(…) El conservador se levantó lentamente, con la misma lentitud paseó los ojos por los funcionarios, uno a uno, como si los viese por primera vez, o como si estuviera intentando reconocerlos después de una larga ausencia, extrañamente su expresión ya no era sombría, o lo era en otro sentido, como si lo atormentase un dolor moral. Después habló, Señores, en mi condición de jefe de esta Conservaduría General del Registro Civil, yo diré, con toda humildad, que si recientemente no hubiesen tenido lugar ciertos hechos y si esos hechos de referencia no hubiesen suscitado en mí ciertas reflexiones, jamás habría llegado a comprender el doble absurdo que representa separar a los muertos de los vivos. Es absurdo, en primer lugar desde el punto de vista archivístico, si se considera que la manera más fácil de encontrar a los muertos será buscándolos donde se encuentran los vivos, puesto que a éstos, por estar vivos, los tenemos permanentemente delante de los ojos, pero, en segundo lugar, representa también un absurdo desde el punto de vista de la memoria, ya que si los muertos no estuvieran en medio de los vivos más tarde o más temprano acabarían por ser olvidados, y después, con perdón por la vulgaridad de la expresión, es un engorro descubrirlos cuando los necesitamos, y ya se sabe que antes o después eso ocurrirá. Para todos los que me escuchan aquí, sin distinción de escalafones ni de circunstancias personales, debe quedar claro que estoy hablando, únicamente, de asuntos concernientes a esta Conservaduría General, y no del mundo exterior, donde, por razones que atañen a la higiene física y a la salud mental de los vivos, se usa enterrar a los muertos. Mas me atrevo a decir que es precisamente esa misma necesidad de higiene física y de sanidad mental la que debe determinar que nosotros, los de la Conservaduría General del Registro Civil, nosotros, los que escribimos y movemos los papeles de la vida y de la muerte, reunamos en un solo archivo, al que simplemente denominaremos histórico, a los muertos y los vivos, haciéndolos inseparables en este lugar, ya que, extramuros, la ley, la costumbre y el miedo no lo consienten. Firmaré, por tanto, una orden donde se especificará, primero, que a partir de la fecha del día de hoy, los muertos permanecerán en el mismo lugar del archivo que ocupaban en vida, segundo, que progresivamente, expediente a expediente, documento a documento, desde los más recientes a los más antiguos, se procederá a la reintegración de los muertos del pasado en el archivo que vendrá a ser el presente de todos. (…)
José Saramago
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