Apocalipsis
La extinción de la raza de los hombres se
sitúa aproximadamente a fines del siglo XXXII. La cosa ocurrió así: las
máquinas habían alcanzado tal perfección que los hombres ya no necesitaban
comer, ni dormir, ni hablar, ni leer, ni pensar, ni hacer nada. Les bastaba
apretar un botón y las máquinas lo hacían todo por ellos. Gradualmente fueron
desapareciendo las mesas, las sillas, las rosas, los discos con las nueve
sinfonías de Beethoven, las tiendas de antigüedades, los vinos de Burdeos, las
golondrinas, los tapices flamencos, todo Verdi, el ajedrez, los telescopios,
las catedrales góticas, los estadios de fútbol, la Piedad de Miguel Ángel, los
mapas de las ruinas del Foro Trajano, los automóviles, el arroz, las sequoias
gigantes, el Partenón. Sólo había máquinas. Después, los hombres empezaron a
notar que ellos mismos iban desapareciendo paulatinamente y que en cambio las
máquinas se multiplicaban. Bastó poco tiempo para que el número de máquinas se
duplicase. Las máquinas terminaron por ocupar todos los sitios disponibles. No
se podía dar un paso ni hacer un ademán sin tropezarse con una de ellas.
Finalmente los hombres fueron eliminados. Como el último se olvidó de
desconectar las máquinas, desde entonces seguimos funcionando.
Dulcinea del Toboso
Leyó tantas novelas que terminó perdiendo la razón. Se hacía llamar
Dulcinea del Toboso (en realidad se llamaba Aldonza Lorenzo), se creía princesa
(era hija de aldeanos), se imaginaba joven y hermosa (tenía cuarenta años y la
cara picada de viruelas). Finalmente se inventó un enamorado al que le dio el
nombre de don Quijote de la Mancha. Decía que don Quijote había partido hacia
remotos reinos en busca de aventuras y peligros, tanto como para hacer méritos
y, a la vuelta, poder casarse con una dama de tanto copete como ella. Se pasaba
todo el tiempo asomada a la ventana esperando el regreso del inexistente
caballero. Alonso Quijano, un pobre diablo que la amaba, ideó hacerse pasar por
don Quijote. Vistió una vieja armadura, montó en su rocín y salió a los caminos
a repetir las hazañas que Dulcinea atribuía a su galán. Cuando, seguro del
éxito de su estratagema, volvió al Toboso, Dulcinea había muerto.
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