jueves, 10 de febrero de 2011

Bahía de Todos los Santos - Guía de calles y misterios - Jorge Amado

INVITACIÓN

Y cuando la guitarra gima en las manos del cantor de serenatas, en la calle trepidante de la ciudad más agitada, muchacha, no tengas ni un minuto de duda. Atiende al llamado y ven. Bahía te espera con su fiesta cotidiana. Tus ojos se inundarán de pintoresquismo, pero también se entristecerán ante la miseria que sobra por estas calles coloniales donde se elevan, violentos, flacos y feos, los modernos rascacielos.
¿Oyes? Es el llamado insistente de los atabales en la noche miste­riosa. Si vienes, ellos tañerán todavía más alto, con el poderoso toque del llamado del santo, y los dioses negros llegarán de las selvas del África para bailar en tu honor. Con los vestidos más bellos, bailando las danzas inolvidables. Las iaós cantarán en yoruba los cánticos de salu­tación.
Los saveiros abrirán sus velas y rumbearán hacia el mar ancho de tempestades. Del viejo fuerte vendrá una música antigua, vals olvidado que sólo el ex soldado recuerda. Los vientos de Yemanjá apenas serán una dulce brisa en la noche estrellada. El río Paraguaú murmurará tu nombre y las campanas de las iglesias de repente tocarán el Ave María, a pesar de que el crepúsculo ya pasó con su desesperada tristeza.
En el Mercado das Sete Portas, en pobres platos de latón el sarapatel te espera, oscuro y sabroso. Los potes y vasos de barro que compra­rás, las redes para hacer la siesta, los inhames y mandiocas, las frutas coloridas. Si vienes, la feria tendrá otra animación, beberemos cachaba con hierbas aromáticas.
Los viejos caserones te esperan. Los azulejos vinieron de Portugal y, gastados, hoy son todavía más bellos. Allá dentro la miseria murmura en las escaleras por donde las ratas corren, en las piezas inmundas. Las piedras con que los esclavos hicieron las calles, cuando el sol las ilumi­na al mediodía, tienen manchas de sangre. Sangre esclava que corrió por esas piedras en los antiguos días. En los caserones vivían los seño­res de los ingenios. Ahora son los conventillos más abyectos del mundo.
Verás las iglesias, grávidas de oro. Dicen que son trescientas se­senta y cinco. Tal vez no sean tantas, pero, ¿qué importa? ¿Dónde está la verdad cuando nos referimos a la ciudad de Bahía? Nunca se sabe qué es verdad y qué es leyenda en esta ciudad. En su misterio lírico y en su trágica pobreza la verdad y la leyenda se confunden. Si llegas a subir al Tabuáo, zona de mujeres que ya perdieron la última parcela de esperan­za en los quintos pisos de edificios deformes, nunca sabrás con certeza si es una calle maravillosa de pintoresquismo con sus ventanas coloniales y sus puertas centenarias o si no es más que un enorme hospital, sin médicos, sin enfermeras y sin remedios. ¡Ah! muchacha, esta ciudad de Bahía es múltiple y desigual. Su eterna belleza, sólida como la de ningu­na otra ciudad brasileña, nace del pasado, estalla en los pintorescos muelles, en las macumbas, en las ferias, en las cortadas y en las laderas, su belleza tan poderosa como se ve, se palpa y se huele, belleza de mujer sensual, esconde un mundo de miseria y de dolor. Muchacha, yo te mostraré lo pintoresco, pero también te mostraré el dolor.
Ven y seré tu cicerone. Juntos comeremos en el Mercado, sobre el mar, el vatapá con pimienta, y la dulce cocada. Seré tu cicerone, pero no te llevaré sólo a los barrios ricos, de casas modernas y confortables. Barra, Pituba, Graqa, Vitoria, Morro do Ipiranga. En ómnibus repletos iremos a la Estrada da Libertade, barrio obrero, donde descubrirás la miseria oriental repitiéndose en los tugurios de las invasóes, Massaranduba, Coréia, Cosme de Faria, Uruguai, iremos a los conventillos infames, cruzaremos los puentes de barro de los Alagados.
En éste un extraño guía, muchacha. Con él no verás sólo la cascara amarilla y linda de la naranja. Verás, también, los gajos podridos que repugnan al paladar. Porque Bahía es así, mezcla de belleza y de sufri­miento, de satisfacción y de hambre, de risas alegres y lágrimas dolien­tes.
Cuando la guitarra gima en las manos del cantor de serenatas nacido en Bahía, hijo de su poesía y de su dolor, no pienses siquiera, pues la mágica ciudad te espera y yo seré tu guía por las calles y por los misterios. Tus ojos se llenarán de pintoresquismo, tus oídos escucharán cuentos que sólo los bahianos saben contar, tus pies pisarán los mármo­les de las iglesias, tus manos tocarán el oro de Sao Francisco, tu corazón latirá más rápido al son de los atabales. Pero también sentirás dolor y rebelión y tu corazón se encogerá de angustia ante la procesión fúnebre de los tuberculosos en la ciudad de mejor clima y de mayor porcentaje de tísicos del Brasil. La belleza vive en esta ciudad misteriosa, muchacha, pero tiene una compañera inseparable, el hambre.
Si no eres más que una turista ávida de nuevos paisajes, de nove­dades para fortalecer un corazón harto de emociones, viajera de pobres aventuras ricas, entonces no tomes a este guía. Pero si quieres verlo todo, en el ansia de aprender y de mejorar, si quieres realmente conocer Bahía, entonces ven conmigo y te mostraré las calles y los misterios de la ciudad de Salvador y te irás de aquí con la seguridad de que este mundo está errado y que hay que rehacerlo para bien. Porque no es justo que tanta miseria quepa en tanta belleza. Un día regresarás, quizás, y por entonces habremos reformado al mundo y sólo la alegría, la salud y la abundancia cabrán en la belleza inmortal de Bahía.
Si amas a la humanidad y deseas ver a Bahía con ojos de amor y de comprensión, entonces seré tu guía. Reiremos juntos y juntos nos rebe­laremos. Cualquier catálogo oficial o de simple propaganda te dirá cuánto costó el Elevador Lacerda, la edad exacta de la Catedral, el número cierto de los milagros del Senhor do Bonfim. Pero yo te daré mucho más, pues te hablaré del color y de la poesía, te contaré del dolor y de la miseria.
Ven, Bahía te espera. Es una fiesta, y también un fuñe ral. El cantor de serenatas canta su llamado. Los atabales saludan a Exu a la hora sagrada del padé. Los saveiros cruzan el mar de Todos os Santos, más allá está el río Paraguay. Es suave la brisa sobre las palmas de los cocoteros en las playas infinitas. Un pueblo mestizo, cordial, civilizado, pobre y sensible habita en este paisaje de ensueño.
Ven, Bahía te espera.




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