(…) Pasados cuatro días Marta volvió a telefonear, “Apareceremos allí mañana por la tarde”. Cipriano Algor hizo unas cuentas rápidas, “Pero el descanso de Marcial no era ahora”, “Pues no”, “Entonces”, “Guarde las preguntas para cuando lleguemos”, “Quieres que vaya a buscaros”, “No merece la pena, tomaremos un taxi”.
Cipriano Algor le dijo a Isaura que le parecía extraña la visita, “Salvo si”, añadió, “la distribución de las libranzas tuvo que ser alterada a causa de alguna confusión burocrática que el descubrimiento de la gruta haya provocado, pero en ese caso lo natural sería que ella lo hubiera dicho sin mandar que me guardara las preguntas para cuando estén aquí”, “Un día pasa deprisa”, dijo Isaura, “mañana lo sabremos”.
Al final, el día no pasó con tanta rapidez como Isaura auguraba. Veinticuatro horas pensando son muchas, veinticuatro horas se dice porque el sueño no es todo, de noche, probablemente, hay otros pensamientos en nuestra cabeza que corren una cortina y siguen pensando sin que nadie lo sepa. Cipriano Algor no se había olvidado de las categóricas palabras de Marta referidas al hijo que va a nacer, “Parirlo aquí, no”, una frase absolutamente explícita, sin rodeos, no
uno de aquellos conjuntos de sonidos vocales más o menos organizados que
incluso cuando afirman parecen dudar de sí mismos. La conclusión, por tanto, en buena lógica, sólo podría ser una, Marta y Marcial iban a abandonar el Centro. “Si lo hicieren será un disparate”, decía Cipriano Algor, “de qué van a vivir después”, “Esa misma pregunta se nos podría hacer a nosotros”, dijo Isaura, “y no por eso me ves preocupada”,
“Crees en la divina providencia que vela por los desvalidos”,
“No, creo que hay ocasiones en la vida en que debemos dejarnos llevar por la corriente de lo que sucede, como si las fuerzas para resistir nos faltasen, pero de pronto comprendemos que el río se ha puesto a nuestro favor, nadie más se ha dado cuenta de eso, sólo nosotros, quien mire creerá que estamos a punto de naufragar, y nunca nuestra navegación fue tan firme, Ojalá que la ocasión en que nos encontramos sea una de ésas”.
No tardaría mucho en saberse. Marta y Marcial salieron del taxi, descargaron del maletero algunos bultos, menos de los que antes se llevaron al Centro, y Encontrado desahogó la emoción con dos arrebatadas vueltas alrededor del moral, y cuando el coche bajó la ladera para regresar a la ciudad Marcial dijo, “Ya no soy empleado del Centro, pedí la baja como guarda”. Cipriano Algor e Isaura no consideraron conveniente manifestar sorpresa, que encima sonaría a falsa, pero por lo menos una pregunta estaban obligados a hacer, una de esas preguntas inútiles sin las que parece que no podemos vivir, “Estás seguro de que es lo mejor para vosotros”, y Marcial respondió, “No sé si es lo mejor o lo peor, hice lo que debía ser hecho, y no fui el único, también se despidieron otros dos colegas, uno externo y un residente”, “Y el Centro, cómo reaccionaron ellos”, “Quien no se ajusta no sirve, y yo ya había dejado de ajustarme”, las dos últimas frases fueron pronunciadas después de la cena,
“Y cuándo sentiste que habías dejado de estar ajustado”, preguntó Cipriano Algor, “La gruta fue la última gota, como también lo fue para usted”, “Y para esos colegas tuyos”, “Sí, también para ellos”. Isaura estaba de pie y comenzaba a quitar la mesa, pero Marta dijo, “Déjalo, luego lo arreglamos entre las dos”,
“Tenemos que decidir qué vamos a hacer”, dijo Cipriano Algor, “Isaura opina
que nos deberíamos dejar llevar por la corriente de lo que acontece, que siempre llega un momento en que sentimos que el río está a nuestro favor”, “Yo no he dicho siempre”, corrigió Isaura, “dije que hay ocasiones, de todos modos no me hagáis caso, es sólo una fantasía que me ha pasado por la cabeza”, “Para mí sirve”, aprobó Marta, “por lo menos se parece mucho a lo que nos ha venido sucediendo”, “Qué vamos a hacer entonces”, preguntó el padre, “Marcial y yo vamos a buscar nuestra vida lejos de aquí, está decidido, el Centro se acabó, la alfarería ya se había acabado, de una hora para otra hemos pasado a ser extraños en este mundo”,
“Y nosotros”, preguntó Cipriano Algor,
“No esperarán que sea yo quien les aconseje lo que tienen que hacer”, “Entiendo bien si entiendo que estás proponiendo que nos separemos”, “Entiende mal, lo que yo digo es que las razones de uno pueden no ser las razones de todos”,
“Puedo dar una opinión, sugerir una idea”, preguntó Isaura, “en realidad no sé si tengo ese derecho, estoy en la familia no hace ni media docena de días, incluso me siento como si estuviera a prueba, como si hubiese entrado por la puerta trasera”, “Ya estabas por aquí desde hace meses, desde aquel famoso cántaro”, dijo Marta, “ en cuanto a las otras palabras que has dicho, que te responda mi padre”, “Salvo que tiene una opinión que dar, una idea que sugerir, nada más he oído, así que cualquier apreciación mía en este momento estaría fuera del debate”, dijo Cipriano Algor, “Cuál es tu idea”, preguntó Marta, “Tiene que ver con aquella fantasía de la corriente que nos lleva”, dijo Isaura, “Explícate”, “Es la cosa más simple del mundo”, “Ya sé cuál es la idea”, interrumpió Cipriano Algor, “Cuál”, preguntó Isaura, “Nos vamos también”, “Exacto”. Marta respiró hondo, “Para tener ideas provechosas, no hay nada como ser mujer”,
“Conviene que no nos precipitemos”, dijo Cipriano Algor, “Qué quieres decir”, preguntó Isaura, “Tienes tu casa, tu empleo, Y, Dejarlo todo así, volverle la espalda”, “Ya lo había dejado todo antes, ya le había vuelto la espalda antes cuando apreté aquel cántaro contra el pecho, realmente era necesario que fueras hombre para no comprender que te estaba apretando a ti”, las últimas palabras casi se perdieron en una súbita irrupción de sollozos y de lágrimas. Cipriano Algor extendió tímidamente la mano, le tocó un brazo, y ella no pudo evitar que el llanto redoblase, o tal vez necesitara que así ocurriese, a veces no
son suficientes las lágrimas que ya lloramos, tenemos que pedirles por favor
que continúen.
