sábado, 10 de septiembre de 2011

La caverna - José Saramago - Fragmento

Cipriano Algor volvió los ojos hacia la cavidad y preguntó, “Viste lo que hay ahí dentro”, “Lo he visto”, respondió Marcial, “Qué es”, “Compruébelo usted mismo, aquí tiene una linterna, si quiere”, “Vienes conmigo”, “No, yo también he ido solo”, “Hay algún camino trazado, algún paso”, “No, tiene que ir siempre por la izquierda y no perder el contacto con la pared, al fondo encontrará lo que busca”.
Cipriano Algor encendió la linterna y entró.
Me olvidé de cerrar los ojos, pensó. La luz indirecta de los focos todavía permitía ver unos tres o cuatro metros de suelo, el resto era negro como el interior de un cuerpo. Había un declive no muy pronunciado, pero irregular.
Cautelosamente, rozando la pared con la mano izquierda, Cipriano Algor comenzó a bajar. A cierta altura le pareció que a su derecha había algo que podría ser una plataforma y un muro. Se dijo a sí mismo que cuando volviera averiguaría de qué se trataba, Probablemente es una obra para retener las tierras, y siguió bajando. Tenía la impresión de que había andado mucho, tal vez unos treinta o cuarenta metros. Miró atrás, hacia la boca de la gruta. Recortada contra la luz de los focos, parecía realmente distante, No anduve tanto, pensó, lo que pasa es que estoy desorientándome. Percibía que el pánico comenzaba, insidiosamente, a rasparle los nervios, tan valiente que se imaginara, tan superior a Marcial, y ahora estaba casi a punto de volverse de espaldas y correr a trompicones pendiente arriba. Se apoyó en la roca, respiró hondo, Aunque tenga que morir aquí, dijo, y recomenzó a andar. De repente, como si hubiese girado sobre sí misma en ángulo recto, la pared se presentó ante él. Había alcanzado el final de la gruta. Bajó el foco de la linterna para cerciorarse de la firmeza del suelo, dio dos pasos e iba a la mitad del tercero cuando la rodilla derecha chocó con algo duro que le hizo soltar un gemido. Con el choque la luz osciló, ante sus ojos surgió, durante un instante, lo que
parecía un banco de piedra, y luego, en el instante siguiente, alineados, unos bultos mal definidos aparecieron y desaparecieron. Un violento temblor sacudió los miembros de Cipriano Algor, su coraje flaqueó como una cuerda a la que se le estuvieran rompiendo los últimos hilos, pero en su interior oyó un grito que lo obligaba, Recuerda, aunque tengas que morir.
La luz trémula de la linterna barrió despacio la piedra blanca, tocó levemente unos paños oscuros, subió, y era un cuerpo humano sentado lo que allí estaba. A su lado, cubiertos con los mismos paños oscuros, otros cinco cuerpos igualmente sentados, erectos todos como si un espigón de hierro les hubiese entrado por el cráneo y los mantuviese atornillados a la piedra. La pared lisa del fondo de la gruta estaba a diez palmos de las órbitas hundidas, donde los globos oculares habrían sido reducidos a un grano de polvo. Qué es esto, murmuró Cipriano Algor, qué pesadilla es ésta, quiénes eran estas personas. Se aproximó más, pasó lentamente el foco de la linterna sobre las cabezas oscuras y resecas, éste es hombre, ésta es mujer, otro hombre, otra mujer, y otro más, y otra mujer, tres hombres y tres mujeres, vio restos de ataduras que parecían haber servido para inmovilizarles los cuellos, después bajó el foco de la linterna, ataduras iguales les prendían las piernas. Entonces, despacio, muy despacio, como una luz que no tuviera prisa en aparecer, aunque llegaba para mostrar la verdad de las cosas hasta en sus más oscuros y recónditos escondrijos,
Cipriano Algor se vio entrando otra vez en el horno de la alfarería, vio el banco de piedra que los albañiles dejaron abandonado y se sentó en él, y otra vez escuchó la voz de Marcial, ahora con palabras diferentes, llaman y vuelven a llamar, inquietas, desde lejos, “Padre, me oye, respóndame”, la voz retumba en el interior de la gruta, los ecos van de pared a pared, se multiplican, si Marcial no se calla un minuto no será posible que oigamos la voz de Cipriano Algor diciendo, distante, como si ella misma fuese también un eco, “Estoy bien, no te preocupes, no tardo”. El miedo había desaparecido.
