jueves, 15 de marzo de 2012

Rafael Alberti - Poesías


A LA PINTURA

A ti, lino en el campo. A ti, extendida
superficie, a los ojos, en espera.
A ti, imaginación, helor u hoguera,
diseño fiel o llama desceñida.
A ti, línea impensada o concebida.
A ti, pincel heroico, roca o cera,
obediente al estilo o la manera,
dócil a la medida o desmedida.
A ti, forma; color, sonoro empeño
porque la vida ya volumen hable,
sombra entre luz, luz entre sol, oscura.
A ti, fingida realidad del sueño.
A ti, materia plástica palpable.
A ti, mano, pintor de la Pintura.

(A la pintura, 1945-1967)

Mil novecientos diecisiete.
Mi adolescencia: la locura
por una caja de pintura,
un lienzo en blanco, un caballete.
Felicidad de mi equipaje
en la mañana impresionista.
Divino gozo, la imprevista
lección abierta del paisaje.
Cándidamente complicado
fluye el color de la paleta,
que alumbra al árbol en violeta
y al tronco en sombra de morado.
Comas radiantes son las flores,
puntos las hojas, reticentes,
y el agua, discos trasparentes
que juegan todos los colores.
El bermellón arde dichoso
por desposar al amarillo
y erguir la torre de ladrillo
bajo un naranja luminoso.
El verde cromo empalidece
junto al feliz blanco de plata,
mas ante el sol que lo aquilata
renace y nuevo reverdece.
Llueve la luz, y sin aviso
ya es una ninfa fugitiva
que el ojo busca clavar viva
sobre el espacio más precioso.
Clarificada azul, la hora
lavadamente se disuelve
en una atmósfera que envuelve,
define el cuadro y lo evapora.
Diérame ahora la locura
que en aquel tiempo me tenía,
para pintar la Poesía
con el pincel de la Pintura.

(A la pintura, 1945-1967)

No puede, no, no puede la belleza
morir o ser cegada
por cualquier conmoción o cataclismo.
Ceñido estoy a veces de catástrofes,
con la patria perdida,
con mis mares y bosques allá lejos,
sin mí, desesperados.
Y sin embargo, oh tú, distante, emerges,
Venus real de espumas y de hojas.
Cuerpo de savias verdes y salitres
enamorados subes.
En él la arena teje con las ramas
altos salientes, tibias oquedades.
Dichosos los que al fin de la tormenta,
o incluso en medio de sus rojos rayos,
te suspiran, te tocan y se mueren
por ti, por ti, que eres también la aurora.

(Poemas de Punta del Este, 1956)




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