Maternidad
Acordándose también el Señor de Raquel,
oyóla e hízola fecunda, la cual concibió y dio
a luz un hijo, diciendo: Quitó Dios mi oprobio.
oyóla e hízola fecunda, la cual concibió y dio
a luz un hijo, diciendo: Quitó Dios mi oprobio.
(Génesis 30 - 22 y 23)
He aquí
que tu dulce palabra ha sido oída
cuando
estaba, en la angustia, por no ser repetida.
En tu
estupor, dichosa, te tocas sin querer,
y yo,
venido a menos, no lo puedo creer.
¡Ah, tú!,
bien que en su noche mi fe te entreveía
como la
luz del día;
por algo,
desde lejos, el viento del destino
me trajo
a tu camino.
Yo dije:
_Tengo el alma como una piedra dura,
y la
piedra, arrojada, cayó en el agua pura.
Lo mismo
hubiera sido
que
cayera en el polvo del olvido. . ._
¡Oh, no!,
por algo grande tu corazón profundo
con toda
mi tristeza me sentía en el mundo;
por algo
que era santo mi vida fue esperada,
y la
tuya, tan suave, para siempre entregada.
Desde que sé, oh amiga, que llevas el misterio,
tu nombre
es la caricia de mi semblante serio;
del corazón
me vienen palabras de alabanza,
y las
manos me tiemblan ligeras de esperanza_
mis
manos, como niños que ríen olvidados
después
de haber llorado.
Pienso
vivir en calma; y he aquí que otro gusto
le siento
al pan del día, que no en vano se besa,
y al agua
del aljibe, y al vino de tu mesa.
Tengo los
ojos nuevos, y el corazón. Admiro
las cosas
más humildes, y te miro y te miro
sin
hablar.
¡Oh, todo
por el hijo que tengo que esperar!
Esperar.
. . Es tan dulce la espera acompañada
para
quién, siempre solo, nunca ha esperado nada.
Todo en
la casa es suave; todo en la casa es santo.
Tu canto,
lento y fácil, es un sagrado canto.
_Hay un
olor de espiga en mis libros leídos
y olor de
santidad en tus vestidos._
Tu andar,
por lo que llevas, se ha vuelto silencioso.
Tus ojos
se entrecierran en límpido reposo.
Y en todo
sitio dejas tu bienquerer ufano,
que se te
pierde solo, como arena en la mano.
Oh, sepan
los que sufren de lo que yo he sufrido,
cómo mi
vida es mansa con lo que se ha cumplido;
cómo el
milagro antiguo de Moisés y la roca (*)
inesperadamente
se repitió en mi boca;
porque en
mi boca, amigos, esta palabra pura
es como
el agua clara sobre la piedra obscura.
Oh, sepan
los que tienen una tristeza vieja,
cómo el
feliz anuncio desbarató mi queja,
y me dejó
lo mismo que saco ceniciento
desempolvado
al viento.
Oh, sepan
los que llevan al cuello desventura,
cómo en
un solo día se perdió mi amargura.
Oh, sepan
cómo es fuerte mi mano apresurada,
que
quiere hacerlo todo, sin saber hacer nada;
cómo mi
voz es dulce, después que fue tan grave;
cómo mi
amor es simple; como mi vida es suave. . .
Mujer: en
un silencio que me sabrá a ternura,
durante
nueve lunas crecerá tu cintura;
y en el
mes de la siega tendrás color de espiga,
vestirás
simplemente y andarás con fatiga.
_El hueco
de tu almohada tendrá un olor a nido,
y a vino
derramado nuestro mantel tendido._
Si mi
mano te toca,
tu voz,
con la vergüenza, se romperá en tu boca
lo mismo
que una copa.
El cielo
de tus ojos será un cielo nublado.
Tu cuerpo
todo entero, como un vaso rajado
que
pierde un agua limpia. Tu mirada un rocío.
Tu
sonrisa la sombra de un pájaro en el río.
Y un día,
un dulce día, quizá un día de fiesta
para el
hombre de pala y la mujer de cesta;
el día
que las madres y las recién casadas
vienen
por los caminos a las misas cantadas;
el día
que la moza luce su cara fresca,
y el
cargador no carga, y el pescador no pesca. . .
_Tal vez
el sol deslumbre, quizá la luna grata
tenga
catorce noches y espolvoree plata
sobre la
paz del monte; tal vez en el villaje
llueva
calladamente; quizá yo esté de viaje. . ._
Un día,
un dulce día, con manso sufrimiento,
te
romperás cargada como una rama al viento.
Y será el
regocijo
de
besarte las manos, y de hallar en el hijo
tu misma
frente simple, tu boca, tu mirada,
y un poco de mis ojos, un poco, casi nada. . .
y un poco de mis ojos, un poco, casi nada. . .
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