Perdido en la ciudad
LA FEDERACIÓN DE
ESTUDIANTES
Yo había sido en Temuco el corresponsal de la revista
Claridad, órgano de la Federación de Estudiantes, y vendía 20 o 30 ejemplares
entre mis compañeros de liceo. Las noticias que el año de 1920 nos llegaron a
Temuco marcaron a mi generación con cicatrices sangrientas. La "juventud
dorada", hija de la oligarquía, había asaltado y destruido el local de la
Federación de Estudiantes. La justicia, que desde la colonia hasta el presente
ha estado al servicio de los ricos, no encarceló a los asaltantes sino a los
asaltados. Domingo Gómez Rojas, joven esperanza de la poesía chilena,
enloqueció y murió torturado en un calabozo. La repercusión de este crimen, dentro
de las circunstancias nacionales de un pequeño país, fue tan profunda y vasta
como habría de ser el asesinato en Granada de Federico García Lorca.
Cuando llegué a Santiago, en marzo de 1921, para
incorporarme a la universidad, la capital chilena no tenía más de quinientos
mil habitantes. Olía a gas y a café. Miles de casas estaban ocupadas por gentes
desconocidas y por chinches. El transporte en las calles lo hacían pequeños y
destartalados tranvías. que se movían trabajosamente con gran bullicio de fierros
y campanillas. Era interminable el trayecto entre la avenida Independencia y el
otro extremo de la capital, cerca de la estación central, donde estaba mi
colegio.
Al local de la Federación de Estudiantes entraban y
salían las más famosas figuras de la rebelión estudiantil, ideológicamente
vinculada al poderoso movimiento anarquista de la época. Alfredo Demaría,
Daniel Schweitzer, Santiago Labarca, Juan Gandulfo eran los dirigentes de más
historia. Juan Gandulfo era sin duda el más formidable de ellos, temido por su
atrevida concepción política y por su valentía a toda prueba. A mí me trataba
como si fuera un niño, que en realidad lo era. Una vez que llegué tarde a su
estudio, para una consulta médica, me miró ceñudo y me dijo: "¿Por qué no
vino a la hora? Hay otros pacientes que esperan". "No sabía qué hora
era", le respondí. "Tome para que la sepa la próxima vez", me
dijo, y sacó su reloj del chaleco y me lo entregó de regalo.
Juan Gandulfo era pequeño de estatura, redondo de cara
y prematuramente calvo. Sin embargo, su presencia era siempre imponente. En
cierta ocasión un militar golpista, con fama de matón y de espadachín, lo
desafío a duelo. Gandulfo aceptó, aprendió esgrima en quince días y dejó
maltrecho y asustadísimo a su contrincante. Por esos mismos días grabó en
madera la portada y todas las ilustraciones de Crepusculario, mi primer libro,
grabados impresionantes hechos por un hombre que nadie relaciona nunca con la
creación artística.
En la vida literaria revolucionaria, la figura más
importante era Roberto Meza Fuentes, director de la revista Juventud, que
también pertenecía a la Federación de Estudiantes, aunque más antológica y
deliberada que Claridad. Allí descollaban González Vera y Manuel Rojas, gente
para mí de una generación mucho más antigua. Manuel Rojas llegaba hace poco de
la Argentina, después de muchos años, y nos dejaba asombrados con su imponente
estatura y sus palabras que dejaba caer con una suerte de menosprecio, orgullo
o dignidad. Era linotipista. A González Vera lo había conocido yo en Temuco,
fugitivo tras el asalto policial a la Federación de Estudiantes. Vino
directamente a verme desde la estación de ferrocarril, que quedaba a algunos
pasos de mi casa. Su aparición fue forzosamente memorable para un poeta de 16
años. Nunca había visto a un hombre tan pálido. Su cara delgadísima parecía
trabajada en hueso o marfil. Vestía de negro, un negro deshilachado en los
extremos de sus pantalones y de sus mangas, sin que por eso perdiera su
elegancia. Su palabra me sonó irónica y aguda desde el primer momento. Su
presencia me conmovió en aquella noche de lluvia que lo llevó a mi casa, sin
que yo hubiera sabido antes de su existencia, tal como la llegada del nihilista
revolucionario a la casa de Sacha Yegulev, el personaje de Andreiev que la
juventud rebelde latinoamericana veía como ejemplo.
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