Las olas – Virginia Woolf
Prólogo a la primera edición
“El tema propio de la novela no existe: todo constituye
el tema propio de la novela” escribió Virginia Woolf, hace algunos años, en un ensayo sobre la
novela moderna, en el cual esbozó un programa destinado a hacer salir a esta
rama de la literatura, la más genuinamente representativa de nuestra época, del
círculo vicioso en que se movía. La forma clásica de la novela, que había
producido obras maestras como las de Dickens, Jane Austen, Flaubert o Balzac,
resultaba al presente inadecuada para expresar las posibilidades infinitas del
mundo contemporáneo, a la vez que era demasiado lógica para captar la complejidad
y variedad de percepciones del ser humano. No obstante, la mayor parte de los
novelistas gastaba una paciencia y esfuerzo enormes en continuar la tradición
clásica. Construía cuidadosamente sus capítulos para culminar con el desenlace
que dejaba a sus héroes eternamente felices o desdichados, y nos brindaba toda
clase de detalles concernientes al aspecto exterior de sus personajes, quienes
vestían y hablaban según los más rigurosos dictados de la moda; pero, ¿qué nos
decían del movimiento interior del pensamiento, de aquellas súbitas
percepciones o interrogaciones que asaltan el espíritu mientras el ser humano
se encuentra entregado a las faenas de la existencia cotidiana?
Examinemos, por un instante, un cerebro normal en
un día cualquiera. La mente percibe miríadas de impresiones triviales,
fantásticas, ya efímeras, ya grabadas con la precisión del acero. Ellas surgen de
todas partes, en un incesante espectáculo de innumerables átomos, y a medida
que caen, a medida que adquieren forma en la vida del lunes o del martes, el
acento cae diferente al de antaño; el momento de importancia ocurrió aquí y no
allá; de modo que si el escritor fuera un hombre libre y no un esclavo, si
pudiera escribir lo que desea y no lo que debe, si pudiera basar su obra en su
propio sentimiento y no en convencionalismos, no habría trama, ni comedia, ni
tragedia, ni interés amoroso, ni catástrofe en el estilo establecido. La vida
no es una serie de lámparas dispuestas sistemáticamente; la vida es un halo
luminoso, una envoltura semitransparente que nos rodea desde el nacimiento de
nuestra conciencia hasta el fin. ¿No es acaso la tarea del novelista coger este
espíritu cambiante, desconocido, ilimitado, con todas sus aberraciones y
complejidades y con la menor mezcla posible de los hechos exteriores y ajenos?
Después de explicar su concepción de la
novela, Virginia Woolf se entregó a la tarea de realizar, por sí misma, este
programa, rompiendo con todas las ligaduras que ataban a la ficción ordinaria y
convirtiéndose en la más avanzada experimentadora en este campo de la
literatura. Desechando los convencionalismos de la forma y la acción, de la
unidad de lugar y de tiempo y la coherencia aparente de la trama, escribió “La Pieza de Jacob”, obra en que las transiciones del
argumento son omitidas, en que sólo nos muestra los puntos culminantes de la
vida del héroe, y en que los cambios son realizados sin advertencia previa. A
esta novela siguieron “La señora Dalloway”, en la cual describe un solo día en la
existencia de la heroína, día que se prolonga, sin embargo, hacia el pasado, a
través de la corriente de los pensamientos que fluyen a la mente de la
protagonista y que son suscitados por cualquier estímulo pequeño o trivial: una
nube en el cielo, un perfume, el espectáculo de una mendiga; “Orlando”, en que la autora no sólo juega deliciosamente con la noción del tiempo,
sino incluso con la de sexo y, finalmente, “Las Olas”, en que los hechos externos son enteramente suprimidos y sólo
percibimos el mundo concreto a través de las conciencias humanas.
