En un ensayo escrito por H. Taine sobre la obra de H. de Balzac en 1858, aparece por primera vez el término naturalismo aplicado a la literatura. Esta corriente, surgida en Francia a mediados del siglo XIX, que tuvo vigencia hasta los comienzos del siglo siguiente, se extendió con rapidez a otros países de Europa e influyó también en las artes plásticas y la música. El movimiento se oponía diametralmente al espiritualismo trascendentalista propio del romanticismo y su eje principal fue el planteamiento de una relación directa entre el artista y la realidad, subrayando que la condición y la psicología humanas podían tratarse con la misma objetividad con que las ciencias clasifican a los fenómenos naturales.
Se inscriben en esta corriente las obras literarias cuya propuesta denota un interés por la naturaleza y una gran fidelidad al discurrir evolutivo de ésta, así como también a las que se oponen a una escritura presidida por un pensamiento humanista o religioso. Otros aspectos de la literatura naturalista son que destaca la relación cercana del hombre con el animal, el carácter poco trascendente de los ideales humanos y el egocentrismo que éstos contienen, y en ocasiones, también se describen como naturalistas los textos que tratan la vida en sus facetas más sórdidas y crueles.
Emile Zolà fue el escritor que estableció la teoría básica que habría de regir la novela experimental o naturalista, en el prólogo que escribió en 1868 para Thérèse Raquin, señalando que el carácter y el organismo humanos sufren modificaciones por la presión del medio y las circunstancias. No obstante, interesa subrayar que en el nacimiento del naturalismo confluyó el realismo narrativo de escritores como Balzac, Stendhal o Flaubert, con una corriente filosófica y científica cuyos más destacados exponentes fueron el positivista Auguste Comte, Taine o Claude Bernard, lo que determinó un estilo de escritura que se podría denominar “científica”.
En filosofía, este término designa a aquellas doctrinas que consideran al ser humano como parte de la naturaleza y que entienden a ésta como una entidad independiente que no necesita ser asociada a entes exteriores o a esferas ajenas a ella. Los pensadores naturalistas estiman que no hay un alma trascendente, sino que el hombre es solamente su cuerpo físico, como asimismo sostienen que la vida y los procesos sociales y políticos responden a las leyes que rigen la realidad objetiva. Por tanto, en los criterios éticos de los filósofos de esta corriente lo que prima son las ideas evolucionistas, tales como la capacidad de adaptación al medio, la autoconservación, la vitalidad o instinto de supervivencia y la voluntad de poder.
Después de publicar La taberna (1877), que se considera el punto de partida del movimiento, Zolà escribió varios ensayos críticos, entre ellos La novela experimental (1880) y Los novelistas naturalistas (1881), a raíz de lo cual se formó el llamado Grupo de Médan, del que participaron entre otros, G. de Maupassant, P. Alexis y J. K. Huysmans, autores de la antología de relatos Las veladas de Médan, un verdadero manifiesto, aunque todos sus integrantes, incluyendo Zolá, lo abandonaron aproximadamente una década después.
Aunque sin adoptar del todo las bases teóricas de los naturalistas franceses, se considera que E. Pardo Bazán, B. Pérez Galdós y Clarín, así como también el catalán N. Oller, son los autores que representan al naturalismo en España, acaso por sus planteamientos innovadores que formaron por entonces parte de la narrativa experimental.
Aunque es difícil hallar autores claramente naturalistas en los países iberoamericanos, en muchos de ellos se dejó sentir la influencia de Zolá a finales del siglo XIX, sobre todo en los que introdujeron temas hasta entonces poco tratados literariamente, como el sexo, la explotación o el crimen, que tuvieron como escenarios a los grandes núcleos urbanos.
Éstos serían los casos del argentino J. Martel, el chileno J. Edwards Bello, en sus inicios el mexicano F. Gamboa, el cubano C. Lobería o el uruguayo M. Solsona.
Diccionario de Literatura Universal – Riquer Valverde - Planeta
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