míos por palmas ni patacones.

Aunque canto en todo rumbo, tengo un rumbo preferido,
Siempre canté estremecido las penas del paisanaje,
La explotación y el ultraje de mis hermanos queridos.

Pa´que cambiaran las cosas busqué rumbo y me perdí,
Al tiempo, cuenta me dí, y agarré por buen camino,
¡Antes que nada Argentino, y a mi bandera seguí!

Yo soy de norte y del sur, del llano y del litoral,
Y nadie lo tome a mal si hay mil gramos en el kilo,
Ande quiera estoy tranquilo, pero ensillao soy bagual!

El cantor debe ser libre pa´desarrollar su cencia,
Sin buscar la conveniencia ni alistarse con padrinos,
De esos oscuros caminos yo ya tengo la experiencia.

Yo canto, por ser antiguos, cantos que ya son eternos,
Y hasta parecen modernos por lo que en ellos vichamos,
Con el canto nos tapamos para entibiar los inviernos.

Yo no canto a los tiranos!, ni por orden del patrón,
El pillo y el trapalón que se arreglen por su lado,
Con payadores comprados y cantores de salón.

Por la fuerza de mi canto conocí celda y penal,
Con fiereza y sin igual más de una vez fui golpeao,
Y al calabozo tirao como un carro al basural.

Se puede matar a un hombre, pueden su rostro manchar,
Su guitarra chamuscar pero, ¡el ideal de la vida,
Esa es leñita prendida que naides ha de apagar!

Los malos se van alzando todo lo que hallan por ahí,
Como granitos de máiz siembran los peores ejemplos,
Y se viene abajo el templo de la decencia del país.

Detrás del ruido del oro van los maulas como hacenda,
No hay flojo que no se venda por una sucia moneda,
Mas siempre en mi tierra queda, gauchaje que la defienda.

Cantor que cante a los pobres ni muerto se ha de callar
pues ande vaya a parar el canto de ese cristiano
no ha de faltar el paisano que lo haga resucitar.

El estanciero presume de gauchismo y arrogancia,
él cree que es extravagancia que su peón viva mejor
más no sabe ese señor que por su peón tiene estancia.

Aquel que tenga sus reales hace muy bien en cuidarlos
pero si quiere aumentarlos que a la ley no se haga el sordo,
que en todo puchero gordo los choclos se vuelven marlo.

Una vuelta sin trabajo andaba por Tucumán,
Y en una fonda, ande van cantores de madrugada,
Me acerqué pa´la payada que siempre ha sido mi afán.

Aunque extrañando la monta me le apilé a un instrumento,
Y al cabo de algún momento le dí puerta a una baguala,
Con una coplita rala de esas que llevan los vientos.

Tal vez fuera la guitarra, tan lindo como sonaba,
Mi corazón remontaba tristezas de los caminos,
Y lo maldije al destino que tantas penas me daba.

Un hombre se me acercó, y me dijo: ¿Qué hace acá?,
Viaje pa´la gran ciudad que allá lo van a entender´
Ahí tendrá, fama, placer y plata pa´regalar.

¡Para que lo habré escuchao!, Si era la voz de mandinga,
Buenos Aires, ciudad gringa, me tuvo muy apretao,
Tuitoos se me hacían a un lao como culo a la jeringa!

Y eso que no vine pobre pues traiba alpargatas nuevas,
Las viejas, pa´cuando llueva en la alforja las metí,
Un pantalón color gris y un saco tirando a leva.

Saltando de radio en radio, anduve, figúrese!
Cuatro meses me pasé en partidas malogradas,
Nadie aseguraba nada y sin plata me quedé.

Vendí mis lindas alforjas, mi guitarra…¡la vendí!
En mi pobreza, ¡ ay de mí!, me hubiera gustao guardarla,
Tanto me ha costao comprarla pero en fin… ¡todo perdí!

Vihuela donde andarás…que manos te están tocando,
Noches enteras pensando, siquiera como consuelo,
Que sea un canto de este suelo el que te estén arrancando.

Cuando el máiz está en barbecho, luce un color brillantón,
Las hebras como un nailón presumen con sus lindezas,
Pero agachan la cabeza si las agarra el carbón.

Igual me pasaba a mí en aquellos tiempos idos,
Joven, fuerte y presumido, y cuando se acabó el queso,
Volví en un triste regreso poblada la´álma de olvidos.

Cosas de la juventud malhaya donde andarás,
Aura que estoy bataraz de tanto cambiar el pelo,
Recuerdo aquellos desvelos pero no miro pa´tras.

Me volví pal Tucumán, nuevamente a padecer,
Y en eso de andar y ver se pasaron muchos años,
Entre penas, desengaños, esperanzas y placer.

Más no jué tiempo perdido asigún lo ví después,
Porque supe bien como es la vida de los paisanos,
De todos me sentí hermano, del derecho y del revés.

Siempre recuerdo los tiempos en que guapiando pasé,
Los cerros que atravesé, buscando lo que no hallaba,
Y hasta a veces me quedaba por esos campos de a pié.

