1928, año clave
1928 fue para la historia del cine un año clave. Es el gran cambio a las «sonoras» en América y, también, en Europa. Nacen nuevas compañías (la RKO, la Tobis), que sacarán partido de los nuevos procedimientos de registro sonoro para las películas. Para los representantes del «arte mudo» (Griffith, Stroheim, L'Herbier, Epstein) es el canto de cisne. En Francia se moviliza la vanguardia: el Studio 28, les Ursulines, conocen debates memorables. Las revistas especializadas (florecen por entonces: Pour vous, Cinémonde...) toman partido a favor o en contra de la nueva técnica. Un inventor, el profesor Chrétien, descubre un procedimiento de pantalla grande, el Hypergonar, cuya importancia no se conocerá hasta pasados muchos años. En Alemania, el expresionismo es destronado en beneficio de una «nueva objetividad». En Estados Unidos, el éxito de las primeras talkies, unidas al gran miedo a la inflación, aseguran las columnas del templo. En Rusia, donde Stalin asume el poder, se estrena Tempestad sobre Asia de Pudovkin. En Japón, convertido en uno de los grandes productores mundiales (800 largometrajes rodados cada año), se presenta Wakodo no yumede del joven Yasujiro Ozu. Parece que ha llegado el momento del «enorme desbarajuste» que preconiza, en una revista corporativa francesa, el turbulento Jean Renoir.
1928, año de vacilaciones, de contradicciones... Así Jean Renoir, precisamente, pasa sin transición de La cerillera, film experimental rodado en las bambalinas del Vieux-Colombier, a Tire au flanc, un veterano cómico de impacto resueltamente popular. Así Marcel L'Herbier, tras la ambiciosa crónica social de El dinero, se desliza hacia el melodrama de aventuras con Nuits de prince. Así Abel Gance, tras los costosos fastos de Napoleón, se involucra en un pequeño film científico, Marines etcristeaux, antes de consagrarse a un laborioso El Fin del mundo. 1928 marca también, en efecto, el fin del mundo: el de los años locos y su prodigiosa efervescencia cultural. Se ha entrado, sin tener conciencia, en una época de peligros muy reales, en otra preguerra.
Una película supera a todas las demás: La pasión de Juana de arco, rodada en París por un danés. Cari Th. Dreyer, con una actriz de teatro que no se volverá a ver en la pantalla, Renée Falconetti. La «fotogenia», orgullo de las estrellas del mudo, se convierte en un concepto arcaico frente a las exigencias del micrófono rey.
1928 es todavía, en el crisol hollywoodiense, el triunfo de los cineastas emigrados: Josef von Sternberg, Paul Fejos, Paul Leni, Ernst Lubitsch y sobre todo Víctor Sjostrom, rebautizado por los estadounidenses como Seastrom (una obra maestra: El viento). Está también el impacto de ...Y el mundo marcha de King Vidor, un film «neorrealista» anticipado a su tiempo, el estreno de El circo de Chaplin, el triunfo del dúo de Laurel y Hardy (diez cortos en la MGM), y el nacimiento de un pequeño ratón llamado Mickey Mouse, de espectaculares correteos.
Para los cinéfilos de los dos contintentes, 1928 es también la fijación de los «mitos» femeninos ante todo perturbadores: Louise Brooks en Lulú, Mary Duncan en Torrentes humanos, Greta Garbo en El demonio y la carne, tres rostros complementarios del erotismo de la pantalla. Tan sólo la última franqueará, gloriosamente, el cabo del cine parlante.
Finalmente, para el cortometraje europeo 1928 será un año fasto: La estrella de mar, La zona, París-Cinéma, La pequeña Lili, El puente, etc. Los actores mismos irrumpen: Gastón Modot (La tortura por la esperanza), Albert Préjean (Aventura en el Luna Park)... Pero la sorpresa llega sobre todo con Un perro andaluz, bofetada al conformismo dada por dos españoles del grupo surrealista: Luis Buñuel y Salvador Dalí. Decididamente es tiempo de que las «sombras blancas» de la pantalla muda cedan el lugar a las «locas cantoras» (título de dos películas de éxito). Como escribe el dramaturgo Steve Passeur en Le Crapouil/ot. «Por fin el cine habla, bien o mal, pero habla, y ningún poder en el mundo lo hará callar».
PELÍCULAS CLAVE DE LA HISTORIA DEL CINE
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