domingo, 1 de enero de 2012

Días y noches de amor y de guerra

EL SISTEMA


Los científicos latinoamericanos emigran, los laboratorios y las universidades no tienen recursos, el know how indus­trial es siempre extranjero y se paga carísimo, pero, ¿por qué no reconocer un cierto mérito de creatividad en el desarrollo de una tecnología del terror?
Desde nuestras tierras, los dueños del poder hacen apor­tes universales al progreso de los métodos de torturas, las técnicas del asesinato de personas y de ideas, el cultivo del silencio, la multiplicación de la impotencia y la siem­bra del miedo.

EL SISTEMA


1.
Un famoso playboy latinoamericano fracasa en la cama de su amante. "Anoche bebí demasiado", se disculpa a la hora del desayuno. La segunda noche lo atribuye al cansancio. La tercera noche cambia de amante. A la semana va a consultar al médico. Al mes, cambia de médico. Tiem­po después, empieza a psicoanalizarse. Experiencias sumergidas o suprimidas van asomando, sesión tras sesión, a la superficie de la conciencia. Y recuerda:
1934. Guerra del Chaco. Seis soldados bolivianos, fu­gitivos del frente, deambulan por la puna. Son los so­brevivientes de un destacamento en derrota. Se arrastran por la estepa pelada sin ver un alma ni probar bocado. Este hombre es uno de esos hombres.
Una tarde descubren a una indiecita que conduce un rebaño de cabras. La persiguen, la voltean, la violan. Entran en ella uno tras otro.
Llega el turno de este hombre, que es el último. Al echarse sobre la india, advierte que ya no respira.
Los cinco soldados forman un círculo alrededor.
Le clavan los fusiles en la espalda.
Y entonces, entre el horror y la muerte, este hombre elige el horror.

2.
Coincide con mil y una historias de torturadores.
¿Quiénes torturan? ¿Cinco sádicos, diez tarados, quin­ce casos clínicos? Torturan los buenos padres de familia.
Los oficiales cumplen su horario y después ven televi­sión junto a sus hijos. Lo que es eficaz es bueno, enseña la máquina. La tortura es eficaz: arranca información, rompe conciencias, difunde el miedo. Nace y se desarrolla una complicidad de misa negra. Quien no torture será tortu­rado. La máquina no acepta inocentes ni testigos. ¿Quién se niega? ¿Quién puede conservar las manos limpias? El pequeño engranaje vomita la primera vez. La segunda vez aprieta los clientes. A la tercera se acostumbra y cumple con su deber. Pasa el tiempo y la medita del engranaje habla el lenguaje de la máquina: capucha, plantón, picana, submarino, cepo, caballete. La máquina exige disciplina. Los más dotados terminan por encontrarle el gustito.
Si son enfermos los torturadores, ¿qué decir del siste­ma que los hace necesarios?

Eduardo Galeano

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