jueves, 26 de mayo de 2011

Metrópolis - Fritz Lang

Metrópolis
Fritz Lang
Metrópolis
Intérpretes: Alfred Abel (Joh Fredersen), Gustav Fróhlich (Freder), Brigitte Helm (María),

Creación de un espíritu visionario, nutrida con obras de anticipación y de generosa utopía, Metrópolis anuncia y denuncia a la vez las estructuras y contradicciones del universo concentracionario.

Metrópolis es la ciudad modelo del futuro: en la palanca de mando, una casta privilegiada disfruta de días felices en suntuosos jardines floridos, en medio de inmensos rascacielos, mientras que una masa de esclavos robotizados, ubicados en subterráneos insalubres, trabajan con cadencias infernales, clavados a máquinas que los trituran como el dios Moloch. Freder, el hijo de uno de los notables de la ciudad, ignora todo acerca de ese presidio: lo descubrirá con indignación al seguir a una hermosa joven, María, que predica la resignación a los proletarios agobiados. Para contrarrestar su influencia, que juzga nefasta, el dueño de Metrópolis hará fabricar por un sabio ocul­tista, Rotwang, un robot femenino que se asemeje a Maria, que manipulará a las multitudes a su voluntad. Pero Rotwang es un loco que sueña con hundir la ciudad: el androide por él construido arrastrará al pueblo a la revuelta y sumergirá a inocentes en el caos. Un viento de locura sopla en Metrópolis. La situación será resuelta por Freder y Maria: en el pórtico de la catedral donde se han reunido los ciudadanos presa del pánico, el brazo (del Trabajo) y el cerebro (del Capital) se reconciliarán bajo los auspicios del Amor.

Un universo concentracionario

1925 marca el apogeo del cine expresionista alemán. En un país presa de crisis po­líticas, de la inflación y el paro, reina la creación artística. Caligarl, El Golem, Nosferatu, el ciclo de los Nibelungos agotaron el filón de los monstruos de pesadilla y de los héroes legendarios. Es en la vida contemporánea, en el corazón mismo del sistema social, que importa en ese momento buscar el eco de los fantasmas de un pueblo disfuncional. Tal será la audacia, y el genio, de Fritz Lang (1890-1976): haber sabido ofrecer, desde Metrópolis hasta M. el vampiro de Dusseldorf, el espectáculo alucinante de ese mal moderno y su antídoto, equilibrando el vértigo de Babel con la inspección de los bajos fondos.
Su formación de arquitecto lo predispuso a esta visión futurista y apocalíptica. El descubrimiento de los rascacielos y del taylorismo norteamericanos, combinado con el gusto por una estética «constructivista» y la conciencia de una pesadez en el clima social, le suministrarán el impulso decisivo. Su compañera Thea von Harbou escribirá el guión de Metrópolis, inspirándose en los relatos de anticipación de H.G. Wells, Julio Verne y Villiers de L'Isle Adam; Lang pondrá todo en funcionamiento (construcción de inmensos decorados, utilización hábil de maquetas, enorme cantidad de extras, cerca de un año de rodaje...) para dar cuerpo a esta utopía grandiosa, este «sueño de piedra» que se puede considerar, a gusto de cada uno, un himno o un desafío a la ideología to­talitaria. Existe sin ninguna duda un doble movimiento de fascinación y de repulsión, que la ambigüedad del mensaje final, que intenta conciliar lo arbitrario del poder y las exigencias de la justicia social, no llega a disipar del todo.
Lang era absolutamente consciente de este hecho: «La conclusión es falsa, yo ni siquiera la acepté cuando dirigía la película», declaró en 1959 a Cabiers du Cinema. En 1971 matiza esta opinión: «Thea von Harbou había imaginado que el mediador entre el cerebro dirigente y la mano ejecutora podría existir en el corazón. Aquello me pareció entonces pueril, utópico. Pero advertí que la juventud de las universida­des tiende a esta solución».
Queda el admirable logro plástico del film: la marcha lenta de los hombres de la ciudad subterránea, la impecable geometría de movimientos de la multitud, contrastando con el tumulto final, también perfectamente organizado, todo ese hormigueo y esa maestría de formas, con el remate del hermoso rostro de Brigitte Helm, hacen de Metrópolis una de las cimas del arte mudo, digna de situarse muy cerca de Intolerancia de Griffith, y sin duda más alto que Eisenstein. El éxito del film no desmintió esta opinión a lo largo de los años.

PELÍCULAS CLAVE DE LA HISTORIA DEL CINE







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