La quimera del oro
Charles Chaplin
The Gold Rush
Intérpretes: Charles Chaplin (Charlot, el pequeño hombre de las nieves), Georgia
Hale (Georgia), Mack Swain («B/g» Jim McKay), Tom Murray (Black Larsen)
Sin duda, no existe un cineasta tan célebre mundialmente como Chaplin, ni un film suyo tan famoso como La quimera del oro. En él, su arte casi encuentra una expresión emblemática.
Klondike (noroeste de Canadá), 1898. La fila de buscadores de oro se extiende hasta los abismos de las montañas nevadas. Charlot, prospector solitario, encuentra refugio en una cabana aislada, donde pronto se le une Big Jim. El hambre los atenaza: ¿quién comerá a quién? Un oso de carne fresca llega para poner fin al horrible dilema.
En el pueblo, Charlot es seducido por Georgia, la «chica del saioon». Ella finge responder a sus avances y acepta una invitación a comer. Pero falta a su compromiso y el pobre hombrecillo se encuentra solo y hace bailar sus panecillos...
Big Jim, que tiene lagunas de memoria, de pronto recuerda la ubicación de un filón rico en mineral. Arrastra a Charlot al lugar. Convertido en millonario, éste último juega a la pelota en el paquebote de regreso. Georgia, llena de remordimientos, se precipita hacia él... y encuentra la fortuna.
Un David harapiento
«Me hice rico interpretando a un pobre», declaró Charles Chaplin (1890-1977), para quien su irresistible ascenso en la jungla del cine siempre fue un júbilo, hasta el punto de que no habla de otra cosa en su autobiografía, Historia de mi vida (ed. Robert Laffont, 1964). A partir de 1915, su gloria está asegurada y el personaje que ha creado —una suerte de David en harapos que se burla de todos los Goliats de la sociedad de los prósperos— ha quedado perfilado para toda la eternidad con un trazo seguro. Su prodigioso talento de mimo, templado en los escenarios londinenses, agrega una dimensión de bufón shakespiriano. Poeta y vagabundo, peregrino del siglo, expuesto a todas las vejaciones, de las que siempre sale con una pirueta, Charlot, antes de quedar atrapado entre los engranajes absurdos de los «tiempos modernos», tuvo que retroceder en el tiempo y compartir la dura vida de los pioneros de Klondyke. De aquello que un crítico italiano llama «el capítulo romántico, la etapa bohemia de la epopeya capitalista», la fiebre del oro, él propone una alegoría definitiva en la que lo cómico oculta con dificultad el amargo combate cotidiano contra el hambre, el frío y la soledad.
El éxito de esta «cabalgata de las nieves» se registró a escala mundial. Chaplin había creado una «nueva manera de reír, una risa que oprime como un dolor» (Fierre Leprohon). La quimera del oro es un admirable cuadro de las costumbres caníbales que precedieron a nuestra sociedad civilizada; allí los hombres se transforman en pollos, y los panes, en bailarinas de can can. Es la bufonesca Odisea de nuestros tiempos, en la que Ulises anda descalzo.
PELÍCULAS CLAVE DE LA HISTORIA DEL CINE
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