J.
S. Primero, señor Rulfo, ¿quisiera usted comentar un poco su formación como
escritor?
J. R. Bueno, en realidad es un poco difícil
buscar el origen de esa formación. No fue una formación formal, sino más bien
arbitraria, si se quiere, basada en lecturas no sistemáticas sino de cuanta
cosa me caía en las manos. Por lo tanto no hubo una disciplina formal -una
búsqueda tal vez de algo que gustara, que tuviera aspectos humanos
coincidentes.
J. S. ¿Entre estas lecturas más o menos caóticas,
pues, había algunas obras que tuvieran una importancia especial?
J. R. Pues sí. Entre ellas, las obras de Knut
Hamsun, las cuales leí -absorbí realmente- en una edad temprana. Tenía unos
catorce o quince años cuando descubrí este autor, quien me impresionó mucho,
llevándome a planos antes desconocidos. A un mundo brumoso, como es el mundo
nórdico, ¿no? Pero que al mismo tiempo me sustrajo de esta situación tan
luminosa donde vivimos nosotros -este país tan brillante, con esa luz tan
intensa. Quizá por cierta tendencia a buscar precisamente algo nublado, algo
matizado, no tan duro y tan cortante como era el ambiente en que uno vivía.
Entonces, de los autores nórdicos, Knut Hamsun fue en realidad el principio,
pero después continué buscándolos, leyéndolos, hasta que agoté los pocos
autores conocidos en ese tiempo, como Boyersen, Jens Peter Jacobsen, Selma
Lagerlof. Para mí fue un verdadero descubrimiento Halldor Laxness -eso fue
mucho antes de que recibiera el premio Nobel. De modo que yo sentía una especie
de simpatía hacia esos autores. Me daban una impresión más justa, o mejor, más
optimista que el mundo un poco áspero como era el nuestro.
J. S. Y en literatura mexicana, por ejemplo
en la novela de la Revolución Mexicana, ¿hizo lecturas también?
J. R. Sí. Efectivamente, la novela de la
Revolución Mexicana me dio más o menos una idea de lo que había sido la
Revolución. Yo conocí la historia a través de la narrativa. Ahí comprendí qué
había sido la Revolución. No me tocó vivirla. Reconozco que fueron esos autores,
hoy subestimados, los que realmente abrieron el ciclo de la novela mexicana.
Por ejemplo, Rafael F. Muñoz, Azuela, Martín Luis Guzmán, López y Fuentes sobre
todo en Campamento, más que en el resto de su obra. De Muñoz es
importante Se llevaron el cañón para Bachimba. También su novela
histórica sobre Santa Anna, que trata irónicamente a este personaje de la
historia mexicana.
J. S. ¿Y había leído a Yañez antes de empezar
a escribir?
J. R. Sí, había leído Al filo del
agua antes de escribir Pedro Páramo.
J. S. ¿Podría dar una idea de cómo llegó a
encontrar la manera de escribir Pedro Páramo?
J. R. Pues en primer lugar, fue una búsqueda
de estilo. Tenía yo los personajes y el ambiente. Estaba familiarizado con esa
región del país, donde había pasado la infancia, y tenía muy ahondadas esas
situaciones. Pero no encontraba un modo de expresarlas. Entonces simplemente lo
intenté hacer con el lenguaje que yo había oído de mi gente, de la gente de mi
pueblo. Había hecho otros intentos -de tipo lingüístico- que habían fracasado
porque me resultaban poco académicos y más o menos falsos. Eran incomprensibles
en el contexto del ambiente donde yo me había desarrollado. Entonces el sistema
aplicado finalmente, primero en los cuentos, después en la novela, fue utilizar
el lenguaje del pueblo, el lenguaje hablado que yo había oído de mis mayores, y
que sigue vivo hasta hoy.
J. S. ¿Cómo ve usted el hecho de que algunos
críticos digan que Pedro Páramo es una novela oscura?
J. R. Bueno, para mí también, en realidad, es
oscura. Creo que no es una novela de lectura fácil. Sobre todo intenté sugerir
ciertos aspectos, no darlos. Quise cerrar los capítulos de una manera total. Se
trata de una novela en que el personaje central es el pueblo. Hay que notar que
algunos críticos toman como personaje central a Pedro Páramo. En realidad es el
pueblo. Es un pueblo muerto donde no viven más que ánimas, donde todos los
personajes están muertos, y aun quien narra está muerto. Entonces no hay un
límite entre el espacio y el tiempo. Los muertos no tienen tiempo ni espacio.
No se mueven en el tiempo ni en el espacio. Entonces así como aparecen, se
desvanecen. Y dentro de este confuso mundo, se supone que los únicos que
regresan a la tierra (es una creencia muy popular) son las ánimas, las ánimas
de aquéllos muertos que murieron en pecado. Y como era un pueblo en que casi
todos morían en pecado, pues regresaban en su mayor parte. Habitaban nuevamente
el pueblo, pero eran ánimas, no eran seres vivos.
J. S. Otra pregunta para mí importante: ¿cómo
se compagina la visión de un mundo muerto, y por implicación de un México
muerto; la visión tan pesimista en donde se niega la progresión del hombre en
el tiempo, cómo compaginar esa interpretación tan amarga con la de Juan Rulfo,
persona e individuo?
J. R. Bueno, es que en realidad nunca he
usado, ni en los cuentos ni en Pedro Páramo, nada autobiográfico.
