domingo, 18 de marzo de 2012

Marco Denevi - Cuentos


Génesis
 
    Con la última guerra atómica, la humanidad y la civilización desaparecieron. Toda la tierra fue como un desierto calcinado. En cierta región de Oriente sobrevivió un niño, hijo del piloto de una nave espacial. El niño se alimentaba de hierbas y dormía en una caverna. Durante mucho tiempo, aturdido por el horror del desastre, sólo sabía llorar y clamar por su padre. Después sus recuerdos se oscurecieron, se disgregaron, se volvieron arbitrarios y cambiantes como un sueño, su horror se transformó en un vago miedo. A ratos recordaba la figura de su padre, que le sonreía o lo amonestaba, o ascendía a su nave espacial, envuelta en fuego y en ruido, y se perdía entre las nubes. Entonces, loco de soledad, caía de rodillas y le rogaba que volviese. Entretanto la tierra se cubrió nuevamente de vegetación; las plantas se cargaron de flores; los árboles, de frutos. El niño, convertido en un muchacho, comenzó a explorar el país. Un día, vio un ave. Otro día vio un lobo. Otro día, inesperadamente, se halló frente a una joven de su edad que, lo mismo que él, había sobrevivido a los estragos de la guerra atómica.

Gente a la page
 
Nuestra desgracia es ser personas demasiado avanzadas para un país tan retrógrado. Ese desfase nos causa no pocos disgustos. Cuando nos enteramos, por el Times de Londres, de que el 27 de julio habría un eclipse total de luna, subimos todos a la terraza y nos pasamos la noche bajo un relente feroz, atibando el cielo. No hubo ningún eclipse. No hubo ni siquiera luna. Lo que sí conseguimos fueron bronquitis y pulmonías.
 -Será que el eclipse es visible sólo desde las Europas -dijo mamá.  
-Eso nos da la pauta del atraso en que se debate este pobre país -le contestó papá.
Uno o dos años después se anunció un eclipse parcial de luna en Buenos Aires y sus alrededores. Pero nosotros nos negamos a escrutar el firmamento. No nos interesan eclipses de segunda mano, para colmo parciales, antiguallas que Europa no querrá ni regaladas.




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