La vida me fue enseñando lo que vale una guitarra,
Por ella anduve en las farras, tal vez, echo un estropicio,
Y casi me agarra el vicio con sus invisibles garras.

Menos mal que llevo adentro lo que la tierra me dio,
Patria, raza o ¡ que se yo ¡, pero que me iba salvando,
Y así seguí caminando por los caminos de Dios.

La cosa estaba en pensar que al pulsar un instrumento,
Hay que dar con sentimiento toda la fuerza campera,
Pero nadie larga afuera si no tiene nada adentro.

La guitarra es palo hueco y pa´tocar algo bueno,
El hombre debe estar lleno de claridades internas,
Pá´sembrar coplas eternas la vida es un buen terreno.

Si el rezar brinda consuelo al que consuelo precisa,
Igual que cristiano en misa o matrero en medio él monte,
Yo rezo en los horizontes cuando la tarde agoniza.

Queda callada la pampa cuando se ausenta la luz,
El chajá y el avestruz van buscando la espesura,
Y se agranda en la llanura la soledad del ombú.

Entonces, igual que un poncho, a uno lo envuelve la tierra,
Desde el llano hasta la sierra se va una sombra extendiendo,
Y el alma va comprendiendo las cosas que el mundo encierra.

Ahí está el justo momento de pensar en el destino,
Si el hombre es un peregrino, si busca amor o querencia,
O si cumple la sentencia de morir en los caminos.

En el norte vide cosas que ya nunca hei de olvidar,
Yo vide gauchos peliar con facones caroneros,
O con machates cañeros que al verlos hacían temblar.

Rara vez mata el paisano, porque ese instinto no tiene,
Al duelo criollo se aviene por no recular ni un tranco,
Hace saber que no es manco y en el peliar se entretiene.

No hay serrano sanguinario ni coya conversador,
El más capaz domador jamás cuenta sus hazañas,
Y no les tienta la caña porque el tintillo es mejor.

Cada pago se aficiona a una forma de peliar,
Y aquel que quiera guapear antes tendrá que alvertir,
Que para poder salir hay que aprender a dentrar.

Se agarran a puñetazos lo mismo que en cualquier parte,
Pero es una cencia aparte usar los modos del pago,
Ahí se pone fiero el trago como dijo Don Narvarte.

Cordobés pa´la pegada, riojano pal rebencazo,
Chileno pal caballazo, salteño con daga en mano,
Y es un Rey el tucumano pa´peliar a cabezasos.

Siempre el criollo ha de peliar de noche y medio machao,
Es una pena cuñao, que a veces por una tuna,
Se nublen noches de luna y cielitos estrellaos.

Una canción sale fácil cuando uno quiere cantar,
Cuestión de ver y pensar sobre las cosas del mundo,
Si el río es ancho y profundo, cruza quien sabe nadar.

Que otros canten alegrías si es que alegres han vivido,
Que yo también he sabido dormirme en esos engaños,
Pero han sido más los años de porrazos recibidos.

Nadie podrá señalarme que canto por amargao',
si he pasao' las que he pasao' quiero servir de alvertencia,
el rodar no será cencia pero tampoco es pecao.

Yo he caminao por el mundo, he cruzao tierras y mares,
Sin fronteras que me paren y en cualesquiera guarida,
Yo he cantao, tierra querida, tus dichas y tus pesares.

A veces caiban al canto como vaca va a la aguada,
Para escuchar mis verseadas hombres de todos los vientos,
Trenzando sus sentimientos al compás de la encordada.

Pobre de aquel que no sabe del canto las hermosuras,
La vida, la más oscura, la que tiene más quebrantos,
Hallará siempre en el canto consuelo pa´su tristura.

Dicen que no tienen canto los ríos que son profundos,
Más yo aprendí en este mundo que el que tiene más hondura,
Canta mejor por ser hondo y hace miel de su amargura.

Con los tumbos del camino se entran a torcer las cargas,
Pero, es ley, que en huella larga deberán acomodarse,
Y aquel que quiera olvidarse las ha de pasar amargas.

Amigos voy a dejarlos ya está mi parte cumplida
En la forma preferida de una milonga Pampeana
Canté de manera llana ciertas cosas de la vida.

Aura me voy no se adónde, pa' mi todo rumbo es bueno
Los campos con ser ajenos los cruzo de un galopito,
Guarida no necesito yo se dormir al sereno.

Siempre hay alguna tapera en la falda de una sierra,
Y mientras siga esta guerra de injusticias para mí,
Yo he de pensar desde allí, canciones para mi tierra.

Y aunque me quiten la vida o engrillen mi libertad,
y aunque chamusquen quizás, mi guitarra en los fogones,
han de vivir mis canciones en l´alma de los demás.

No me nuembren que es pecao' y no comenten mis trinos,
yo me voy con mi destino pal´lao donde el sol se pierde,
tal vez alguno se acuerde que aquí cantó un argentino.


Atahualpa Yupanqui (1908-1992)



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