No hay páginas allí que tengan que ver con mi persona ni con mi familia. No
utilizo nunca la autobiografía directa. No es porque yo tenga algo en contra de
ese modo novelístico. Es simplemente porque los personajes conocidos no me dan
la realidad que necesito, y que me dan los personajes imaginados.
J. S. Pero se supone que una novela refleja
la visión del mundo que tiene su autor.
J. R. Tal vez en lo profundo haya algo que no
esté planteado en forma clara en la superficie de la novela. Yo tuve una
infancia muy dura, muy difícil. Una familia que se desintegró muy fácilmente en
un lugar que fue totalmente destruido. Desde mi padre y mi madre, inclusive todos
los hermanos de mi padre fueron asesinados. Entonces viví en una zona de
devastación. No sólo de devastación humana, sino de devastación geográfica.
Nunca encontré ni he encontrado hasta la fecha, la lógica de todo eso. No se
puede atribuir a la Revolución. Fue más bien una cosa atávica, una cosa de
destino, una cosa ilógica. Hasta hoy no he encontrado el punto de apoyo que me
muestre por qué en esta familia mía sucedieron en esa forma, y tan
sistemáticamente, esa serie de asesinatos y de crueldades.
J. S. Volviendo al arte de escribir novelas,
¿cómo es el proceso de creación de un personaje?
J. R. No puedo saber hasta ahora qué es lo
que me lleva a tratar los temas de mi obra narrativa. No tengo un sentido
crítico-analítico preestablecido. Simplemente me imagino un personaje y trato
de ver a dónde este personaje, al seguir su curso, me va a llevar. No trato yo
de encauzarlo, sino de seguirlo aunque sea por caminos oscuros. Yo empiezo
primero imaginándome un personaje. Tengo la idea exacta de cómo es ese personaje.
Y entonces lo sigo. Sé que no me va a llevar de una manera en secuencia, sino
que a veces va a dar saltos. Lo cual es natural, pues la vida de un hombre
nunca es continua. Sobre todo si se trata de hechos. Los hechos humanos no
siempre se dan en secuencia. De modo que yo trato de evitar momentos muertos,
en que no sucede nada. Doy el salto hasta el momento cuando al personaje le
sucede algo, cuando se inicia una acción, y a él le toca accionar, recorrer los
sucesos de su vida.
J. S. Cambiando un poco el enfoque de esta
conversación, ¿diría usted que Pedro Páramo es novela de
negación?
J. R. No, en lo absoluto. Simplemente se
niegan algunos valores que tradicionalmente se han considerado válidos. Para
mí, en lo personal, estos valores no lo son. Por ejemplo, en la cuestión de la
creencia, de la fe. Yo fui criado en un ambiente de fe, pero sé que la fe allí
ha sido trastocada a tal grado que aparentemente se niega que estos hombres
crean, que tengan fe en algo. Pero en realidad precisamente porque tienen fe en
algo, por eso han llegado a ese estado. Me refiero a un estado casi negativo.
Su fe ha sido destruida. Ellos creyeron alguna vez en algo, los personajes
de Pedro Páramo, aunque siguen siendo creyentes, en realidad su fe
está deshabitada. No tienen un asidero, una cosa de dónde aferrarse. Tal vez en
este sentido se estima que la novela es negativa. Esto me hace pensar en
aquellas personas que piensan que la justicia más justa es la mejor de todas
las justicias, cuando es la más grande de las injusticias. Así, en estos casos
la fe fanática produce precisamente la antifé, la negación de la fe. Debo hacer
una advertencia. Yo procedo de una región donde se produjo más que una
revolución -la Revolución Mexicana, la conocida-, en donde se produjo asimismo la
revolución cristera. En ésta los hombres combatieron unos en contra de otros
sin tener fe en la causa que estaban peleando. Creían combatir por su fe, por
una causa santa, pero en realidad, si se mirara con cuidado cuál era la base de
su lucha, se encontraría uno que esos hombres eran los más carentes de
cristianismo.
J. S. Puesto que ya se refirió a su región
(Jalisco), ¿no quiere elaborar un poco la personalidad histórica de esa zona?
J. R. Sí, porque hay que entender la historia
para entender este fanatismo de que hemos venido hablando. Yo soy de una zona
donde la conquista española fue demasiado ruda. Los conquistadores ahí no
dejaron ser viviente. Entraron a saco, destruyeron la población indígena, y se
establecieron. Toda la región fue colonizada nuevamente por agricultores
españoles. Pero el hecho de haber exterminado a la población indígena les trajo
una característica muy especial, esa actitud criolla que hasta cierto punto es
reaccionaria, conservadora de sus intereses creados. Son intereses que ellos
consideraban inalienables. Era lo que ellos cobraban por haber participado en
la conquista y en la población de la región. Entonces los hijos de los
pobladores, sus descendientes, siempre se consideraron dueños absolutos. Se
oponían a cualquier fuerza que pareciera amenazar su propiedad. De ahí la
atmósfera de terquedad, de resentimiento acumulado desde siglos atrás, que es
un poco el aire que respira el personaje Pedro Páramo desde su niñez. Ahora,
para cerrar esta plática, vuelvo al punto del posible negativismo de Pedro
Páramo. No creo que sea negativo, sino más bien algo como lo contrario,
poner en tela de juicio estas tradiciones nefastas, estas tendencias inhumanas
que tienen como únicas consecuencias la crueldad y el sufrimiento.
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