jueves, 19 de julio de 2012

Algunos juicios críticos sobre Horacio Quiroga y su obra


“Esa serie de relatos que culminan con el volumen magistral de Los desterrados encierra su obra más honda de narrador; el momento en que la fría objetividad del comienzo, aprendida en Maupassant, ensa­yada a la vera de Kipling, da paso a una visión más profunda y no por ello menos objetiva. El artista entra dentro de la obra. Esto no significa que substituya a la obra. Significa que el relato ocupa ahora no sólo la retina (esa cámara fotográfica de que habla el irónico Christopher Isherwood) sino las capas más escondidas y personales de la indivi­dualidad creadora. Desde allí crea ahora Quiroga.
Ya no está en Misiones, o está poco en Misiones. Pero desde esa honda asimilación de Misiones que encuentra en sí mismo, escribe. En un tono en que se mezcla la vivacidad de la observación directa con la pequeña distancia del recuerdo cuenta la historia de Van-Houten, la de El hombre muerto, la de La cámara obscura, en que su propia angustia ante la muerte de un ser querido aparece sutil­mente transpuesta, la de El techo de incienso en que el sesgo humorístico permite liberar mejor su esfuerzo sobrehumano al tratar de cumplir, en medio de la selva, y simultáneamente, las funciones de juez de paz y carpintero, la de Los destiladores de naranja, la de Los precursores, que contiene el mejor, el más sano testimonio sobre la cuestión social en Misiones.
En todos esos relatos, muchos de los cuales van a integrar Los desterrados, Quiroga desarrolla una forma especial de la ternura: esa que no necesita del sentimentalismo para existir, que puede prescin­dir de la mentira y de las buenas intenciones; la ternura del que sabe qué cosa frágil es el hombre pero que sabe también qué heroico es en su locura y qué sufrido en su dolor, en su genial inconsciencia. Por eso sus cuentos contienen algo más que la crónica de un ambiente y sus tipos; son algo más que historias trágicas, o cómicas, de un Mundo extraño. Son profundas inmersiones en la realidad humana hechas por un hombre que ha aprendido a liberar en sí mismo lo trágico y hasta lo horrible.”

Emir Rodríguez Monegal
Las raíces de Horacio Quiroga
Monte­video, 1961


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