“Horacio Quiroga es uno de
los primeros que, sin hacer folklorismo, sin hacer nacionalismo como Lugones,
sin hacer psicología ni costumbrismo como Payró, sin hacer descripciones como
Larreta, sin crear mitos como Güiraldes, sin hacer propaganda como Várela, sin
seguir en el fondo un planteo fundamentalmente distinto al de Echeverría en El matadero, asume el
contorno y lo realiza expresándolo en toda su intensidad y dramatismo.
Alguien ha hecho notar que,
a pesar de haber vivido tantos años en Misiones y en San Ignacio y de haber
escrito historias que tienen esos lugares por marco, no menciona nunca las
ruinas. Junto a esto, conviene recordar que Lugones fue y volvió de Misiones nada
más que para hablar de las ruinas. Del mismo modo, obsérvese lo artificial
que es Larreta cuando en Zogoibi describe la pampa siguiendo el
tradicional método de poner cada cosa en su sitio y decir ordenadamente,
primero, cómo es el lugar (“locus dramae”), luego, cómo son los
personajes (“dramatis personae”). Para Quiroga, en cambio, el lugar
siempre está en relación con la situación que vive a cada momento el personaje.
En esta autonomía expresiva
y en este dominio de la situación se encuentran los resortes de la perfección
narrativa de Quiroga. Quizá se pueda decir de él, como de casi todos los que
escribieron alguna vez algo de valor ponderable, que es a su vez un precursor y
el nexo de unión entre una literatura desesperada por hallarse a sí misma en
variantes meramente inteligentes de estilos y una literatura que se prende de
su geografía física y espiritual y la expresa en toda su profunda realidad, sin
escatimar los riesgos. Gracias a ello, Quiroga no es un realista ortodoxo,
atado a una imitación admirativa de la realidad, sino un constructivo que
descubre la riqueza trascendente de la realidad a la que se aproxima sabiendo
que ella es la fuente y el final de toda la vida.”
Noé
Jitrik
Horacio
Quiroga. Una obra de experiencia y riesgo.
Buenos Aires, 1959.
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