domingo, 18 de marzo de 2012

Marco Denevi - Cuentos


El gran Tamerlán de Persia
 
Por las noches se disfrazaba de mercader y recorría los barrios bajos de la ciudad para oír la voz del pueblo. Él mismo sacaba a relucir el tema.
"¿Y el Gran Tamerlán? -preguntaba- ¿Qué opináis del Gran Tamerlán?"
Invariablemente se levantaba a su alrededor un coro de insultos, de maldiciones, de rabiosas quejas. El mercader sentía que la cólera del pueblo se le contagiaba, hervía de indignación, añadía sus propios denuestos.
A la mañana siguiente, en su palacio, mientras trataba de resolver los agudos problemas de las guerras, las coaliciones, las intrigas de sus enemigos y el déficit del presupuesto, el Gran Tamerlán se enfurecía contra el pueblo.
"¿Sabe toda esa chusma -pensaba- lo que es manejar las riendas de un imperio? ¿Cree que no tengo otra cosa que hacer sino ocuparme de sus minúsculos intereses, de sus chismes de comadres?"
Pero a la noche siguiente el mercader volvía a oír las pequeñas historias de atropellos, sobornos, prevaricatos, abusos de la soldadesca e injusticias de los funcionarios, y de nuevo hervía de indignación.
Al cabo de un tiempo el mercader organizó una conspiración contra el Gran Tamerlán: su astucia, su valor, su conocimiento de los secretos de gobierno, su dominio del arte de la guerra lo convirtieron, no sólo en el jefe de la conjura, sino también en el líder de su pueblo. Pero el Gran Tamerlán, desde su palacio, le desbarataba todos sus planes. Este juego se prolongó durante varios meses. Hasta que el pueblo sospechó que el mercader era en realidad un espía del Gran Tamerlán y lo mató, a la misma hora en que los dignatarios de la corte, maliciando que el Gran Tamerlán los traicionaba, lo asesinaron en su lecho.

 El Maestro traicionado
 
Se celebraba la última cena.
-Todos te aman, ¡oh Maestro! -dijo uno de los discípulos.
-Todos no -respondió gravemente el Maestro-.
Sé de alguien que me tiene envidia y, en la primera oportunidad que se le presente, me venderá por treinta dineros.
 
-Ya sabemos a quien te refieres -exclamaron los discípulos-. También a nosotros nos habló mal de ti. Pero es el único. Y para probártelo, diremos a coro su nombre.
     Los discípulos se miraron, sonrientes, contaron hasta tres y gritaron el nombre del traidor.
El estrépito hizo vacilar los muros de la ciudad. Porque los discípulos eran muchos y cada uno había gritado un nombre diferente.




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