jueves, 10 de febrero de 2011

Bahía de Todos los Santos - Guía de calles y misterios - Jorge Amado

CORRE EL MISTERIO POR LA CIUDAD COMO ACEITE

Corre el misterio por la ciudad como aceite. Pegajoso, todos lo sien­ten. ¿De dónde viene? Nadie lo puede localizar perfectamente. ¿Vendrá del batir de los candomblés en las noches de macumba? ¿De los hechizos por las calles en las mañanas de lecheros y panaderos? ¿De las velas de los saveiros en los muelles del Mercado? ¿De los capitanes de la arena, aventureros de once años de edad? ¿De las innumerables iglesias? ¿De los azulejos, de los caserones, de los negros risueños, de la pobre gente vestida de colores abigarrados? ¿De dónde viene ese misterio que rodea y sombrea a la ciudad de Bahía?
"Roma negra" la llamaron. "Madre de las ciudades del Brasil" portuguesa y africana, llena de historias, legendaria, maternal y valerosa. En ella se objetiva, como en la leyenda de Yemanjá, la diosa negra de los mares, el complejo de Edipo. Los bahianos la aman como madre y aman­te, con una ternura entre filial y sensual. Aquí están las grandes iglesias católicas, las basílicas, y aquí están los grandes terreiros del candomblé, el corazón de las sectas fetichistas de los brasileños. Si el Arzobispo es el Primado del Brasil, el padre Martiniano do Bonfim era una especie de Papa de las sectas negras en todo el país y la Mae Menininha es la Papisa de todos los candomblés del mundo. Los padres de santo y las madres de santo de Bahía hacen candomblés en Recife, en Río, en Porto Alegre. Y van, como obispos en viaje pastoral, acompañados de enormes comitivas. De todo eso surge un misterio denso sobre la ciudad que llega al corazón de todos.
No hay ciudad como ésta, por más que se la busque porl os caminos del mundo. Ninguna con sus historias, con su lirismo, su pintoresquis­mo, su honda poesía. En medio de la terrible miseria de las clases pobres nace la flor de la poesía, porque la resistencia del pueblo está más allá de toda imaginación. De él, de ese pueblo bahiano, viene el lírico misterio de la ciudad, misterio que completa su belleza.
La ciudad de Bahía se divide en dos: la ciudad baja y la alta. Entre el mar y el morro, la ciudad baja es de gran comercio. Las casas exporta­doras, los representantes de firmas de otros estados y del extranjero, los bancos, las sociedades anónimas, la Asociación Comercial y el Instituto del Cacao. Antiguamente, cuando el mar no se quebraba en los muelles, cuando venía hasta los fondos del Café Pirangi, esta parte de la ciudad era típicamente portuguesa, con sus caserones, sus azulejos, sus incómo­das escaleras, su olor a mercaderías importadas, tan característico de los almacenes y depósitos. Las calles más cercanas al morro y las laderas que parten en busca de la ciudad alta, iglesias como la de la Conceicáo da Praia, que vino desde Portugal lista para ser armada, todo eso recuerda a las ciudades portuguesas. Pero en la parte conquistada al mar, donde antes estaba el arenal del muelle, las construcciones modernas ya no recuerdan la colonización lusitana. Edificios como el del Instituto del Cacao, los modernos edificios de cemento armado, los rascacielos cons­truidos en esa área, la primera que ve el turista que llega por mar, mo­dificaron la primera impresión que se tenía de la ciudad. Es verdad que, en seguida, el viajero se encuentra ante el edificio de la aduana, típica­mente portugués, construido durante el reinado de don Joáo VI, donde hoy se encuentra el Mercado Modelo.
En la estrecha faja de tierra entre el mar y la montaña, donde hay unas pocas calles paralelas y algunos callejones que las cortan y laderas que suben al morro, la ciudad baja se desenvuelve bajo la protección de un monumento al Visconde de Cairu que se levanta frente a la Associacáo Comercial, de estilo neoclásico inglés, una casa bellísima. En sus proxi­midades queda la Mesa de Rendas Estadual. Esos dos edificios y el de la aduana son admirables caserones antiguos, de anchas paredes y gruesas puertas. Aquí ya estamos en un mundo portugués adoptado por el negro.
Varias laderas unen la ciudad baja con la alta. La más importante es la Ladeira da Montanha, abierta en el morro, en cuya cuesta se abren agujeros donde trabajan herreros y donde, por increíble que parezca, habitan familias. Casas cuyas fachadas sencillas dan hacia las laderas, bajan el morro en una sucesión de pisos hacia abajo, especies de rasca­cielos al revés. Quedan atrapadas en el morro como si fuesen anchas y extrañas escaleras. Su colorido rosa o azul brilla entre el verdor de la montaña.
Más allá de la ciudad baja, en el contorno de la bahía, está la península de Itapagipe, barrio proletario y de la pequeña burguesía po­bre, separado de! resto de la ciudad por una larga calle que parte de la Associacáo Comercial y llega hasta la Calcada. Ahí se encuentra la céle­bre Feira de Agua dos Meninos que un incendio devoró poco antes de ser también tragado por el fuego el Mercado Modelo. En reemplazo de la célebre feria funciona hoy la Feira de Sao Joaquim, un poco más adelan­te, al lado del edificio de Petrobrás, frente al Orfanato de Sao Joaquim que es una de las casas coloniales más bellas de Bahía.
La ciudad alta, exceptuando sus calles céntricas comerciales, es residencial, abriéndose en barrios camino al mar y subiendo por colinas y laderas.
Por la noche, el silencio puebla la ciudad baja. Duerme en los mue­lles, las casas comerciales cerradas, los bancos sin movimiento, los case­rones, y los saveiros con las velas arriadas. La ciudad alta se mueve hacia los cines, hacia las fiestas, hace visitas. Los elevadores, a esas horas, casi no tienen clientela.
Las dos ciudades se completan, sin embargo, y sería difícil explicar de cuál de las dos proviene el misterio que envuelve a Bahía. Porque el viajero lo siente tanto en la ciudad baja como en la alta, por la mañana y por la noche, en el silencio de los muelles o en los ruidos de la multitud en la Baixa dos Sapateiros. El misterio de esta ciudad es imposible de ex­plicar. Es un secreto que nadie conoce, quizá llega desde su pasado, de la sombra del fuerte viejo sobre el mar, quizá llega de su pueblo mestizo y alegre, quizá del mar donde reina Ynaé, quizá de la montaña tapizada de verdor y salpicada de casas. Lo cierto es que todos lo sienten. Rueda sobre Bahía, es como aceite que la envolviera. Cuando en la noche solitaria de la ciudad baja el ruido del lejano latir de! candomblé coincide con el encuentro de una pareja de mulatos que se va a los muelles a hacer el amor, el forastero se da cuenta de que ésta es una ciudad diferente y que en ella existe algo que alegra los corazones.
Es una ciudad negra, pero también es una ciudad portuguesa. ¿Para qué dar explicaciones? Basta con que la amemos como ella lo merece.                                                                  ;
Con un amor que no trate de esconder sus llagas, tan a la vista. Que no trate de negar la existencia de las bandas de Capitanes de la Arena, que roban y asaltan porque tienen hambre. Bahía no necesita benevolencia. Necesita sí, comprensión y apoyo para que su misterio se libere de la miseria, para que su belleza no se manche con el hambre.
No es necesario explicarla. Pues su misterio es como un aceite que se escurre del cielo y del mar y lo envuelve todo, cuerpo, alma y crazón.






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