viernes, 6 de julio de 2012

Monsieur Jaquin - José Pedroni - 1956


A Melania

Melania, oh Melania; yo te imagino en una pobre aldea
de los Alpes franceses; no como a Dorotea,
la de Wórdsworth, feliz, sino como a María,
la de Páscoli, triste. Dorotea era el día.
Tú eres la noche blanca, y en ella, sola, ausente,
estás tejiendo dolorosamente.
¡Cuánta nieve caída desde que Henri, iluso,
se fue tras la gaviota; cuántas vueltas dio el huso!

(Estoy contento. El barco que me lleva se llama
“La Linda”. Hace pensar en la mujer que se ama).

¡Cuánta nieve! En tus manos, versos del labrador
señalan su pasaje del contento al dolor
y de éste a la ironía.

(Mi rancho era llamado “Rancho de la poesía”;
ahora ya se llama “Rancho del holgazán”,
porque estoy triste, triste con mi ración de pan,
y nada quiero hacer,
sino volver a Francia, oh Melania, ¡volver!).
¡Cuánta flor deshojada! Edelweiss de la altura
con tu recuerdo llegan a la inmensa llanura
donde el poeta canta su canto desolado.

(El indio y la langosta vienen del mismo lado.
Uno y otro vinieron, y hoy día, al despertar,
me encontré sin caballo, sin hierba que mirar.
Sólo quedó el ombú flotando en la derrota.
Todo se había ido: pasto, animal, gaviota. . .)

¡Cuánta nieve caída; cuánto esperar en vano,
la flor en la montaña y el rosario en la mano!

(Las mujeres corrían por el trigal undoso
y lloraban, clamando del cielo tormentoso
misericordia. Era como una sombra inmensa
que baja voraz a la tierra indefensa.
¡Qué hora aquella hora! La gente iba y venía
sin saber lo que hacer; gritaba, maldecía.
Yo salí campo afuera, pero al fin me detuve.
Comprendí que era inútil luchar contra la nube,
y regresé a encerrarme para no ver ni oír.
¡Que verde estaba el trigo condenado a morir!)

¡Cuánta lágrima heñida, cuánto silencio hilado,
cuánto fuego encendido y otra vez apagado!

(Todos quedamos tristes. Contra la luna llena
las langostas pasaban en la noche serena.
Quién sabe adónde irían. Ya a nadie le importaba.
El trigo se había ido. Sólo el dolor estaba).

El reloj da la horas. Te levantas sin ruido.
Abres la vieja cómoda; guardas allí el tejido,
y te vas con tu lámpara de virgen penitente.
La puerta tras de ti se cierra suavemente.

(No se oía ni un canto. Los hombres anduvieron
como heridos. Algunos montaron y se fueron.
Pero estaban las madres. Ellas no se movieron.
Lloraron silenciosas por el trigo inocente.
Después dieron la voz de sembrar nuevamente).
 
Oh Melania, oh Melania; suave, triste belleza,
la lana entre los dedos, el velo en la cabeza,
en tu nevado claustro de los Alpes franceses,
viendo caer en copos los días y los meses.
Oh Melania callada, taciturna vestal,
ángel de la alturas; flor de nieve, inmortal.

(*) Pobre Melania,
en la colonia
casi uno se muere de hambre
mientras mucho se trabaja.
La indigencia en Francia
es preferible
a estos grandes terrenos
que no producen nada.
..............................................................
Al cabo de tres años que cultivo mis tierras
muchos fracasos me han sobrevenido,
he visto perecer enteras todas mis cosechas,
sin que quedara con qué alimentarme.



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