“Esa serie de relatos que
culminan con el volumen magistral de Los desterrados encierra su obra
más honda de narrador; el momento en que la fría objetividad del comienzo,
aprendida en Maupassant, ensayada a la vera de Kipling, da paso a una visión
más profunda y no por ello menos objetiva. El artista entra dentro de la obra.
Esto no significa que substituya a la obra. Significa que el relato ocupa ahora
no sólo la retina (esa cámara fotográfica de que habla el irónico Christopher
Isherwood) sino las capas más escondidas y personales de la individualidad
creadora. Desde allí crea ahora Quiroga.
Ya no está en Misiones, o
está poco en Misiones. Pero desde esa honda asimilación de Misiones que
encuentra en sí mismo, escribe. En un tono en que se mezcla la vivacidad de la
observación directa con la pequeña distancia del recuerdo cuenta la historia de
Van-Houten, la de El hombre
muerto, la de La cámara
obscura, en que su propia angustia ante la muerte de un ser querido
aparece sutilmente transpuesta, la de El
techo de incienso en que el sesgo humorístico permite liberar mejor su
esfuerzo sobrehumano al tratar de cumplir, en medio de la selva, y
simultáneamente, las funciones de juez de paz y carpintero, la de Los destiladores de naranja, la
de Los precursores, que
contiene el mejor, el más sano testimonio sobre la cuestión social en Misiones.
En todos esos relatos,
muchos de los cuales van a integrar Los desterrados, Quiroga
desarrolla una forma especial de la ternura: esa que no necesita del
sentimentalismo para existir, que puede prescindir de la mentira y de las
buenas intenciones; la ternura del que sabe qué cosa frágil es el hombre pero
que sabe también qué heroico es en su locura y qué sufrido en su dolor, en su
genial inconsciencia. Por eso sus cuentos contienen algo más que la crónica de
un ambiente y sus tipos; son algo más que historias trágicas, o cómicas, de un
Mundo extraño. Son profundas inmersiones en la realidad humana hechas por un
hombre que ha aprendido a liberar en sí mismo lo trágico y hasta lo horrible.”
Emir
Rodríguez Monegal
Las raíces de Horacio
Quiroga
Montevideo, 1961
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