Guayasamín: la expresión y el gesto en la mitad del mundo
¿Cómo hablar de Guayasamín sin caer en lugares comunes?
De padre indio y madre mestiza, como dice una da las tantas biografías que ruedan por la web, formó parte de una numerosa prole que, como todo hermano mayor de familia pobre, tuvo que ayudar a mantener para equilibrar el presupuesto familiar. Talentoso y precoz, a los 8 años, ya dotado de una notable capacidad negociadora, en vez de productos de la tierra o artículos de contrabando, vendía sus cuadros hechos en trozos de lienzo y cartón en la quiteña Plaza de la Independencia.
A pesar de la pobreza material que lo rodeaba, con sus urgencias cotidianas y el trabajo embrutecedor conspirando contra cualquier posibilidad de crecer, su condición de artista le dotó de una formidable capacidad para sobreponerse al día a día y poder seguir el sino de todo artista, más aun si es talentoso y honesto. Por ello la fama lo alcanzó joven y trabajando. Nunca se le ocurrió negociar, incluso cuando, a los 23 años expone por primera vez, provocando el escándalo de críticos, entendidos y bienpensantes con sus obras de un rotundo y muy personal estilo que, como todo expresionismo que se respete, expone la realidad de la manera más cruda, con trazos y colores rotundos, sombríos y hasta escatológico, si es necesario.
Como todos los integrantes, oficiales o no de dicho movimiento pictórico, su trazo es único e irrepetible, su trazo y su paleta delata al indio que, como ocupante ancestral de estas tierras usurpadas, primero por el español, luego por el criollo, rompe su silencio ancestral y grita a través de las manos, las miradas y los gestos llevados al límite...como todo expresionista que se respete.
Hermanado en la denuncia con los mexicanos Orozco y Alfaro Siqueiros, los irónicos y corrosivos alemanes de los grupos Die Brücke y el Blaue Reiter, los retratistas de la decadencia entreguerras Egon Schiele, Georges Grosz, Otto Dix y Mac Beckmann, del desolado y precursor Münch o del penitente y contemporáneo Anselm Kiefer, mantiene una línea claramente definida, más allá de éxitos artísticos o económicos, a su tranco, más allá y más acá de las mieles laudatorias y de las críticas más enconadas que sus coetáneos le prodigaran con igual desmesura.
Inevitablemente político, fatalmente comprometido con la realidad de su pueblo, con su gente y, con ella, la de toda nuestra América mestizaa, repartió su amistad entre gigantes como el maestro Orozco (de quien fuera su asistente), Pablo Neruda y Gabriel García Márquez, entre otros no menos señeros quienes, junto a él, marcaron los signos de una época luminosa y trágica, con grandes figuras y enormes desafíos frustrados por los poderes que gobiernan este mundo pero, como Oswaldo Guayasamín, ejemplos a seguir por las generaciones futuras.
"Pocos pintores de nuestra América tan poderosos como este ecuatoriano intransferible". Pablo Neruda
De padre indio y madre mestiza, como dice una da las tantas biografías que ruedan por la web, formó parte de una numerosa prole que, como todo hermano mayor de familia pobre, tuvo que ayudar a mantener para equilibrar el presupuesto familiar. Talentoso y precoz, a los 8 años, ya dotado de una notable capacidad negociadora, en vez de productos de la tierra o artículos de contrabando, vendía sus cuadros hechos en trozos de lienzo y cartón en la quiteña Plaza de la Independencia.
A pesar de la pobreza material que lo rodeaba, con sus urgencias cotidianas y el trabajo embrutecedor conspirando contra cualquier posibilidad de crecer, su condición de artista le dotó de una formidable capacidad para sobreponerse al día a día y poder seguir el sino de todo artista, más aun si es talentoso y honesto. Por ello la fama lo alcanzó joven y trabajando. Nunca se le ocurrió negociar, incluso cuando, a los 23 años expone por primera vez, provocando el escándalo de críticos, entendidos y bienpensantes con sus obras de un rotundo y muy personal estilo que, como todo expresionismo que se respete, expone la realidad de la manera más cruda, con trazos y colores rotundos, sombríos y hasta escatológico, si es necesario.
Como todos los integrantes, oficiales o no de dicho movimiento pictórico, su trazo es único e irrepetible, su trazo y su paleta delata al indio que, como ocupante ancestral de estas tierras usurpadas, primero por el español, luego por el criollo, rompe su silencio ancestral y grita a través de las manos, las miradas y los gestos llevados al límite...como todo expresionista que se respete.
Hermanado en la denuncia con los mexicanos Orozco y Alfaro Siqueiros, los irónicos y corrosivos alemanes de los grupos Die Brücke y el Blaue Reiter, los retratistas de la decadencia entreguerras Egon Schiele, Georges Grosz, Otto Dix y Mac Beckmann, del desolado y precursor Münch o del penitente y contemporáneo Anselm Kiefer, mantiene una línea claramente definida, más allá de éxitos artísticos o económicos, a su tranco, más allá y más acá de las mieles laudatorias y de las críticas más enconadas que sus coetáneos le prodigaran con igual desmesura.
Inevitablemente político, fatalmente comprometido con la realidad de su pueblo, con su gente y, con ella, la de toda nuestra América mestizaa, repartió su amistad entre gigantes como el maestro Orozco (de quien fuera su asistente), Pablo Neruda y Gabriel García Márquez, entre otros no menos señeros quienes, junto a él, marcaron los signos de una época luminosa y trágica, con grandes figuras y enormes desafíos frustrados por los poderes que gobiernan este mundo pero, como Oswaldo Guayasamín, ejemplos a seguir por las generaciones futuras.
"Pocos pintores de nuestra América tan poderosos como este ecuatoriano intransferible". Pablo Neruda
..."con mi obra intento mostrar lo que el Hombre hace contra el Hombre".
Oswaldo Guayasamín
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