Novelista francés y una de las principales figuras del Naturalismo, fue también precursor de la literatura comprometida.
Hijo de Francesco Zola, ingeniero emigrante italiano, y de Émilie Aubert, proveniente de la pequeña burguesía francesa, pasó su infancia en Aix-en-Provence y estudió en el colegio Bourbon. Fue compañero de Cézanne, con quien mantuvo una sólida amistad, y tomó contacto con la literatura romántica, especialmente con la narrativa de V. Hugo y la poesía de A. de Mauset, su favorito. Al morir su padre, en 1947 se trasladó a París junto a su madre y continuó sus estudios en el Instituto Saint-Louis. Tras fracasar en su examen de graduación, en 1859 consiguió un empleo administrativo en una oficina de Aduanas y en 1862 empezó a trabajar para el departamento de publicidad de la Editorial Hachette. Se interesó por la poesía y el teatro, y colaboró para periódicos como Le Figaro, Le Petit Journal y La Salut Public.
Sus primeros libros publicados fueron un conjunto de relatos titulados Cuentos a Ninon (1864), y una novela autobiográfica con influencia del romanticismo, La confesión de Claude (1865). Escribió dos obras de teatro que no fueron representadas, La Fea y Magdalena (ambas en 1865), y en 1866 fue despedido de Hachette.
Comenzó a trabajar como cronista literario y artístico en el periódico L´Événement, y ese mismo año publicó los trabajos de crítica pictórica Mis odios y Mi salón, donde hizo una enérgica defensa de Manet, cuestionado en esa época por los sectores académicos.
A partir de ese momento se dedicó por completo a escribir, se alejó paulatinamente del romanticismo y se vinculó con el movimiento realista y el positivismo. Aplicó su experiencia periodística en Los Misterios de Marsella (1867), una novela folletinesca, y con pocos meses de diferencia publicó su primera obra importante, Thérese Raquin, con la que ganó gran prestigio en el ambiente literario. Con Madeleine Férat (1868) fue consolidando su estilo, y la lectura de Introducción a la medicina experimental, de C. Bernard, lo inspiró para concebir un conjunto de novelas escritas “con rigor científico”, donde se propuso relatar la historia natural de varias generaciones de una familia bajo el Segundo Imperio.
Así nació la monumental serie Los Rougon-Macquart, publicada entre 1871 y 1893 e integrada por: La fortuna de los Rougon, La ralea, El vientre de París, La conquista de Plassans, La caída del Abate Mouret, Su excelencia Eugène Rougon, La taberna, Una página de amor, Naná, Lo que se gasta, El paraíso de las damas, La alegría de vivir, Germinal, La obra, La tierra, El sueño, La bestia humana, El dinero, La derrota y El Doctor Pascal. En los 31 volúmenes que comprenden las veinte novelas trazó la genealogía de más de doscientos personajes y sus textos fueron tan elogiados como criticados. Recibió duros cuestionamientos por parte de escritores católicos que veían en el carácter positivista de su obra signos de decadencia, dogmatismo y una “absoluta carencia de espiritualidad”.
Su obra ensayística comprende volúmenes teóricos sobre el naturalismo, así como textos de crítica y polémico, entre los que destacan ¡Yo acuso! (1898), un extenso artículo dirigido al jefe de Estado francés y publicado originalmente en el periódico L´Aurore, donde defendió la inocencia del capitán de origen judío A. Dreyfus, acusado de alta traición a la patria por militares antisemitas. El efecto causado por su participación en “el caso Dreyfus” lo posicionó como líder de las fuerzas progresistas (republicanos y socialistas) que reclamaron al gobierno derechista la defensa de los derechos humanos en la República. El gobierno apoyado por los partidos conservadores, el ejército nacionalista y la Iglesia Católica, lo procesó por injurias y lo persiguió, por lo que se exilió en Inglaterra hasta que se demostró la inocencia de Dreyfus y la existencia de un complot militar.
En 1899 volvió a París y pudo ver indultado a Dreyfus y el 29 de setiembre de 1902 murió asfixiado por la defectuosa combustión de una chimenea, hecho que suscitó muchas sospechas, dadas las reiteradas amenazas de muerte que había recibido.
Su influencia sobre las generaciones posteriores de escritores no sólo fue literaria, ya que su actitud de involucrarse tanto en la literatura como en la realidad social se transformó en un paradigma del escritor comprometido y dominó la escena cultural Occidental hasta la década de los setenta.
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