ESCRITO EN UN MURO, DICHO EN LA CALLE, CANTADO EN LOS CAMPOS
1.
La cultura no terminaba, para nosotros, en la producción y el consumo de libros, cuadros, sinfonías, películas y obras de teatro. Ni siquiera empezaba allí. Entendíamos por cultura la creación de cualquier espacio de encuentro entre las personas, y eran cultura, para nosotros, todos los símbolos de la identidad y la memoria colectivas: los testimonios de lo que somos, las profecías de la imaginación, las denuncias de lo que nos impide ser. Por eso Crisis publicaba, entre los poemas y los cuentos y los dibujos, informes sobre la enseñanza mentirosa de la historia en las escuelas o sobre los tejes y manejes de las glandes empresas multinacionales que venden automóviles y también ideología. Por eso la revista denunciaba un sistema de valores que sacraliza las cosas y desprecia a la gente, y el juego siniestro de la competencia y el consumo que induce a las personas a usarse entre sí y a aplastarse las unas a las otras. Por eso nos ocupábamos de todo: las fuentes del poder político de los dueños de la tierra, el cartel petrolero, los medios de comunicación...
2.
Queríamos conversar con la gente, devolverle la palabra: la cultura es comunicación o no es nada. Para llegar a no ser muda, creíamos, una cultura nueva tenía que empezar por no ser sorda. Publicábamos textos sobre la realidad, pero también, en igual o mayor medida, textos desde ella. Palabras recogidas en la calle, en los campos, en los socavones, historias de vida, coplas populares:
Los indígenas del Alto Paraná cantan a su propia agonía, acorralados por la civilización que los convierte en esclavos de las plantaciones o que los mata para arrebatarles las tierras:
Tú vigilaras la fuente de la neblina que engendra las palabras inspiradas. Aquello que yo concebí en mi soledad, haz que lo vigilen tus hijos, los Jakaira de corazón grande. Haz que se llamen: “Dueños de la neblina de tus palabras inspiradas”.
Los presos políticos escriben cartas:
Voy a contarte cosas de las gaviotas para que no vuelvas a asociarlas con la tristeza.
Manos anónimas escriben en un muro de los muelles de Mar del Plata:
Busco a Cristo y no lo encuentro. Me busco a mí mismo y no me encuentro. Pero encuentro a mi prójimo y juntos nos vamos los tres.
Desde el manicomio, viaja el poeta a las regiones secretas:
Estaba acostado en el mar. Yo caminaba sobre las aguas y lo llamé: Lautréamont, Lautréamont, le dije. Y él me contestó que me quería. Que seríamos amigos ahora en el mar, porque los dos habíamos sufrido en la tierra.
Los niños de las escuelas suburbanas de Montevideo relatan la conquista de América:
-Vengo a civilizar. Mira qué barco más lindo que tengo.
-Yo no querer: Yo tener casa, familia y ganar bien.
-Pero si es mejor como yo te digo, así vos podes hablar como yo.
-Dejar de joder y dejarme tranquilo.
El obrero de una fábrica explica su relación con el sol:
Cuando entras a trabajar es de noche y cuando te vas, ya el sol se va yendo. Y por eso al mediodía todo el mundo se consigue cinco minutos para ver el solcito en la calle, o en un patio de la fábrica, porque no ves el sol en el galpón. Entra la luz pero al sol no lo ves nunca.
Poco después del golpe de estado, el gobierno militar dictó nuevas normas para los medios de comunicación. Según el nuevo código de la censura, quedaba prohibido publicar reportajes callejeros y opiniones no especializadas sobre cualquier tema.
Apoteosis de la propiedad privada. No sólo tenían dueño las tierras, las fábricas, las casas y la gente: también tenían propietario los temas. El monopolio del poder y la palabra condenaba al silencio al hombre común.
Era el fin de Crisis. Poco podíamos hacer, y lo sabíamos.
Eduardo Galeano
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