sábado, 5 de febrero de 2011

Franz Kafka - Frases

No dejes que el mal te confunda y creas que puedes tener secretos para él.

Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leerlo? Un libro tiene que ser el hacha que rompa nuestra mar congelada.

No desesperes, ni siquiera por el hecho de que no desesperas. Cuando todo parece terminado, surgen nuevas fuerzas. Esto significa que vives.

Quien conserva la facultad de ver la belleza no envejece.

Afortunadamente la incongruencia del mundo es de índole cuantitativa.

Cascar una nuez no es realmente un arte, y en consecuencia nadie se atrevería a congregar a un auditorio para entretenerlo entonces ya no se trata meramente de cascar nueces. O tal vez se trate meramente de cascar nueces, pero entonces descubrimos que nos hemos despreocupado totalmente de dicho arte porque lo dominábamos demasiado, y este nuevo cascador de nueces nos muestra por primera vez la esencia real del arte, al punto que podría convenirle, para un mayor efecto, ser un poco menos hábil en cascar nueces que la mayoría de nosotros.

Simplemente, no sobrestimar lo que he escrito; de otro modo se me volvería inalcanzable lo que aún espero escribir.

El hueco que la obra genial ha producido a nuestro alrededor es un buen lugar para encender nuestra pequeña luz. De allí la inspiración que irradian los genios, la inspiración universal que no sólo nos impulsa a la imitación.

La literatura es siempre una expedición a la verdad.

Un libro tiene que ser el hacha que rompa nuestra mar congelada.

Si se llega a un punto determinado, ya no hay regreso posible. Hay que alcanzar ese punto.

Una de las formas de seducción del mal más efectivas es la incitación a la lucha.

Como un camino en otoño: tan pronto como se barre, vuelve a cubrirse de hojas secas.

El verdadero enemigo te transmite un valor sin límites.

La fortuna de comprender que el suelo sobre el que permaneces no puede ser más grande que los dos pies que lo cubren.

No puedo dormir. Sólo sueños, imposibilidad de dormir.

El gesto de amargura del hombre es, con frecuencia, sólo el petrificado azoramiento de un niño.

En tu lucha contra el resto del mundo te aconsejo que te pongas del lado del resto del mundo.

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