Dreyer triunfó decididamente con su proyecto: «Mi intención al filmar Juana de Ano», escribió, «era, más allá de los adornos de la leyenda, descubrir la tragedia humana, detrás de la aureola gloriosa descubrir la muchacha que se llama Juana. Quería mostrar que los héroes de esta historia también fueron humanos».
Muy admirada desde su estreno por un puñado de intelectuales (Jean Cocteau, Paul Morand...), desgraciadamente la película cayó bajo las tijeras de la censura, y sobre todo de un accidente que destruyó el negativo original. Una versión aquejada de un comentario musical incongruente fue distribuida en 1952 a instancias de Lo Duca. En 1985 lograron restaurar la obra en su esplendor original. Mientras tanto, Dreyer confirmó sus dotes de visionario de la pantalla con algunas películas poco numerosas, pero de idéntico fervor interior, sublimando, según su exégeta Maurice Drouzy, la herida de una infancia desgraciada: La bruja-vampiro (1931), Dies Irae (1943), La palabra (1954) y su canto de cisne, Gertrud (1964). Murió en 1968.
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