Cuento. Texto
completo
Andaba yo solo por el
camino que cruza los campos cuando, como un avaro, el sol poniente disimulaba
la última brizna de su oro.
El día se hundía cada
vez en una sombra más profunda, y la tierra, despojada de sus cosechas, se
extendía silenciosa y desolada.
De pronto, una voz
aguda se elevó en el aire, la voz de un chiquillo que, invisible, atravesó la
densa oscuridad, dejando en la calma del atardecer el surco de su canción.
Su hogar se hallaba
allá en el pueblo, al final del llano seco, después del cañaveral, escondido
entre las sombras de los plátanos y las arecas, los cocoteros y los árboles del
pan.
Interrumpí un momento
mi solitario viaje, a la luz de las estrellas.
Contemplé a mi
alrededor el llano oscurecido, que abrigaba entre sus brazos los innumerables
hogares donde, junto a las camas y las cunas, arden las lámparas vespertinas,
donde velan los corazones de las madres, donde las vidas jóvenes rebosan una
alegría tan confiada que ignora su propio valor en la totalidad del mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario