(…) “La quiero, Isaura”, y ella respondió con una voz que parecía dolorida,
“Y en el día en que se va es cuando me lo dice”,
“Sería inútil haberlo hecho antes, tanto, a fin de cuentas, como hacerlo ahora,
“Y sin embargo me lo acaba de decir”,
“Era la última ocasión, tómelo como una despedida”,
“Por qué”,
“No tengo nada que ofrecerle, soy una especie en vías de extinción, no tengo futuro, ni siquiera tengo presente”,
“Presente tiene, esta hora, esta sala, su hija y su yerno que se lo van a llevar, ese perro ahí tumbado a sus pies”,
“Pero no esa mujer”,
“No me ha preguntado”,
“Ni quiero preguntar”,
“Por qué”,
“Repito, porque no tengo nada para ofrecerle”,
“Si lo que ha dicho hace un momento fue sentido y pensado, tiene amor”,
“El amor no es casa, ni ropa, ni comida”,
“Pero comida, ropa y casa, por sí solas, no son amor”,
“No juguemos con las palabras, un hombre no pide a una mujer que se case con él si no tiene medios para ganarse la vida”,
“Es su caso”, preguntó Isaura,
“Sabe bien que sí, la alfarería cerró, y yo no sé hacer otra cosa”,
“Pero va a vivir a costa de su yerno”,
“No tengo más remedio”,
“También podría vivir de lo que su mujer ganara”,
“Cuánto tiempo duraría el amor en ese caso”, preguntó Cipriano Algor,
“No trabajé mientras estuve casada, viví de lo que mi marido ganaba, Nadie lo encontraba mal, era ésa la costumbre”,
“pero ponga a un hombre en esa situación y cuénteme lo que pasará después”, “Entonces tendría el amor que morir forzosamente por esa causa”, preguntó Isaura, “por una razón tan simple como ésa el amor se acaba”,
“No estoy en situación de responderle, me falta experiencia”.
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