Génesis
Con la
última guerra atómica, la humanidad y la civilización desaparecieron. Toda la
tierra fue como un desierto calcinado. En cierta región de Oriente sobrevivió
un niño, hijo del piloto de una nave espacial. El niño se alimentaba de hierbas
y dormía en una caverna. Durante mucho tiempo, aturdido por el horror del
desastre, sólo sabía llorar y clamar por su padre. Después sus recuerdos se
oscurecieron, se disgregaron, se volvieron arbitrarios y cambiantes como un
sueño, su horror se transformó en un vago miedo. A ratos recordaba la figura de
su padre, que le sonreía o lo amonestaba, o ascendía a su nave espacial,
envuelta en fuego y en ruido, y se perdía entre las nubes. Entonces, loco de
soledad, caía de rodillas y le rogaba que volviese. Entretanto la tierra se
cubrió nuevamente de vegetación; las plantas se cargaron de flores; los
árboles, de frutos. El niño, convertido en un muchacho, comenzó a explorar el
país. Un día, vio un ave. Otro día vio un lobo. Otro día, inesperadamente, se
halló frente a una joven de su edad que, lo mismo que él, había sobrevivido a
los estragos de la guerra atómica.
Gente a la page
Nuestra desgracia es ser
personas demasiado avanzadas para un país tan retrógrado. Ese desfase nos causa
no pocos disgustos. Cuando nos enteramos, por el Times de Londres, de que el 27 de julio habría un eclipse total de
luna, subimos todos a la terraza y nos pasamos la noche bajo un relente feroz,
atibando el cielo. No hubo ningún eclipse. No hubo ni siquiera luna. Lo que sí
conseguimos fueron bronquitis y pulmonías.
-Será que el eclipse es visible sólo desde las
Europas -dijo mamá.
-Eso nos da la pauta del atraso en que se debate
este pobre país -le contestó papá.
Uno o dos años
después se anunció un eclipse parcial de luna en Buenos Aires y sus
alrededores. Pero nosotros nos negamos a escrutar el firmamento. No nos interesan
eclipses de segunda mano, para colmo parciales, antiguallas que Europa no
querrá ni regaladas.
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