(…) Comenzaré preguntándole si sabe cuántas personas forman un matrimonio, Dos, el hombre y la mujer, No señor, en el matrimonio existen tres personas, está la mujer, está el hombre y está lo que llamo tercera persona, la más importante, la persona que está constituida por el hombre y la mujer juntos, Nunca había pensado en eso, Si uno de los dos comete adulterio, por ejemplo, el más ofendido, el que recibe el golpe más profundo, por muy increíble que esto parezca, no es el otro, sino ese otro que es la pareja, no es el uno, es la unión de los dos, Y se puede vivir realmente con ese uno hecho de dos, a mí ya me cuesta trabajo vivir conmigo mismo, Lo más común en el matrimonio es que se vea al hombre o a la mujer, o a ambos, cada uno por su lado queriendo destruir a ese tercero que ellos son, ese que resiste, ese que quiere sobrevivir sea como sea, Es una aritmética demasiado complicada para mí, Cásese, encuentre una mujer y después ya me dirá, A mí ya se me ha acabado el tiempo, Será mejor que no apueste, quién sabe lo que encontrará cuando llegue al fin de su misión o como le llame, Las dudas que me mandaron esclarecer son dudas de la Conservaduría General, no son las mías, Y qué dudas son ésas, si no es demasiado preguntar, Estoy bajo secreto oficial, no puedo responder, El secreto le aprovecha bien poco, don José, pronto tendrá que irse y se irá sabiendo lo mismo que cuando entró, nada, Eso es cierto, y don José movió la cabeza desalentado.
La mujer lo miró como si lo estuviera estudiando, después preguntó, Desde cuando anda con esta investigación, Propiamente hablando, comencé hoy, pero el conservador se va a enfadar mucho cuando aparezca con las manos vacías, es una persona muy impaciente, Sería una gran injusticia para con un funcionario que, por lo visto, no tiene reparo en trabajar los sábados, No tenía nada particular que hacer, era una manera de adelantar el servicio, Pues no adelantó gran cosa, no señor, Tendré que pensar, Pida consejo a su jefe, para eso es jefe, No lo conoce, él no admite que le hagan preguntas, da las órdenes y basta,
Y ahora, Ya se lo he dicho, tengo que pensar, Entonces piense, De verdad usted no sabe nada, adónde fueron cuando salieron de aquí, la carta que recibió traería la dirección de quien la enviaba, debía traerla, sí, pero esa carta ya no existe, No respondió, No, Por qué, Entre matar y dejar morir, preferí matar, hablo en sentido figurado, claro, Estoy en un callejón sin salida, Tal vez no, Qué quiere decir, Déme un papel y algo que escriba. Con las manos temblándole, don José le pasó un lápiz, Puede escribir aquí mismo, en el reverso de la ficha, es una copia. La mujer se puso las gafas y escribió rápidamente algunas palabras, Ahí tiene, pero mire que no es su dirección, es sólo el nombre de la calle donde estaba la escuela a la que acudía mi ahijada cuando se mudaron, tal vez por ahí consiga llegar a donde quiere, si es que la escuela sigue estando allí. El espíritu de don José se encontró dividido entre la gratitud personal por el favor y la contrariedad oficial porque se hubiera demorado tanto. Despachó la gratitud diciendo, Gracias, sin más, y, aunque en un tono moderado, dejó que la contrariedad se manifestase, No puedo comprender por qué ha tardado tanto tiempo en darme la dirección de la escuela, sabiendo que cualquier información, por insignificante que parezca, puede ser de vital importancia para mí, No sea exagerado, A pesar de todo, le estoy muy agradecido y lo digo tanto en mi nombre como en nombre de la Conservaduría General del Registro Civil que represento, pero insisto en que me explique por qué se ha demorado tanto en darme esta dirección, La razón es muy simple, no tengo nadie con quien hablar. Don José miró a la mujer, ella estaba mirándolo a él, no vale la pena gastar palabras explicando la expresión que tenían en los ojos uno y otro, sólo importa lo que él fue capaz de decir al cabo de un silencio, Yo tampoco. Entonces la mujer se levantó del sillón, buscó en un cajón del mueble que estaba tras ella y sacó lo que parecía un álbum, Son fotografías, pensó don José con alborozo.
La mujer abrió el libro, lo hojeó, en pocos segundos encontró lo que quería, la fotografía no estaba pegada, se mantenía apenas por cuatro pequeños encajes de cartulina adheridos a la página, Aquí tiene, llévesela, dijo, es la única que conservo de ella, y ahora espero que no me pregunte si también tengo fotografías de los padres, (…)
José Saramago
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