jueves, 13 de enero de 2011

Películas clave de la historia del cine - Claude Beylie

La Strada
Federico Fellini
Guión, diálogos.: Federico Fellini, Tullio Pinelli, Ennio Flaiano
Dirección: Federico Fellini
Fotografía: Otello Martelli (BN)
Musica: Niño Rota
Producción: Diño de Laurentiis, Cario Ponti
Duración: 94 minutos
Intérpretes: Giulietta Masina , Anthony Quinn, Richard Basehart,      Aldo Silvani, Marcella Rovere, Livia Venturini y no profesionales.

En medio de la mediocridad del neorrealismo declinante, los saltimbanquis de     Fe­llini aportan una gran dosis de locura y de candida poesía, que germinará de manera espectacular.
Un campo perdido al borde del mar. Gelsomina, mujer-niña algo tonta, es vendida por su madre al brutal Zampano, un hércules de feria que recorre las rutas de Italia a bordo de un sidecar transformado en casa rodante. Ella le servirá de compañera en sus exhibiciones, a lo largo de un periplo sórdido y sin felicidad. Su calvario es alegrado por el encuentro con otro saltimbanqui, II Matto, simpático funámbulo. Pero el bruto, encolerizado por las bromas de este último, le rompe la cabeza en un acceso de furia. Luego abandona a su compañera en una zanja. Un día, se enterará de que ella ha muer­to. Torturado por el remordimiento, se deshace en lágrimas en la playa...

La gente menuda del viaje

Desde sus primeros trabajos, Lucí del varíela (1950) y Los inútiles (1953), Federico Fellini (1920-1993) diseñó claramente los contornos de su universo: el tintineante estruendo del espectáculo, las vidas desperdiciadas, la soledad de los seres bajo una máscara de bufonería. La influencia conjunta del circo, su pasión de infancia, de la caricatura, que practicó en sus comienzos copiando cómics norteamericanos, y del neorrealismo, fecundaron su visión del mundo de manera perdurable. Un sentido innato de la parábola, una rara maestría para los mecanismos de representación y un humor salvaje terminan de caracterizar a este genial maestro de ceremonias circen­se en una moderna Feria de vanidades.
Tras comenzar como una farsa chirriante y nostálgica (sobre un motivo musical de Niño Rota, tomado del primer movimiento de la sinfonía Titán de Gustav Mahler), La Strada bascula poco a poco hacia un mundo trágico casi shakespeariano. Más que a Garlitos, con quien se la comparó algo a la ligera, Gelsomina, criatura lunar interpre­tada con una gracia algo torpe por la esposa del cineasta, Giulietta Masina, se parece más a Harpo Marx. Ella pertenece a la familia de clowns blancos tan cara a Fellini, al lado de un Zampano que representa al cruel Augusto, y un «loco» filósofo que se encarga de subrayar la moraleja de la fábula: «En el universo, todo sirve para algo. Hasta una piedrecilla». Fellini supo construir sin duda torres más imponentes. Pero nunca volvió a encontrar la pureza de este sueño infantil.





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