martes, 6 de marzo de 2012

La gran novela latinoamericana - Carlos Fuentes


 Extracto

“La Colonia española prohibió la redacción y circulación de novelas, alegando que leer ficciones era peligroso para una población recién convertida al cristianismo. Lo cual, en otro sentido, constituye un elogio de la novela, considerándola no inocua, sino peligrosa”.

“La mediocridad de la novela hispanoamericana del XIX no es ajena a la ausencia de una novela española después de Cervantes y antes de Leopoldo Alas y Benito Pérez Galdós. Sólo quiero registrar mi asombro de que en la lengua de la novela moderna fundada en La Mancha por Miguel de Cervantes sólo haya habido, después de Don Quijote, campos de soledad, mustio collado. La Regenta, Fortunata y Jacinta, le devuelven su vitalidad a la novela española en España, pero la América española deberá esperar aún más, como España esperó a Clarín y a la Galdós, a Borges, Asturias, Carpentier y Onetti. En cambio, y éste es el milagro, Brasil le da su nacionalidad, su imaginación, su lengua, al más grande, por no decir el solitario, novelista iberoamericano del siglo pasado, Joaquim María Machado de Assis”.

“Claudio Magris dice algo sobre nuestra literatura que me parece aplicable a Machado. La América Latina ha dilatado el espacio de la imaginación. La literatura occidental estaba amenazada de incapacidad. Europa asumió la negatividad. Latinoamérica, la totalidad”.

“Imaginar América, contar el Nuevo Mundo, no sólo como extensión sino como historia. Decir que el mundo no ha terminado porque es no sólo un espacio limitado, sino un tiempo sin límite. La creación de esta cronotopía –tiempo y espacio- americana ha sido lo propio de la narrativa en lengua española en nuestro hemisferio. La transformación del espacio en tiempo: transformación de la selva de La vorágine en la historia de Los pasos perdidos y la fundación de Cien años de soledad. Tiempo del espacio que los contiene a todos en El Aleph y espacio del tiempo urbano en Rayuela”.

“Cuando lo leí por primera vez, en Buenos Aires, y yo sólo tenía quince años, Borges me hizo sentir que escribir en español era una aventura mayor, e incluso un mayor riesgo, que escribir en inglés. Borges abolió las barreras de la comunicación entre las literaturas, enriqueció nuestro hogar lingüístico castellano con todas las tesorerías imaginables de la literatura de Oriente y Occidente, y nos permitió ir hacia delante con un sentimiento de poseer más de lo que habíamos escrito, es decir, todo lo que habíamos leído, de Homero a Milton y a Joyce. Acaso todos, junto con Borges, eran el mismo vidente ciego”.

“Borges fue el primer narrador de lengua española en las Américas (Machado de Assis ya lo había logrado, milagrosamente, en la lengua portuguesa del Brasil) que verdaderamente nos liberó del naturalismo y que redefinió lo real en términos literarios, es decir, imaginativos. En literatura, nos confirmó Borges, la realidad es lo imaginado. Esto es lo que he llamado la Constitución Borgeana: confusión de todos los géneros, rescate de todas las tradiciones, creación de un nuevo paisaje sobre el cual construir las casas de la ironía, el humor y el juego, pero también una profunda revolución que identifica a la libertad con la imaginación y que, a partir de esta identificación, propone un nuevo lenguaje”.

 “El lag cultural que fue nuestro debate decimonónico –la llegada tardía a los banquetes de la cultura occidental, que lamentó Alfonso Reyes- no fue un problema para Carpentier o para los novelistas que le sucedieron. Si había retraso cultural, no fue colmado mediante declaraciones de amor a Francia, odio a España o filiaciones con uno u otro bando de la Guerra Fría, sino de la única manera posible: creando obras de arte de validez internacional”.

“La novela moderna de la América Española es inseparable de un trabajo poético ininterrumpido, por lo menos, desde el siglo XVI. No hay verdadero conjuntos narrativos en  la América española antes de la segunda mitad del siglo XIX; en cambio, nunca carecimos de una tradición poética y hoy podríamos afirmar que detrás de cada novelista hispanoamericano hay muchos poetas hispanoamericanos de ayer y de hoy”.

“El ascenso de ‘nuestro señor barroco’ en Hispanoamérica es veloz y deslumbrante. Se identifica con lo que Lezama llama la contraconquista: la creación de una cultura indo-afroiberoamericana, que no cancela, sino que extiende y potencia la cultura del occidente mediterráneo en América”.

“No conozco resumen más perfecto de la cultura hispanoamericana que la escena de ese capítulo VIII de Paradiso donde el guajiro Leregas, dueño del atributo germinativo más tronitonante de la clase, balancea sobre su cilindro carnal tres libros en octavo mayor: toda una enciclopedia, todo el saber acumulado del mundo, sostenido como un equilibrista sobre la potencia fálica de un guajiro cubano. Simbólicamente, poco más hay que decir sobre la América hispánica”.

“La novela del boom recuperó la amplitud de la tradición literaria. Hizo suyos a los padres de la nueva novela, Borges y Carpentier, Onetti y Rulfo. Reclamó para sí la gran línea poética ininterrumpida de Hispanoamérica. Le dio a la novela rango no sólo de reflejo de la realidad sino de creadora de más realidad… Amplió espectacularmente los recursos técnicos de la narrativa latinoamericana; radicó sus efectos sociales en los dominios del lenguaje y la imaginación y alentó una extraordinaria individualización de la escritura, más allá de le estrechez de los géneros. Por si fuera poco, el boom amplió espectacularmente el mercado de la lectura en América Latina e internacionalizó la literatura escrita desde México y el Caribe hasta Chile y Argentina”.

“A partir de Borges y Neruda –opuestos en todo menos en su profunda vocación literaria-; a partir de la generación del boom; y ahora, tras el búmerang y el crack, la literatura latinoamericana no ha hecho sino confirmar la regla de Alfonso Reyes: seamos generosamente universales para ser provechosamente nacionales. De Cortázar y García Márquez a Volpi y Padilla, nuestras letras son parte del patrimonio nacional, continental y universal. La antigua separación entre nacionalismo y cosmopolitismo ha desaparecido”.

“Rulfo, Borges, Carpentier, Asturias, Onetti, Lezama Lima, encarnan lo que podríamos llamar pre-boom hispanoamericano. Seguiría el boom con una docena y hasta veintena de escritores. En seguida, se ampliaría el radio al post-boom, el mini-boom, incluso el antiboom, hasta contar con un buen centenar de excelentes novelistas en español, de México al Río de la Plata”.

“Se ha vuelto un tópico decir que en América Latina la ficción no puede competir con la realidad. Las novelas de Carpentier primero, de García Márquez y Roa Bastos enseguida, le dieron suprema e insuperable existencia literaria a esta verdad hiperbólica. Sin embargo, sigue siendo cierto que la novela difícilmente compite con la historia en Latinoamérica. Se ha citado una conversación que tuvimos García Márquez y yo a raíz de una increíble secuela de eventos latinoamericanos: había que tirar los libros al mar, la realidad los había superado”.

“No hay hecho más triste, menos justificable en la América Latina que la persistencia de una rígida demarcación alejandrina entre las dos iberoaméricas, la hispanoparlantes y la lusófona.
Brasil y la América española, al desconocerse, se reducen. Somos dos caras de la misma medalla y dividir ese escudo es quedarse sin la mitad de nuestro ser. Nélida Piñón viene a reparar ese divorcio doloroso e innecesario”.




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