ESA VIEJA ES UN PAÍS
1.
La última vez que la Abuela viajó a Buenos Aires llegó sin ningún diente, como un recién nacido. Yo hice como que no lo notaba. Graciela me había advertido, por teléfono, desde Montevideo: "Está muy preocupada. Me preguntó: ¿No me encontrará fea, Eduardo?"
La Abuela estaba hecha un pajarito. Los años iban pasando y la encogían.
Salimos abrazados del puerto.
Le propuse un taxi.
-No, no -le dije-. No es porque crea que te vas a cansar. Yo sé que vos aguantas. Es que el hotel queda muy lejos, ¿entendés?
Pero ella quería caminar.
-Escúchame, Abuela -le dije-. Por aquí no vale la pena. El paisaje es feo. Ésta es una parte fea de Buenos Aires. Después, cuando hayas descansado, vamos a ir juntos a caminar por los parques.
Se detuvo, me miró de arriba a abajo. Me insultó. Y me preguntó, furiosa:
-¿Te crees que yo miro el paisaje, cuando camino contigo?
Se colgó de mí.
-Me siento agrandada -me dijo- bajo el ala tuya. Me preguntó: "¿Te acordás cuando me llevabas alzada, en el sanatorio, después de la operación?" Me habló del Uruguay, del silencio y del miedo.
-Está todo tan sucio. Está tan sucio todo.
Me habló de la muerte:
-Yo voy a reencarnar en un abrojo. O en un nieto o bisnieto tuyo, yo voy a aparecer.
-Pero, vieja -le dije-. Si usted va a vivir doscientos años. No me hable de la muerte, que usted tiene para mucho todavía.
-No seas perverso -me dijo.
Me dijo que estaba harta de su cuerpo.
-Dos por tres le digo, a mi cuerpo: "No te soporto". Y él me contesta: "Y yo tampoco".
-Mira -me dijo, y se estiró el pellejo del brazo.
Me habló del viaje:
-¿Te acordás cuando te estaba matando la fiebre en Venezuela y yo me pasé la noche llorando, en Montevideo, sin saber por qué? Todos estos días yo le venía diciendo a Emma: "Eduardo no está tranquilo". Y me vine. Y ahora también pienso que no estás tranquilo.
2.
La Abuela estuvo unos días y se volvió a Montevideo. Al tiempo le escribí una carta. Le escribí que no se cuide, que no se aburra, que no se canse. Le dije que yo bien sé de dónde viene el barro con que me hicieron.
Y después me avisaron que había tenido un accidente.
La llamé por teléfono.
-Fue culpa mía -me dijo-. Me escapé y me fui caminando hasta la Universidad, por el mismo camino que antes hacía para verte. ¿Te acordás? Yo ya sé que no puedo hacer eso. Cada vez que voy, me caigo. Llegué al pie de la escalera y dije, en voz alta: "Aroma del tiempo", que era el nombre del perfume que una vez me regalaste. Y entonces me caí. Me levantaron y me trajeron aquí. Creyeron que me había roto algún hueso. Pero hoy, no bien me dejaron sola, me levanté de la cama y me escapé. Salí a la calle y dije: "Yo estoy bien viva y loca, como él me quiere".
Eduardo Galeano
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