La base de la técnica empleada por
Virginia Woolf en “Las Olas” es el soliloquio interior que ya había
utilizado James Joyce en “Ulysses”, pero esta vez no es un solo personaje el
que habla, sino que las seis figuras centrales se entregan a monólogos que a
veces se entrecruzan transformándose en coloquios, que no se desarrollan jamás,
sin embargo, en un plano real, sino en la conciencia de cada personaje. Cada
cual registra las percepciones que caen sobre su conciencia, y sus pláticas nos
van proporcionando, gradualmente, la clave de sus respectivas personalidades,
que se tornan cada vez más precisas e inconfundibles, a medida que avanzamos en
las páginas del libro. Nada sabemos del aspecto físico de estos personajes, de
los acontecimientos en que ellos participan, de cómo viven o visten. Y no
necesitamos saberlo; pues, a través de sus percepciones, llegamos a conocerles
tan íntimamente que sabemos que Bernardo jamás escribirá la novela que siempre
está pensando escribir, con la misma certidumbre con que comprendemos que para
Rhoda no existe evasión posible fuera de la muerte.
Cada capítulo de “Las Olas” está precedido de la descripción de un paisaje, siempre el mismo, pero que
varía de color y de aspecto según la hora del día. Tampoco la naturaleza humana
cambia; sólo parece transformarse, de la misma manera que partículas de agua
movidas por una ola.
Primero es el amanecer, que corresponde
a la infancia de los protagonistas; en seguida el mediodía y la tarde, con la
luz plena de la juventud, y finalmente el crepúsculo y la noche, con la madurez
y la vejez, que sobrevienen implacablemente.
Los franceses han denominado a Virginia
Woolf “la fée des lettres anglaises”. El hada, por la magia y la riqueza verbal
de su estilo; por la belleza de sus imágenes, que hace imperceptible el límite
que separa a la prosa de la poesía en sus páginas. Con un toque seguro, extrae
de la vida cotidiana un objeto mil veces descrito, mil veces contemplado por
nuestros ojos y, en el acto, dicho objeto adquiere un contorno y un matiz
inesperados y se reviste de una sugestión misteriosa y extraña.
Todo constituye el tema propio de la
novela cuando se posee el talento creador, la originalidad y el genio poético
de Virginia Woolf.
LENKA FRANULIC
Las olas – Virginia Woolf
Prólogo a la segunda edición
La muerte tiene el poder misterioso de
arrancar a los seres humanos del marco estrecho de su época, para situarlos,
junto con su obra, dentro del plano ilimitado de la eternidad.
Nadie escatimó su grandeza a Virginia Woolf
en vida: unánimemente se la reconoció como la más notable escritora de nuestro
tiempo; mas su muerte, acaecida en su retiro de Sussex, en los momentos en que
Inglaterra soportaba angustiosamente todo el rigor de la guerra, ha venido a
conferir a su obra el sello de permanencia que posee la literatura clásica
universal. Virginia Woolf, que supo expresar en un estilo incomparable la
belleza fugitiva de un instante, la angustia del deseo humano, la esencia misma
de lo ilusorio, de lo mutable, de lo intangible, no sólo es ahora la más grande
novelista de la literatura inglesa, sino que figura, por el contenido poético
de su prosa, entre los poetas ingleses de todos los tiempos: Shakespeare,
Shelley, Blake.
Ante su desaparición, su novela “Las Olas” se consagra también definitivamente, como su obra maestra; ella
contiene, más que ninguna otra, la clave de su suicidio, de aquel trágico
impulso que llevó a su autora a buscar la muerte en medio del elemento que la
obsesionaba: el agua.
“Abajo se extienden las luces de las barcas de
pesca”, exclama Virginia Woolf a través de Rhoda: “Las rocas se desvanecen. Innumerables
y pequeñas olas grises se extienden delante de nosotros. Ya no toco nada; no
veo nada. Podríamos caer y reposar sobre las olas. El mar golpeará en mis
oídos. Los pétalos blancos se obscurecerán al contacto del agua marina.
Flotarán por un instante y después se hundirán. Seré arrollada por una ola.
Otra me llevará sobre sus hombros. Todo se derrumba en una catarata gigantesca en
la que me siento disolver”...
Después de la muerte de Virginia Woolf
ha aparecido su última novela: “Between the Acts”, en la que los críticos han querido
encontrar la posible explicación de su trágico fin, pero como ha dicho Allanah
Harper, una no puede menos de desear que “Between the Acts” hubiese precedido a “Las Olas” y que ésta hubiese sido la última
novela de Virginia Woolf, pues este largo poema en prosa que constituye un
experimento sin paralelo en la literatura inglesa, es un libro de tan rara
belleza y tristeza, que hay algo de conclusivo en él.
LENKA FRANULIC
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