En la segunda mitad del siglo XIX, y particularmente
en sus tres últimas décadas, se manifiestan en Europa y América cambios sociales,
políticos, económicos y culturales de singular complejidad y significación. La
ciencia y la técnica registran notables progresos. Estos progresos inciden
sobre el trabajo y la industria: determinan la producción en masa y la
división del trabajo en tareas especializadas. Afluyen grandes capitales,
aparecen los monopolios y los grandes bancos de inversión de Francia,
Inglaterra, Alemania, y los Estados Unidos de América. En el terreno político
se observan dos hechos fundamentales: propagación de principios e ideales
democráticos y el culto del nacionalismo. La monarquía absoluta como forma de gobierno
pierde prestigio en Europa. Muchos países adoptan el sistema parlamentario y
otorgan el derecho del sufragio a los ciudadanos varones.
En América latina los pocos países que aún no habían
logrado su independencia se libran definitivamente del dominio español o portugués.
Perdidas sus posesiones americanas y estimuladas por su crecimiento industrial
y económico, las principales potencias europeas se empeñaron en conquistar
nuevos territorios. Se iniciaba así otro período del imperialismo: ahora se
disputarían el dominio de Asia y África.
La vida social registra visibles cambios: aumento de
la población, incremento de la vida urbana, abolición de la esclavitud,
disminución del analfabetismo, surgimiento de la burguesía industrial y del
proletariado. En términos generales, aumenta la comodidad y el bienestar Pero
estos progresos materiales tienen algunos efectos negativos sobre la conducta
del hombre común. La seguridad y el optimismo lo tornaron arrogante, vanidoso,
superficial. Decayó el nivel intelectual. La pompa, la imitación y el afán de
ostentación estragaron el gusto. El ansia de bienes y riqueza crece en
detrimento de las inquietudes espirituales. Con todo, América, la antigua
colonia, quiere hacer oír su voz, trata de abandonar su aislamiento y se
esfuerza en marchar al ritmo cultural de los países europeos.
Los años en que Horacio Quiroga se formó e inició su
carrera literaria están signados por un movimiento que resume el espíritu de la
época y que modifica y sacude a las letras de toda América latina: el
modernismo. Ese fenómeno marcó de tal modo la vida y las primeras obras del
gran narrador rioplatense, que toda su labor creadora puede caracterizarse en
función de aquél, tanto en lo que tiene de afín con esa corriente como en su
reacción contra ella. Tal reacción será el resultado de un lento proceso de
maduración personal y artística que lo conducirá al conocimiento de sí mismo y
del Mundo que lo rodeaba. Para medir la distancia que separa al Quiroga de los
primeros libros del Quiroga de la madurez, para comprender acabadamente su
trayectoria y apreciar en su justa medida la evolución del narrador, nos parece
indispensable detenernos en la consideración de su punto de partida, vale
decir, el modernismo, cifra y clave de toda una época, la época que va desde el
nacimiento de Quiroga hasta la aparición de su primer libro importante: Cuentos
de amor, de locura y de muerte.
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