La luz de la linterna acarició una vez más los míseros rostros, las manos sólo piel y hueso cruzadas sobre las piernas, y, más aún, guió la propia mano de Cipriano Algor cuando tocó, con respeto que sería religioso si no fuese humano simplemente, la frente seca de la primera mujer. Ya nada le retenía allí, Cipriano Algor había comprendido. Como el camino circular de un calvario, que siempre encuentra un calvario delante, la subida fue lenta y dolorosa. Marcial bajó a su encuentro, alargó la mano para ayudarlo, al salir de la oscuridad hacia la luz venían abrazados y no sabían desde cuándo. Exhausto de fuerzas, Cipriano Algor se dejó caer en el escabel, inclinó la cabeza sobre la mesa y, sin ruido, apenas se notaba el estremecimiento de los hombros, comenzó a llorar. “No se contenga, padre, yo también he llorado”, dijo Marcial. Poco después, más o menos recompuesto de la emoción, Cipriano Algor miró al yerno en silencio, como si en aquel momento no tuviera una manera mejor de decirle que lo estimaba, después preguntó, “Sabes qué es aquello”, “Sí, leí algo hace tiempo”, respondió Marcial, “Y también sabes que lo que está ahí, siendo lo que es, no tiene realidad, no puede ser real”, “Lo sé”, “Y con todo yo he tocado con esta mano la frente de una de esas mujeres, no ha sido una ilusión, no ha sido un sueño, si volviese ahora encontraría los mismos tres hombres y las mismas tres mujeres, las mismas cuerdas atándolos, el mismo banco de piedra, la misma pared ante ellos”, “Si no son los otros, puesto que no existieron, quiénes son éstos”, preguntó Marcial, “No sé, pero después de verlos pienso que tal vez lo que realmente no exista sea eso a lo que damos el nombre de no existencia”. Cipriano Algor se levantó lentamente, las piernas todavía le temblaban, pero, en general, las fuerzas del cuerpo habían regresado. Dijo, “Cuando bajaba tuve la sensación de ver algo que podría ser un muro y una plataforma, si pudieras mudar la orientación de uno de esos focos”, no necesitó terminar la frase, Marcial ya estaba girando una rueda, accionando una manilla, y luego la luz se extendió suelo adentro hasta chocar con la base de un muro que atravesaba la gruta de lado a lado, pero sin llegar a las paredes. No había ninguna plataforma, sólo un paso a lo largo del muro.
“Falta una cosa”, murmuró Cipriano Algor. Avanzó algunos pasos y de repente se detuvo, “Aquí está”, dijo. En el suelo se veía una gran mancha negra, la tierra estaba requemada en ese lugar, como si durante mucho tiempo allí hubiera ardido una hoguera.
“No merece la pena seguir preguntando si existieron o no”, dijo Cipriano Algor, “las pruebas están aquí, cada cual sacará las conclusiones que crea justas, yo ya tengo las mías”. El foco volvió a su sitio, la oscuridad también, después Cipriano Algor preguntó, “Quieres que me quede haciéndote compañía”, “No, gracias”, dijo
Marcial, “vuelva a casa, Marta debe de estar angustiada, pensando lo peor”, “Entonces, hasta luego”, “Hasta luego, padre”, hizo una pausa, y luego, con una sonrisa medio constreñida, como de un adolescente que se retrae en el mismo instante en que se entrega, añadió, “Gracias por haber venido”.
Cipriano Algor miró el reloj cuando llegó al piso cero-cinco. Eran las cuatro y
media. El montacargas lo llevó al trigésimo cuarto piso. Nadie lo había visto.
Marta le abrió la puerta silenciosamente, con los mismos cuidados volvió a cerrarla, “Cómo está Marcial”, preguntó, “Está bien, no te preocupes, tienes un
gran hombre, te lo digo yo”, “Qué hay abajo”, “Deja que me siente primero, estoy como si me hubiesen dado una paliza, estos esfuerzos ya no son para mi edad”, “Qué hay abajo”, volvió a preguntar Marta después de haberse sentado, “Abajo hay seis personas muertas, tres hombres y tres mujeres”, “No me sorprende, era exactamente lo que pensaba, que se trataría de restos humanos, sucede con frecuencia en las excavaciones, lo que no comprendo es por qué todos estos misterios, tanto secreto, tanta vigilancia, los huesos no huyen, y no creo que robarlos mereciese el trabajo que daría”, “Si hubieses bajado conmigo comprenderías, todavía estás a tiempo de ir allí”,
“Deje esas ideas”, “No es fácil dejar esas ideas después de haber visto lo que
he visto”, “Qué ha visto, quiénes son esas personas”,
“Esas personas somos nosotros”, dijo Cipriano Algor,
“Qué quiere decir”,
“Que somos nosotros, yo, tú, Marcial, el Centro todo, probablemente el mundo”, “Por favor, explíquese”,
“Pon atención, escucha”.
 La historia tardó media hora en ser contada. Marta la oyó sin interrumpir una sola vez. Al final, dijo, “Sí, creo que tiene razón, somos nosotros”.
No hablaron más hasta que llegó Marcial. Cuando entró, Marta se le abrazó con fuerza,
“Qué vamos a hacer”, preguntó, pero Marcial no tuvo tiempo de responder.
Con voz firme, Cipriano Algor decía, “Vosotros decidiréis vuestras vidas, yo me voy”.



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