viernes, 21 de octubre de 2011

Todos los nombres - Fragmento

(…) A cierta altura, como quien decide limpiarse la mancha de una mora con otra, don José resolvió servirse de la fantasía para recrear mentalmente todos los horrores clásicos del lugar donde se encontraba, las procesiones de almas en pena envueltas en sábanas blancas, las danzas macabras de esqueletos restallándoles los huesos al compás, la figura ominosa de la muerte rasando el suelo con una guadaña ensangrentada para que los muertos se resignen a seguir muertos, mas, porque nada de esto sucedía en realidad, porque era sólo obra de la imaginación, don José, poco a poco, fue cayendo en una enorme paz interior, sólo perturbada a veces por las carreras irresponsables de los fuegos fatuos, capaces de poner al borde de un ataque de nervios a cualquier persona, por muy fuerte de ánimo que sea o conocedora de los principios elementales de la química orgánica. Y es que el timorato don José está demostrando aquí un valor que los muchos desconciertos y aflicciones que le vimos pasar antes no permitían esperar de su parte, lo que viene a probar, una vez más, que es en las ocasiones de mayor apuro cuando el espíritu da la auténtica medida de su grandeza. (…)


José Saramago


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