viernes, 21 de octubre de 2011

Todos los nombres - Fragmento

(..) Volvió la esquina, allí estaba su casa, baja, casi una ruina, empotrada en la alta pared del edificio, que parecía presto a aplastarla. Entonces unos dedos brutales apretaron el corazón de don José. Había luz dentro de casa. Estaba seguro de haberla apagado cuando salió, pero, teniendo en cuenta la confusión que reina desde hace tantos días en su cabeza, admitiría que se hubiese olvidado, si no fuese por aquella otra luz, la de la Conservaduría, las cinco ventanas iluminadas intensamente. Metió la llave en la puerta, sabía a quién iba a ver, pero se detuvo en el umbral, como si las convenciones sociales le impusiesen mostrarse sorprendido. El jefe se encontraba sentado a la mesa, delante tenía algunos papeles cuidadosamente alineados. Don José no necesitaba aproximarse para saber de qué se trataba, las dos falsas credenciales, las fichas escolares, de la mujer desconocida, el cuaderno de apuntes, la carpeta del expediente de la Conservaduría con los documentos oficiales. Entre, dijo el jefe, la casa es suya. El escribiente cerró la puerta avanzó hacia la mesa y paró. No habló, sentía en el cerebro un remolino líquido donde todos los pensamientos se disolvían. Siéntese, ya le he dicho que está en su casa. Don José observó que encima de las fichas escolares había una llave igual que la suya. Está mirando la llave, preguntó el conservador, y con calma prosiguió, No piense que se trata de una copia fraudulenta, las casas de los funcionarios, cuando las había, siempre tuvieron dos llaves de comunicación interna, una, claro está, era para uso del inquilino, la otra quedaba en poder de la Conservaduría, todo se armoniza, como ve, Excepto que haya entrado aquí sin mi autorización, consiguió decir don José, No la necesitaba, el dueño de la llave es el dueño de la casa, digamos que ambos somos dueños de esta casa, tal como usted parece que se considera lo bastante dueño de la Conservaduría para distraer documentos oficiales del archivo, Puedo explicarlo, No es necesario, he seguido regularmente sus actividades, además su cuaderno de apuntes me ha sido de gran ayuda, aprovecho la ocasión para felicitarlo por la buena redacción y propiedad del lenguaje, Mañana presentaré mi dimisión, Que yo no aceptaré. Don José lo miró sorprendido, Que no aceptará, No señor, no aceptaré, Por qué, si puedo preguntarle, Puede, una vez que estoy dispuesto a convertirme en cómplice de sus irregulares acciones, No comprendo. El conservador tomó el expediente de la mujer desconocida, después dijo, Ya va a comprender, pero antes cuénteme lo que pasó en el cementerio, su narración se detiene en la conversación que tuvo con el escribiente de allí, Llevará mucho tiempo decirlo, En pocas palabras para que me quede con el cuadro completo, Atravesé a pie el Cementerio General hasta la zona de los suicidas, dormí debajo de un olivo, a la mañana siguiente, cuando me desperté, estaba en medio de un rebaño de ovejas, y después supe que el pastor se entretiene cambiando los números de las tumbas antes de que coloquen las lápidas, Por qué, Es difícil de explicar, todo gira alrededor de saber dónde se encuentran realmente las personas que buscamos, él cree que nunca lo sabremos, Como aquella a la que ha llamado la mujer desconocida, Sí señor, Qué ha hecho hoy, He ido al colegio donde ella había sido profesora, he ido a la casa donde vivió, Descubrió alguna cosa, No señor, y creo que no quería descubrir nada. El conservador abrió el expediente, sacó la ficha que viniera pegada a las de las cinco últimas personas famosas de quien don José se había ocupado, Sabe lo que yo haría si estuviese en su lugar, preguntó, No señor, Sabe cuál es la única conclusión lógica de todo lo que ha sucedido hasta este momento, No señor, Hacer para esta mujer una ficha nueva, igual que la antigua, con todos los datos exactos, pero sin la fecha del fallecimiento, Y luego, Luego la coloca en el fichero de los vivos como si ella no hubiese muerto, Sería un fraude, Sí, sería un fraude, pero nada de lo que hemos hecho y dicho, usted y yo, tendría sentido si no lo cometiésemos, No consigo comprender. El conservador se recostó en la silla, se pasó lentamente las manos por la cara, después preguntó, Se acuerda de lo que dije allí dentro el viernes, cuando se presentó en el trabajo sin afeitar, Sí señor, De todo, De todo, Por lo tanto recordará que yo hice referencia a ciertos hechos sin los cuales nunca habría llegado a comprender lo absurdo que es separar los muertos de los vivos, Sí señor, Necesitaré decirle a qué hechos me refería, No señor.
El conservador se levantó, Le dejo aquí la llave, no pretendo volver a usarla, y añadió sin dar tiempo a que don José hablase, Hay todavía una última cuestión por resolver, Cuál, señor, En el expediente de su mujer desconocida falta el certificado de defunción, No conseguí descubrirlo, debe de haberse quedado en el fondo del archivo o se me cayó por el camino, Mientras no lo encuentre esa mujer estará muerta, Estará muerta aunque lo encuentre, A no ser que lo destruya, dijo el conservador. Se volvió de espaldas sobre estas palabras, en seguida se oyó el ruido de la puerta de la Conservaduría cerrándose. Don José se quedó parado en medio de la casa. No era necesario rellenar una nueva ficha porque ya tenía la copia en el expediente. Era necesario, sí, rasgar o quemar la original donde había sido escriturada una fecha de muerte. Y todavía estaba allí dentro el certificado de defunción.
Don José entró en la Conservaduría, fue a la mesa del jefe, abrió el cajón donde lo esperaba la linterna y el hilo de Ariadna. Se ató una punta del hilo al tobillo y avanzó hacia la oscuridad. (…)


José Saramago




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