domingo, 1 de enero de 2012

Días y noches de amor y de guerra

EL SISTEMA


Medio millón de uruguayos fuera del país. Un millón de paraguayos, medio millón de chilenos. Los barcos zarpan repletos de muchachos que huyen de la prisión, la fosa del hambre. Estar vivo es un peligro; pensar, un pecado; comer, un milagro.
Pero, ¿cuántos son los desterrados dentro de las fronte­ras del propio país? ¿Qué estadística registra a los conde­nados a la resignación y al silencio? El crimen de la esperanza, ¿no es peor que el crimen de las personas?
La dictadura es una costumbre de la infamia: una máqui­na que te hace sordo y mudo, incapaz de escuchar, impoten­te de decir y ciego de lo que está prohibido mirar.
El primer muerto por torturas desencadenó, en el Bra­sil, en 1964, un escándalo nacional. El muerto por tortu­ras número diez apenas si apareció en los diarios. El nú­mero cincuenta fue aceptado como "normal".
La máquina enseña a aceptar el horror, como se acepta el frío en invierno.

EL SISTEMA


Los encapuchados se reconocen por las toses.
Masacran a alguien durante un mes y después dicen a lo que queda de él: "Fue un error". Cuando sale, ha perdi­do el trabajo. También los documentos.
Por leer o decir una frase dudosa, un maestro o profe­sor puede ser destituido; y se queda sin empleo si lo detie­nen, aunque sea por una hora y por error.
A los uruguayos que canten con cierto énfasis, en una ceremonia pública, la estrofa del himno nacional que dice: ¡Tiranos temblad!, se les aplica la ley que condena "el ataque a la moral de las Fuerzas Armadas": dieciocho meses a seis años de prisión. Por garabatear en un muro Viva la libertad o arrojar un volante en la calle, un hombre ha de pasar en la cárcel, si sobrevive a la tortura, buena parte de su vida. Si no sobrevive, el certificado de defunción dirá que pretendió huir, dando un traspié y precipitándo­se al vacío, o que se ahorcó, o que ha fallecido víctima de un ataque de asma. No habrá autopsia.
Se inaugura una cárcel por mes. Es lo que los econo­mistas llaman Plan de Desarrollo.
Pero, ¿y las jaulas invisibles? ¿En qué informe oficial o denuncia de oposición figuran, los presos del miedo? Mie­do a perder el trabajo, miedo a no encontrarlo, miedo de hablar, miedo de escuchar, miedo de leer. En el país del silencio, se puede terminar en un campo de concentra­ción por culpa del brillo de la mirada. No es necesario echar a un funcionario: alcanza con hacerle saber que puede ser destituido sin sumario y que nadie le dará nun­ca empleo. La censura triunfa de verdad cuando cada ciu­dadano se convierte en el implacable censor de sus pro­pios actos y palabras.
La dictadura convierte en cárceles los cuarteles y las comisarías, los vagones abandonados, los barcos en desu­so. ¿No convierte también en cárcel la casa de cada uno?

Eduardo Galeano

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