Extracto
“La Colonia española prohibió la redacción y
circulación de novelas, alegando que leer ficciones era peligroso para una
población recién convertida al cristianismo. Lo cual, en otro sentido, constituye
un elogio de la novela, considerándola no inocua, sino peligrosa”.
“La mediocridad de la novela hispanoamericana
del XIX no es ajena a la ausencia de una novela española después de Cervantes y
antes de Leopoldo Alas y Benito Pérez Galdós. Sólo quiero registrar mi asombro
de que en la lengua de la novela moderna fundada en La Mancha por Miguel de
Cervantes sólo haya habido, después de Don Quijote, campos de soledad, mustio
collado. La Regenta, Fortunata y Jacinta, le devuelven su vitalidad a la novela
española en España, pero la América española deberá esperar aún más, como
España esperó a Clarín y a la Galdós, a Borges, Asturias, Carpentier y Onetti.
En cambio, y éste es el milagro, Brasil le da su nacionalidad, su imaginación,
su lengua, al más grande, por no decir el solitario, novelista iberoamericano
del siglo pasado, Joaquim María Machado de Assis”.
“Claudio Magris dice algo sobre nuestra
literatura que me parece aplicable a Machado. La América Latina ha dilatado el
espacio de la imaginación. La literatura occidental estaba amenazada de
incapacidad. Europa asumió la negatividad. Latinoamérica, la totalidad”.
“Imaginar América, contar el Nuevo Mundo, no
sólo como extensión sino como historia. Decir que el mundo no ha terminado
porque es no sólo un espacio limitado, sino un tiempo sin límite. La creación
de esta cronotopía –tiempo y espacio- americana ha sido lo propio de la narrativa
en lengua española en nuestro hemisferio. La transformación del espacio en
tiempo: transformación de la selva de La vorágine en la historia de Los pasos
perdidos y la fundación de Cien años de soledad. Tiempo del espacio que los
contiene a todos en El Aleph y espacio del tiempo urbano en Rayuela”.
“Cuando lo leí por primera vez, en Buenos
Aires, y yo sólo tenía quince años, Borges me hizo sentir que escribir en
español era una aventura mayor, e incluso un mayor riesgo, que escribir en
inglés. Borges abolió las barreras de la comunicación entre las literaturas, enriqueció
nuestro hogar lingüístico castellano con todas las tesorerías imaginables de la
literatura de Oriente y Occidente, y nos permitió ir hacia delante con un
sentimiento de poseer más de lo que habíamos escrito, es decir, todo lo que
habíamos leído, de Homero a Milton y a Joyce. Acaso todos, junto con Borges,
eran el mismo vidente ciego”.
“Borges fue el primer narrador de lengua
española en las Américas (Machado de Assis ya lo había logrado, milagrosamente,
en la lengua portuguesa del Brasil) que verdaderamente nos liberó del
naturalismo y que redefinió lo real en términos literarios, es decir,
imaginativos. En literatura, nos confirmó Borges, la realidad es lo imaginado.
Esto es lo que he llamado la Constitución Borgeana: confusión de todos los
géneros, rescate de todas las tradiciones, creación de un nuevo paisaje sobre
el cual construir las casas de la ironía, el humor y el juego, pero también una
profunda revolución que identifica a la libertad con la imaginación y que, a
partir de esta identificación, propone un nuevo lenguaje”.
“El
lag cultural que fue nuestro debate decimonónico –la llegada tardía a los
banquetes de la cultura occidental, que lamentó Alfonso Reyes- no fue un
problema para Carpentier o para los novelistas que le sucedieron. Si había
retraso cultural, no fue colmado mediante declaraciones de amor a Francia, odio
a España o filiaciones con uno u otro bando de la Guerra Fría, sino de la única
manera posible: creando obras de arte de validez internacional”.
“La novela moderna de la América Española es
inseparable de un trabajo poético ininterrumpido, por lo menos, desde el siglo
XVI. No hay verdadero conjuntos narrativos en
la América española antes de la segunda mitad del siglo XIX; en cambio,
nunca carecimos de una tradición poética y hoy podríamos afirmar que detrás de
cada novelista hispanoamericano hay muchos poetas hispanoamericanos de ayer y
de hoy”.
“El ascenso de ‘nuestro señor barroco’ en
Hispanoamérica es veloz y deslumbrante. Se identifica con lo que Lezama llama
la contraconquista: la creación de una cultura indo-afroiberoamericana, que no
cancela, sino que extiende y potencia la cultura del occidente mediterráneo en
América”.
“No conozco resumen más perfecto de la
cultura hispanoamericana que la escena de ese capítulo VIII de Paradiso donde
el guajiro Leregas, dueño del atributo germinativo más tronitonante de la
clase, balancea sobre su cilindro carnal tres libros en octavo mayor: toda una
enciclopedia, todo el saber acumulado del mundo, sostenido como un equilibrista
sobre la potencia fálica de un guajiro cubano. Simbólicamente, poco más hay que
decir sobre la América hispánica”.
“La novela del boom recuperó la amplitud de
la tradición literaria. Hizo suyos a los padres de la nueva novela, Borges y
Carpentier, Onetti y Rulfo. Reclamó para sí la gran línea poética ininterrumpida
de Hispanoamérica. Le dio a la novela rango no sólo de reflejo de la realidad sino
de creadora de más realidad… Amplió espectacularmente los recursos técnicos de
la narrativa latinoamericana; radicó sus efectos sociales en los dominios del
lenguaje y la imaginación y alentó una extraordinaria individualización de la
escritura, más allá de le estrechez de los géneros. Por si fuera poco, el boom
amplió espectacularmente el mercado de la lectura en América Latina e
internacionalizó la literatura escrita desde México y el Caribe hasta Chile y
Argentina”.
“A partir de Borges y Neruda –opuestos en
todo menos en su profunda vocación literaria-; a partir de la generación del
boom; y ahora, tras el búmerang y el crack, la literatura latinoamericana no ha
hecho sino confirmar la regla de Alfonso Reyes: seamos generosamente
universales para ser provechosamente nacionales. De Cortázar y García Márquez a
Volpi y Padilla, nuestras letras son parte del patrimonio nacional, continental
y universal. La antigua separación entre nacionalismo y cosmopolitismo ha
desaparecido”.
“Rulfo, Borges, Carpentier, Asturias, Onetti,
Lezama Lima, encarnan lo que podríamos llamar pre-boom hispanoamericano.
Seguiría el boom con una docena y hasta veintena de escritores. En seguida, se
ampliaría el radio al post-boom, el mini-boom, incluso el antiboom, hasta
contar con un buen centenar de excelentes novelistas en español, de México al Río
de la Plata”.
“Se ha vuelto un tópico decir que en América
Latina la ficción no puede competir con la realidad. Las novelas de Carpentier
primero, de García Márquez y Roa Bastos enseguida, le dieron suprema e
insuperable existencia literaria a esta verdad hiperbólica. Sin embargo, sigue
siendo cierto que la novela difícilmente compite con la historia en Latinoamérica.
Se ha citado una conversación que tuvimos García Márquez y yo a raíz de una
increíble secuela de eventos latinoamericanos: había que tirar los libros al
mar, la realidad los había superado”.
“No hay hecho más triste, menos justificable
en la América Latina que la persistencia de una rígida demarcación alejandrina
entre las dos iberoaméricas, la hispanoparlantes y la lusófona.
Brasil y la América española, al desconocerse, se
reducen. Somos dos caras de la misma medalla y dividir ese escudo es quedarse
sin la mitad de nuestro ser. Nélida Piñón viene a reparar ese divorcio doloroso
e innecesario”.
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