“El cuento, que en
Hispanoamérica alcanza la estatura de un género mayor, encuentra en Horacio
Quiroga su maestro indisputable. Su situación en relación con el desarrollo del
género en América hispana sería semejante a la de Poe, en un plano más
universal, en el sentido de que aunque al cuento hispanoamericano no le faltan
prolegómenos ilustres –Echeverría, Darío y algún otro– solamente con Quiroga
adquiere esa adultez a partir de la cual producirá sus frutos más maduros.
Quiroga aprende de Poe las técnicas que otorgan al cuento la fisonomía de un
género autónomo y que luego el mismo Quiroga resume en su Decálogo del perfecto cuentista. De Darío y del modernismo
aprende a escribir una prosa sin casticismo y sin lastre retórico. Finalmente,
en la selva misionera encuentra la circunstancia de algunos de sus cuentos más
intensos. Pero si muchos de sus temas derivan de esa circunstancia, la prueba
esperaba a Quiroga en la conversión de esa materia en forma. En este pase
mágico, que todo escritor reconoce como la resultante de largos años de
paciente esfuerzo, Quiroga logra la tensión expresiva necesaria para que un
tema se haga cuento.
Quiroga, que se inicia como
epígono del modernismo más amanerado, es el primero en volverse contra sus
excesos; es el primero en descubrir esa cantera regionalista con cuyos
materiales la narrativa hispanoamericana irá saliendo del modernismo; es el
primero, con Lugones, en otorgar al relato fantástico, que en Hispanoamérica
daba sus primeros pasos con los escritores argentinos de la generación de 1880,
un nivel desde el cual seguirá creciendo hasta transformarse en la forma más
importante del cuento rioplatense. Pero lo que importa de la obra de Quiroga no
es tanto su condición de precursora de desarrollos, que de una forma u otra
habrían tenido lugar en la narrativa hispanoamericana, como el haber mostrado
a través de sus cuentos las posibilidades y capacidades del género.”
Jaime
Alazraki
Relectura de Horacio
Quiroga en El cuento hispanoamericano ante la critica.
Madrid, 1973.
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