Los preparativos del viaje ocuparon todo el día siguiente. Primero de una
casa, luego de otra, Marta e Isaura escogieron lo que consideraron necesario para un viaje que no tenía destino conocido y que no se sabe cómo ni dónde terminará. La furgoneta fue cargada por los hombres, auxiliados por los ladridos de estímulo de Encontrado, nada inquieto hoy con lo que era, con claridad total, una nueva mudanza, porque en su cabeza de perro ni siquiera podría entrar la idea de que pretendieran abandonarlo por segunda vez. La mañana de la partida apareció con el cielo grisáceo, había llovido por la noche, en la explanada se veían, aquí y allí, pequeñas pozas de agua, y el moral, para siempre agarrado a la tierra, todavía goteaba.
“Vamos”, preguntó Marcial, “Vamos”, dijo Marta.
Subieron a la furgoneta, los dos hombres delante, las dos mujeres atrás, con Encontrado en medio, y cuando Marcial iba a poner el coche en movimiento, Cipriano Algor dijo bruscamente, “Espera”.
Salió de la furgoneta y dirigió los pasos al horno, “Adonde va”, preguntó Marta, “Qué irá a hacer”, murmuró Isaura.
La puerta del horno fue abierta, Cipriano Algor entró. Poco después salió, venía
en mangas de camisa y se servía de la chaqueta para transportar algo pesado, unos cuantos muñecos, no podría ser otra cosa, “Quiere llevárselos de recuerdo”, dijo Marcial, pero se equivocaba, Cipriano Algor se aproximó a la puerta de la casa y comenzó a disponer las estatuillas en el suelo, de pie, firmes en la tierra mojada, y cuando las colocó a todas, volvió al horno, en ese momento ya los otros viajeros habían bajado de la furgoneta, ninguno hizo preguntas, uno a uno entraron también en el horno y fueron sacando los muñecos al aire libre, Isaura corrió a la furgoneta para buscar un cesto, un saco, cualquier cosa, y las figurillas iban poco a poco ocupando el espacio frente a la casa, y entonces Cipriano Algor entró en la alfarería y retiró con cuidado de la estantería las figurillas defectuosas que había juntado, y las unió a sus hermanas correctas y sanas, con la lluvia se convertirán en barro, y después en polvo cuando el sol las seque, pero ése es el destino de todos nosotros, ahora ya no es delante de la casa donde las figurillas están de guardia, también defienden la entrada de la alfarería, al final serán más de trescientos muñecos mirando de frente, payasos, bufones, esquimales, mandarines, enfermeras, asirios de barbas, hasta ahora Encontrado no ha derribado ninguno, Encontrado es un perro consciente, sensible, casi humano, no necesita que le expliquen lo que está pasando aquí.
Cipriano Algor cerró la puerta del horno, dijo, “Ahora podemos irnos”. La furgoneta hizo la maniobra y bajó la cuesta. Llegando a la carretera giró a la izquierda. Marta lloraba con los ojos secos, Isaura la abrazaba, mientras Encontrado se enroscaba en una esquina del asiento por no saber a quién acudir. Algunos kilómetros andados, Marcial dijo, “Escribiré a mis padres cuando paremos para almorzar”. Y luego, dirigiéndose a Isaura y al suegro, “Había un cartel, de esos grandes, en la fachada del Centro, a que no son capaces de adivinar lo que decía”, preguntó, “No tenemos ni idea, respondieron ambos, y entonces Marcial dijo, como si recitase,
“EN BREVE, APERTURA AL PÚBLICO DE LA CAVERNA DE PLATÓN, ATRACCIÓN EXCLUSIVA, ÚNICA EN EL MUNDO, COMPRE YA SU ENTRADA.
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