domingo, 1 de enero de 2012

Días y noches de amor y de guerra

EL UNIVERSO VISTO POR EL OJO DE LA CERRADURA


Valeria pide a su padre que dé vuelta el disco. Le explica que Arroz con leche vive al otro lado.
Diego conversa con su compañero de adentro, que se llama Andrés y viene a ser el esqueleto.
Fanny cuenta que hoy se ahogó con su amiga en el río de la escuela, que es muy hondo, y que desde allá abajo era todo transparente y veían los pies de la gente grande, las suelas de los zapatos.
Claudio atrapa un dedo de Alejandra, le dice: "Préstame el dedo" y lo hunde en el tarro de leche sobre la hornalla, porque quiere saber si no está demasiado caliente.
Desde el cuarto, Florencia me llama y me pregunta si soy capaz de tocarme la nariz con el labio de abajo.
Sebastián propone que nos escapemos en un avión, pero me advierte que hay que tener cuidado con los serámofos y la hécile.
Mariana, en la terraza, empuja la pared, que es su modo de ayudar a la tierra a que gire.
Patricio sostiene un fósforo encendido entre los dedos y su hijo sopla y sopla la llamita que no se apagará jamás.

EL UNIVERSO VISTO POR EL OJO DE LA CERRADURA


En clase, Elsa y Ale se sentaban juntas. En los recreos ca­minaban por el patio tomadas de la mano. Compartían los deberes y los secretos, las travesuras.
Una mañana, Elsa dijo que había hablado con su abue­la muerta.
Desde entonces, la abuela les mandó mensajes con fre­cuencia. Cada vez que Elsa hundía la cabeza en el agua, escuchaba la voz de la abuela.
Al tiempo, Elsa anunció:
-Dice la abuela que vamos a volar.
Lo intentaron en el patio de la escuela y en la calle. Corrían en círculos o en línea recta, hasta caer extenua­das. Se dieron unos cuantos porrazos desde los pretiles.
Elsa sumergió la cabeza y la abuela le dijo:
-Van a volar en el verano.
Llegaron las vacaciones. Las familias viajaron a balnea­rios diferentes.
A fines de febrero, Elsa volvía con sus padres a Buenos Aires. Ella hizo detener el coche ante una casa que no había visto nunca.
Ale abrió la puerta.
-¿Volaste? -preguntó Elsa.
-No -dijo Ale.
-Yo tampoco -dijo Elsa. Se abrazaron llorando.

Eduardo Galeano

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